jueves, 16 de octubre de 2014
CAPITULO 26
Cuando Pedro se despertó el sábado por la noche para encontrar que ella se había ido de su cama y luego la vio dormida en el sofá del primer piso, acurrucada en una pequeña bola, eso lo cabreo aún más. No sólo jodidamente ofendido, como si un sofá fuera más adecuado que dormir a su lado, sino también confundido. Sabía a ciencia cierta que Paula disfrutó cada segundo de lo que pasó entre ellos, y también que la mayoría de las mujeres darían sus ovarios por tener a un chico que quisiera dormir con ellas después de cualquier tipo de actividad sexual.
Pero, oh no, Paula no.
No era una típica mujer.
No fue hasta la noche del domingo que comprendió por qué había hecho eso, y por qué pasó la mayor parte del día evitándolo.
La mujer estaba más asustada que un hombre cuando se trataba de compromiso.
No era como si compartir la misma cama profesara amor eterno, pero Paula había huido, y como cualquier depredador, fue provocado a darle caza, a conquistarla, lo cual le dio la idea de aceptar la invitación de Pablo para la cena.
¿Pero ahora?
Pedro observó a Paula desaparecer por la esquina y luego giró su atención al maldito sentado frente a él.
Mariana parpadeó varias veces, como si estuviera saliendo de un sueño profundo. —¿Esa es la Señorita Chaves? Se ve… tan diferente con el cabello suelto y vestida… —Hizo una mueca—. De todos modos, luce como de mi edad. Nunca lo habría pensado.
Ignoró sus nerviosas divagaciones. —Orejeras, Mariana.
Ella frunció el ceño. —¿Qué? No tengo cinco.
—Bien. —Se inclinó hacia delante, dejando caer un pesado brazo en la mesa—. Sabes, espero esta mierda de Patricio. Él tiene una razón para ser un pequeño imbécil.
—Patricio es nuestro hermano —replicó Pablo—. Por lo tanto, tenemos una razón…
—No tienes una mierda, Pablo. Ella no tiene nada que ver contigo, y si hubiese sabido que ibas a sentarte allí y actuar como un idiota, no habría venido.
Pablo encontró la mirada de su hermano. —Podrías habernos advertido.
—¿Por qué? —Hijo de puta—. No es como si hubiera traído a un asesino a cenar conmigo.
—No. Sólo trajiste a la mujer que hizo un infierno la vida de Patricio y chantajeó a Barbara. —Se rio con aspereza—. Mi error.
Tomó todo de él para no golpear al hijo de puta hasta que su cabeza se volteara, y la única razón por la que no lo hizo fue Mariana. —Ella hizo la vida de Patricio un infierno viviente por hacerlo mantener la polla en sus pantalones por cinco segundos… Lo siento, Mariana.
Ella murmuró algo en voz baja, alzando las manos en un gesto que decía que no quería saber nada de eso.
—Además, limpió su imagen, y tú y yo sabemos que estaba a segundos de perder su contrato. —Su mano se cerró en un puño por encima de la mesa—. Oh sí, y prácticamente es la única responsable de que Barbara y Patricio se juntaran, así que vamos a hablar de cómo arruinó su vida.
Pablo abrió la boca y luego la cerró. Exactamente. Pedro se
recostó, respirando con dificultad a través de la nariz. Se tensó cuando su hermano con mierda en vez de cerebro abrió la boca de nuevo.
—¿Qué estás haciendo con ella? —preguntó.
—¿Eso es asunto tuyo?
Pablo se tensó. —Mira, sólo pregunto. Se veía molesta cuando se presentó en tu casa.
Pedro miró en la dirección en que Paula desapareció.
Aún no se veían señales de ella, y esperaba no tener que ir allí y arrastrarla fuera.
Porque lo haría.
—La estoy ayudando con algunos problemas que tiene —dijo—. Su apartamento fue asaltado, así que se va a quedar conmigo por un tiempo.
En este momento, sería agradable si no tuviera que lidiar con tu mierda.
Los ojos de su hermano se abrieron una pequeña fracción.
—Espera. Te contrató, y se está quedando…
Levantó una mano. —Eso es todo lo que te voy a decir, porque lo único que necesitas saber es que me gusta. Esa debería ser la única mierda que tiene que importarte, ¿de acuerdo?
