jueves, 23 de octubre de 2014
CAPITULO 42
Paula se sentía como una persona diferente sentada detrás de su escritorio en el trabajo. Flores con etiquetas de “Mejórate pronto” adornaban su oficina. Las rosas del acosador debían de haber sido eliminadas, porque no estaban. Aún no había reservado una habitación de hotel y había una lista de empresas de seguridad que conocía en la ciudad a las que planeaba llamar una vez que el trabajo se calmara.
No tenía idea de cuánto le cobraría Pedro por sus servicios, y Dios sabía que lo haría después de su salida estilo perra esa mañana.
¿Una carta? ¿En realidad le había dejado una carta?
Necesitaría registrarse en otro hotel, pero tal vez nada de eso sería necesario. Aparte del correo que uno de los empleados de Pedro había recogido para ella, no había habido ninguna carta sospechosa. Tal vez este tipo había seguido adelante, o había sido atropellado o algo.
Era hora de que ella siguiera adelante.
En realidad, no era la misma mujer que miraba fijamente su horario el pasado lunes. Aparte de los cambios físicos —tenía el cabello suelto, llevaba una blusa blanca y pantalones de lino, sin traje. Si era sincera, se sentía mucho más cómoda vestida como estaba, pero había un dolor en su pecho que comenzó desde el momento en que salió de la casa de Pedro y que sólo había aumentado en el último par de horas.
¿Hizo lo correcto dejando a Pedro esa mañana? Tenía que serlo.
Lo que dijo en la ducha el día anterior tenía que ser debido al deseo y nada más. Además, dejarlo en ese momento era como quitarse una curita de una herida —prefería que fuera rápido y algo doloroso a que durara una eternidad y fuese destructivo.
Sin importar qué, no terminaría como su madre.
Pero mientras atendía las reuniones semanales con los publicistas, hablaba con Raquel y respondía cientos de comentarios acerca de ser disparada y todo ese drama, se sentía como si estuviera… fingiéndolo todo.
Era la mejor forma en la que podía describir cómo se sentía.
Como si no estuviera haciendo nada más que mentirse a sí misma y a los otros, diciéndose a ella y a los demás que estaba bien. Que todo estaba bien.
Pero no era así. No en realidad. Su piel se sentía apretada, como si estuviera usando vaqueros que ya no le quedaban después de haberse atiborrado con una comida.
Bebiendo de su tibio café, puso los pensamientos de Pedro y sus propias preguntas a un lado y se concentró en el trabajo. Por un tiempo, funcionó como siempre lo había hecho. Apagó su celular, porque en realidad no creía que pudiera manejar el que Pedro la contactara, y comenzó a responder llamadas telefónicas de reporteros, comprobó al
senador, y programó una sesión de fotos “instantánea” de él leyéndoles a niños en el club local de Niños y Niñas.
Trabajó en el almuerzo y respondió correos hasta bien tarde.
Fue sólo cuando la oficina se hallaba en silencio, las persianas bajadas, y que Raquel se había ido por el día, que apagó la computadora.
Mientras comenzaba a levantarse, miró por la ventana. Con el descendiente sol colándose a través de las pequeñas ranuras de las persianas, observó las pequeñas motas de polvo flotar en los torrentes de luz. Así era como se sentía, simplemente flotando.
Una presión apretó su pecho y rápidamente negó con la cabeza.
Había estado haciéndolo bien. No era momento de que colapsara.
Puso su cartera en el escritorio cuando la puerta de su oficina se abrió. Volviéndose, esperó ver a uno de sus persistentes colegas en la puerta, pero lo que vio la detuvo en seco.
—¿Elias?
CAPITULO 41
Paula estaba huyendo.
Pedro era un montón de cosas, pero no era un jodido idiota.
Y había querido decir lo que dijo. Algo así. Le había permitido creer que podía huir, pero no iba a llegar muy lejos.
Sabía que la mujer se sentía de la misma forma que él.
