domingo, 12 de octubre de 2014

CAPITULO 16




¿Qué estoy haciendo aquí?


Paula no recordaba manejar a la casa de Pedro y sinceramente, no sabía por qué lo había buscado. Bueno, eso era una mentira. Por razones obvias, se sentía segura con él, y ahora necesitaba sentir eso.


Ver su apartamento y sus pertenencias destruidas, fue más que alarmante para ella. El miedo, la confusión y la ira por la falta de control se arremolinaban en su interior, haciéndola sentirse fuera de sí, como si todo aquello fuera un sueño horrible. Pero no debería haber ido hacia allí, forzando sus problemas sobre Pedro. Él había asumido el papel de su guardaespaldas, pero, ¿no debería tener un contrato o algo así? Eso parecía tan inapropiado. En lo más recóndito de su mente, tendría que haberlo sabido cuándo se subió al auto y manejó a su casa.


¿Qué estoy haciendo aquí?


La pregunta seguía reproduciéndose una y otra vez en su cabeza, pero no cambiaba el hecho de que se encontraba allí, en una habitación que era tan grande como el salón principal de su casa. Las paredes se hallaban pintadas de un color olivo profundo, y los suelos de madera y la cabecera de la cama oscura daban a la habitación una sensación terrosa que era relajante.


Pero no podía relajarse. Dios sabía que se encontraría muy nerviosa cualquier día, pero eso era como un millón de veces peor.


Se escondió arriba malditamente cerca de una hora, mientras Pedro se encontraba abajo, muy probablemente esperándola, y sabía que tenía que conseguir bajar su culo allí.


Pero necesitaba unos minutos más.


Sentada en el borde de la cama matrimonial, deslizó los dedos por sus mejillas. Su cabello cayó hacia delante, sobre sus hombros y cubriéndole la cara. Sus gafas se encontraban olvidadas en la mesita de noche.


Pedro le prestó uno de sus viejos pantalones pijama de franela y una camisa que no podría haber encajado en su amplia estructura desde la escuela secundaria. A ella casi la cubría en su totalidad y olía a él, una mezcla de aroma a ropa limpia y un débil rastro de colonia que no podía reconocer.


Con las manos temblorosas, levantó el dobladillo de la camisa prestada y aspiró el olor.


Olfateó su camisa.


Santo Dios, ¿qué le pasaba? Eso era tan... tan espeluznante y totalmente inexcusable.


Dejando caer la camisa, envolvió los brazos alrededor de su cintura.


Su piel se encontraba helada hasta los huesos y su interior se sentía desgarrado, justo igual que todos sus objetos personales. Hacer algo tan violento y sin sentido se encontraba más allá de ella. ¿Quién podría odiarla tan seriamente? Las lágrimas brotaron de sus ojos, pero se negó a dejarlas caer. A pesar de que se encontraba sola, no quería romperse así. Eso era para débiles, una señal de falta de control.


Oh, pero picaba como una avispa furiosa, saber que alguien la odiaba. Que alguien intentaba aterrorizarla, destrozando su coche, acosándola, y luego entrando a su apartamento. 


Una lágrima escapó, corriendo por su mejilla, llegando a la punta de sus dedos.


¿Qué habría pasado si hubiera estado en casa? Un estremecimiento la sacudió. No tenía idea de en qué momento se cometió el delito, la policía no lo hizo bien, y esa noche, ella llegó tarde a casa del trabajo. Existía una posibilidad real de que alguien podría haberla estado esperando y cuando no se presentó, desplegó su ira contra su apartamento. Otro temblor se abrió camino a través de ella.

Un carraspeo interrumpió sus pensamientos, sorprendiéndola. Saltó de la cama y se giró. Apresuradamente, limpió todo rastro de lágrimas.


Pedro se encontraba en la puerta, con la boca abierta como si estuviera a punto de decir algo, pero entonces lo olvidó o decidió no hacerlo. Su mirada, de un sorprendente azul intenso, viajó a través de su rostro como si fuera la primera vez que ponía los ojos en ella. Su mirada cayó sobre sus labios, y ella sintió el rubor arrastrándose desde su cuello, mientras su mirada recorría todo el camino hasta la punta de sus dedos del pie. Cuando sus ojos regresaron a los de ella, contuvo el aliento bruscamente.