Él lo miró como si el fantasma de su madre se acabara de sentar en la mesa con ellos.
—Pablo —dijo Mariana suavemente—. Esto no es asunto tuyo, pero Pedro tiene razón. Si le gusta, eso es todo lo que necesitas saber.
Tomó una respiración profunda. —Bien. Seguro. Síp.
Pedro todavía quería golpear a su hermano en la cara y dejarlo mucho antes de que llegara la cuenta. Mariana se las arregló para integrar a Paula en la conversación una vez que regresó a la mesa, completamente controlada de vuelta, pero sabía que no se había recuperado de lo anterior.
Y también sabía que no se equivocó en el brillo de las lágrimas en sus ojos cuando se levantó para irse.
Pablo al menos tuvo la decencia de lanzarle una mirada de disculpa cada pocos minutos.
La cosa era que Pedro se sorprendió con lo que le dijo a Pablo, pero era cierto. Le gustaba Paula, y esos sentimientos iban más allá de lo físico. ¿Cuán profundos eran? No estaba seguro, pero estaría condenado si su estúpida familia la hiciera marcharse.
Cuando la cena terminó, estuvo feliz de ver a Mariana darle un abrazo rápido a Paula. Le disparó a su hermano una mirada asesina, una que fue ignorada mientras salían del restaurante. Pero Pablo estrechó la mano de Paula cuando todos partieron a sus puertas, lo que parecía un gran paso.
Escaneando la calle oscura, dejó caer su brazo sobre su hombro y la acercó. Ella estaba extrañamente rígida. —Lo siento por eso.
—¿Por qué? —Levantó la cabeza, su cara impresionantemente en blanco.
—Sabes de lo que hablo. —Se detuvieron en el lado del pasajero de su camioneta—. Por la manera en que Pablo actuó al principio.
Sus hombros se elevaron en un leve encogimiento. —No es gran cosa. Vamos a volver a tu casa…
Pedro la interrumpió juntando sus mejillas y besando sus labios dulces y suaves. Atrapó su jadeo de sorpresa con su lengua, profundizando el beso, saboreándola. Cuando apartó su boca de la suya, su mirada se hallaba desenfocada.
Sonrió. —No arruinaste su vida. Lo hiciste mejorar. Mierda. Le diste una vida que vale la pena tener. Así que por eso, gracias.
CAPITULO 25
Sus ojos se entrecerraron hacia él. No había mucho que pudiera hacer, a menos que quisiera quedarse sentada en la maldita camioneta.
Suspirando, golpeó su mano a un lado y se bajó por su cuenta.
Pedro rió.
—Cállate —refunfuñó ella.
Impasible, pasó su brazo por encima de su hombro. —Va a ser genial. Te divertirás. Y te va a gustar Mariana.
Paula no sacó su brazo, diciéndose que era porque él hacia un gran trabajo bloqueando el frío del aire, pero se detuvo en la puerta. —¿Ellos están de acuerdo con esto?
—Sí. —Abrió la puerta, señalando que entrara.
No tomó demasiado tiempo encontrar a Mariana y Pablo sentados en las cabinas rojas de la derecha. No cuando Pablo casi aulló en el momento que Pedro llegó al puesto de la anfitriona. Nerviosa e insegura de lo que hacía aquí, respiró hondo y miró la mesa.
Descubrió dos cosas bastante rápido, mientras seguía a Pedro a la cabina.
Las imágenes de Mariana Gonzales que había descubierto mientras trabajaba con Patricio no le hacían justicia a la pequeña rubia. La joven mujer era todo lo que Paula no era: pequeña, extraordinariamente hermosa con todas las ondas rubias y ojos grandes. Por lo que podía ver del ligero suéter que usaba, ella se sentaba y vestía con una elegancia innata.
¿Y finalmente? Por la expresión en el rostro de Pablo, ellos no tenían idea que Pedro la traería.
Hombre, quería golpearlo en el estómago, o en las bolas, en este momento.
La parte posterior de sus orejas ardían mientras los grandes ojos de Mariana rebotaban de Pedro a ella y luego a Pablo, cuando Patricio se deslizó en la cabina. Su cuerpo se sentía rígido cuando se sentó, apretando las manos en su regazo.