Podía no ser capaz de decirlo, pero sus acciones lo demostraban. En ese preciso momento, era como un animal acorralado. Sólo tenía dos opciones: Pelear o huir.
Iba a huir.
La mantuvo ocupada el resto del domingo, sin darle mucho tiempo de poner en marcha cualquier estúpido plan que tuviera, pero despertó cuando ella salió de su cama al amanecer, demasiado temprano para que siquiera tuviera que alistarse para el trabajo.
Qué mal que él tuviera una excusa para mantenerla en casa.
En casa.
En algún momento en los pasados días, su casa se convirtió en la casa de ambos. Una sonrisa tiró de sus labios pese a que sabía que ella estaba empacando su ropa y sus cosas personales en la habitación de al lado. ¿Iba a decírselo? ¿O trataría de pasar las maletas a escondidas? La curiosidad lo llenó, haciendo difícil que se quedara en la cama a sabiendas de lo que hacía.
Si trataba de detenerla, sólo haría que se resistiera incluso más, pero tampoco iba a permitir que anduviera por la ciudad sin su protección.
Con cualquier otra persona, no habría permitido que saliera de su vista si fuera el quien hacía el trabajo, pero esta situación era diferente. Había sentimientos involucrados y esa mierda, la cual era la razón del por qué meterse con clientes estaba prohibido, pero también se había encargado de eso ya. Mauro se hallaba estacionado calle abajo, esperando en caso de que ella llamara a un taxi.
Maldito Patricio y su bocota. Quería golpear a su hermano en el rostro una vez más, pero sabía que incluso si Patricio no se hubiera presentado y hubiera hecho el ridículo, esto era inevitable. Algo la habría alertado si no hubieran sido sus cada vez más profundos sentimientos. No era psicólogo,
pero no hacía falta serlo para ver que sus miedos al compromiso tenían que ver obviamente con su madre, y no estaba seguro de cómo,exactamente, podría vencer algo así.
Pero lo haría.
Pedro nunca se daba por vencido.
Sus suaves pisadas se apresuraron a lo largo del pasillo y se congeló, sus ojos moviéndose hacia la puerta cerrada.
Necesitaba ser atado, porque estar recostado allí era probablemente la cosa más difícil que alguna vez había hecho.
Justo cuando pensaba que iba a irse, la escuchó fuera de su puerta de nuevo. Cerrando los ojos, se forzó a respirar más lento. La puerta se abrió con un chirrido y sintió a Paula entrando, caminando silenciosamente hacia el lado de la cama en la que estaba “durmiendo”. La encantadora esencia de vainilla y lilas se burló de sus sentidos y su polla se endureció, más que lista para la acción.
Sus suaves labios frotaron su mejilla y ella susurró—: Adiós.
Y luego se fue.
Pedro se forzó a permanecer en la cama hasta que escuchó la puerta delantera cerrarse y el silencioso bip de la alarma al reajustarse.
Lanzando la sábana a un lado, miró la mesilla de noche.
Junto a su teléfono yacía un pedazo de papel plegado. Sus ojos se estrecharon mientras lo cogía, sabiendo lo que era antes de que leyera la nota escrita a mano.
Incluso comenzaba con un Querido Pedro.
Resopló.
Las cosas han sido divertidas. Blah. Blah. Es hora de que esto termine. Blah. Blah. Encontraría otra empresa de seguridad. ¿Qué le enviara un correo con el costo de sus servicios? ¿Qué diablos? ¿En serio creía que iba a cobrarle por algo de esto? Incluso había dejado su correo electrónico.
Su jodido correo electrónico.
Esa fue la única cosa que lo molestó.
Cogiendo su teléfono, llamó a Mauro. Él respondió al primer timbre.
—Está en el auto alquilado. Estoy siguiéndola ahora.
—Perfecto. Hazme saber a dónde va —dijo Pedro, arrugando la carta tipo “Querido John”—. Me haré cargo desde allí.
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