Sintió el estigma de su mirada.


Las puntas de sus pechos se estremecieron y luego se endurecieron, rozándose contra el raso de la camisa prestada. Un estremecimiento sensual envió escalofríos a través de su piel. La miraba como si quisiera devorarla. Intentó que no le gustara la sensación que nacía en ella, el loco entusiasmo y anticipación, pero no obstante, los sentimientos se agruparon en su vientre.


—Deberías llevar el cabello suelto más a menudo —le dijo.


Paula parpadeó lentamente. —¿Qué?


—Tu cabello —repitió mientras se apoyaba en el marco de la puerta, cruzando los brazos mientras extendía las piernas. Con los ojos completamente azules como fuego y una pequeña mueca llena de perezosa arrogancia, que realmente era bastante impresionante. La imagen de la belleza masculina—. Eres una mujer atractiva, pero con el cabello suelto y sin gafas, realmente eres muy hermosa.


A medida que sus palabras se hundían en ella, resopló. 


Sabía que no lucía horrible, pero ¿hermosa? Sí, eso no era cierto. En todo caso, Paula era excepcionalmente simple, con el cabello y los ojos oscuros. — ¿Hermosa? Eliminar las gafas y dejarme el cabello suelto no es un cambio de imagen drástico.


—Si digo que eres hermosa, entonces eres hermosa.


Arqueó una ceja. —Oh, ¿eres el que decide sobre esto?


La sonrisa perezosa se extendió. —Lo soy. Así que no quiero que lleves el cabello en ese moño nunca más. Te hace ver como si fueras diez veces mayor de lo que obviamente, eres.


—¿Estás hablando en serio?


—Estoy jodidamente hablando en serio. —Inclinó la cabeza hacia un lado—. Me gustan las gafas, sin embargo. Me recuerda a una profesora que tuve en la escuela secundaria. Cada vez que se deslizaban por su nariz, hacían que mi…


—¡Basta! —Levantó las manos—. Entiendo totalmente la imagen, pero no voy a dejar que me digas cómo usar mi cabello.


—Soy tu guardaespaldas.


Mirándolo fijamente, dio una sacudida rápida de cabeza. El hombre era insufrible, sexy, pero increíblemente insoportable. Sin embargo, en cuestión de minutos, la sacó de su autocompasión y de las ajustadas garras del temor. Se encontraba agradecida por eso.


Lo que no quería decir que tuviera que aceptar cualquiera cosa que saliera de su boca, o seguir adelante con la loca idea de quedarse en su casa. —Que seas mi guardaespaldas no quiere decir que seas mi estilista personal, Pedro, y no puedes…


—Hablando de estilista personal, luces mejor en mi ropa vieja de lo que lo haces con esos trajes espantosos que usas. Y confía en mí, te ves jodidamente caliente en mi ropa.


Sus mejillas se ruborizaron tanto que deseó poder desaparecer y morir. —Gracias —dijo entre dientes.


—Gracias a Dios la ropa de tu armario fue destruida. ¿Ves? Hay un resquicio de esperanza en cada nube oscura, o como sea esa mierda que dicen. Podemos ir de compras mañana y encontrar algo que realmente te haga lucir bien.


Demasiado molesta para sentirse herida por sus comentarios, curvó sus manos en puños a los costados. 


Existía una buena posibilidad de que le diera un puñetazo en la cara. —En primer lugar, jódete.


Sus ojos azules brillaban con picardía. —Me gusta donde va esto.


Corrección: iba a darle una patada en las bolas. —En segundo lugar, estoy muy contenta de que el hecho de que todo mi guardarropa fuera destruido sea una buena noticia para ti. En tercer lugar, prefiero correr en frente de un autobús que va en exceso de velocidad por la ciudad que ir a comprar ropa contigo.


—Bueno, eso suena drástico.


Su mandíbula dolía por lo mucho que apretaba los dientes. 


—Y, por último, no puedo quedarme aquí.


La pereza en su postura se desvaneció al instante y se enderezó. — Te vas a quedar aquí, Paula.


—Puedo ir al hotel…


—Absolutamente no —interrumpió, con los ojos color cobalto destellando—. No es seguro que permanezcas en un hotel.


Un sombrío fragmento de miedo la golpeó en el pecho, pero lo ignoró.


—Estaré bien en el hotel.