—Conoces a mi hermano. —Pedro comenzó las presentaciones—. Esta es Mariana. No creo que ustedes se conozcan.
Llamando a cada gota de profesionalismo en ella, Paula extendió la mano y sonrió. —No. No lo hacemos. Es un placer conocerte.
Mariana le sacudió la mano. —Es… um, muy bueno conocerte, también.
El calor empezó a deslizarse por su nuca. —¿Te sientes mejor? — Cuando una mirada de confusión alcanzó los rasgos de Mariana, Paula apretó las manos con tanta fuerza que sus uñas comenzaron a cavar en su piel—. Estaba en la casa de Pedro el viernes por la noche cuando el refresco de jengibre y las galletas saladas fueron mencionados.
—Oh. Sí. Es cierto. Pablo mencionó toparse contigo. —Sonrió mientras miraba a Pablo—. Gracias. Sólo fue un rápido virus estomacal.
Pablo asintió, pérdida sobre qué decir en este punto. Era como si nunca antes hubiera trabajado con público o en situaciones incómodas.
—¿Qué van a comer, chicos? —preguntó Pedro, mirando el menú como si los cuatro comieran juntos todo el tiempo.
Paula ya no tenía tanta hambre.
—Filete —respondió Pablo, alternando entre mirar fijamente a Paula y boquiabierto a su hermano—. ¿Cariño?
Mariana parpadeó una vez. —Pollo.
—¿Qué hay de ti? —Pedro le sonrió y convulsionó su estúpido corazón abandonado por Dios.
Rápidamente miró el menú y pidió una ensalada. Pedro se burló de eso, presionándola para que ordenara algo más, por lo que se decidió por una orden de patatas fritas.
El silencio en la mesa fue interrumpido cuando la mesera apareció y tomó sus órdenes, pero eso fue sólo un ligero respiro.
Pablo se apoyó en la cabina, doblando los brazos. Su expresión, la frialdad distante, le recordó a Pedro. —¿Así que ahora te vas a quedar en D.C.?
Agarrando el borde de una servilleta, asintió. —Estoy trabajando en Images.
—Oh —dijo Mariana—. Eso no es demasiado lejos del Smithsoniano.
Dándole una larga mirada a Pedro, Pablo arqueó una oscura ceja. —¿Ya has hablado con Patricio?
—Nop. —Pedro tomó su vaso, mirando a su hermano por encima del borde.
Paula se movió incómoda, de alguna manera olvidando hasta ese momento que Barbara no sólo trabajó con Mariana, sino que también eran amigas. ¿Cómo en el mundo se le olvidó? Estaba más allá de ella.
—Yo sí —respondió Pablo.
Los ojos de Mariana se ampliaron mientras fijaba su mirada en el plato vacío delante de ella, y Paula quería arrastrarse bajo la mesa.
—Sí, lo sé. —Un músculo comenzó a marcarse en la mandíbula de Pedro.
Pablo encontró la mirada de su hermano. —¿Creías que no iba a decírselo?
—¿Crees que me importa?
Paula cerró los ojos mientras inhalaba una suave respiración. No hacía falta la lógica para saber que Pablo hablaba de ella, y que Patricio no estaba contento en absoluto.
—Hombre, después de todos estos años, todavía puedes
sorprenderme. —Pablo negó con la cabeza—. Un talento bastante asombroso.
—Pablo —susurró Mariana.
Ella notó el disgusto de Pablo y la incomodidad con la situación actual. En todo caso, los hermanos eran muy protectores entre sí. Los hermanos Alfonso rodeaban sus autos entre ellos. Cuando era más joven, le había gustado imaginar que ella tenía un hermano mayor que salía en su defensa.
Estúpidas lágrimas pinchaban en sus ojos.
La cena fue un gran error.
—Disculpen —murmuró—. Necesito ir al baño.
Cuando Pedro se paró, su piel hormigueó mientras se deslizaba fuera de la cabina. Forzando una sonrisa que se sentía frágil, rápidamente bordeó las concurridas mesas y se dirigió al baño, su barbilla en alto y la columna recta. Sabía que cuando las miradas se lanzaran en su camino, todos verían una fría máscara, pero por dentro, todo era un torbellino.
Paula no pertenecía a allí.
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