—Si realmente crees eso, entonces, ¿por qué has venido?


Ah, tenía un buen punto. —Fue un error, pero había un montón de gente alrededor y…


Él desplegó sus musculosos brazos. —Exactamente. Hay un montón de personas entrando y saliendo día y noche. Es una de las principales amenazas a la seguridad, y debería haber sacado tu culo de allí la primera noche.


Todavía la dejaba sin habla por un momento el saber que la
observaba cuando ella pensó que la había olvidado. —No voy a quedarme aquí. Es absurdo. Es tu casa, Pedro. Es muy inapropiado.


Una ceja oscura se arqueó. —¿A quién le importa un carajo lo apropiado?


—¡A mí me importa!


Una mirada llena de impaciencia cruzó su rostro. —Te preocupas demasiado de lo que otras personas piensan.


—Es mi trabajo —respondió enfadada.


—No. —Sacudió la cabeza y algunas hebras cortas escaparon de su coleta—. Es más que eso. Tu trabajo no es tu vida, no debería serlo.


—¿No lo es el tuyo?


Él empezó a reír. —Por supuesto que no.


Abrió la boca, pero se encontró con que no tenía ni idea de qué decir.


Mejor aún, ¿cómo llegaron a salirse tanto de tema?


—Además, tu argumento acerca de lo inadecuado es discutible. Soy tu guardaespaldas. Así que si te quedas en ese hotel, me quedaré contigo.
Pero quedarse aquí seguramente es mucho más cómodo.


Una vez más, tenía un punto, pero no podía hacerlo. Podría haber hecho lo correcto yendo a CCG Seguridad, pero se equivocó al exigir que él fuera su guardaespaldas. Tenía que ser otra persona, porque... no confiaba en sí misma a su alrededor. La forma en que la hacía sentir, incluso ahora
que no quería nada más que un karateca lo desmenuzara, sentía la misma sensación que veía en los ojos de su madre cada vez que hablaba de un nuevo tipo.


—Estoy bien con alguien quedándose conmigo en la habitación de hotel —decidió, levantando la barbilla obstinadamente—. Pero tiene que ser otra persona. Alguien que no seas tú, porque…


Un segundo Pedro se encontraba junto a la puerta del dormitorio y al siguiente frente a ella, con una mano en su cadera y la otra ahondando profundamente en su cabello, sosteniendo su nuca. Las palabras se formaron en su lengua, pero las hizo callar con sus labios.


Él la besó.

CAPITULO 15




¿La? Pedro puso sus pies en el suelo por la sorpresa. 


Antes de que Pablo continuara, ya tenía una sospecha de quién podría ser.


—¿Quiero saber por qué la publicista de Patricio está aquí? —exigió Pablo en voz baja.


—Ex —murmuró él, poniendo su cerveza en la mesa de café.


Pablo hizo una mueca. —Así que ya no trabaja para los asuntos de Patricio. ¿Qué demonios...?


Lo que sea que su hermano decía se perdió para él. 


Pedro lo dejó de pie en la sala de estar, mientras hacía su camino a través del comedor.


La curiosidad estaba matándolo. ¿Paula lo buscó? Ni siquiera lo llamó, sino que ¿vino a su casa? Joder sí. Tal vez no sería tan difícil como pensaba.


Su curiosidad se volvió aprehensión en el momento en que la vio.


Paula se encontraba con la espalda pegada a la puerta de entrada, sosteniendo un bolso negro contra su pecho de la misma manera que había sostenido la carpeta de archivos. 


Mechones de cabello color negro caían alrededor de un rostro que se veía demasiado pálido. Llevaba puesto otro traje deslucido en forma de caja que parecía tragarla completa. Sus ojos estaban imposiblemente amplios, la mirada sobre ellos herida y asustada.


—¿Estás bien? —preguntó, su voz más áspera de lo que pretendía.


Ella se sobresaltó y graznó—: Lo siento. No sabía dónde ir.


—¿Por qué lo sientes? —Se aseguró de que su voz fuera más suave esta vez mientras se acercaba—. ¿Qué pasó?


Su labio inferior tembló al tragar saliva. —Fui a casa después del trabajo para recoger algunas cosas y descubrí que alguien había entrado en mi apartamento.


—Mierda —murmuró, metiendo una mano por su pelo. 


Habría atado su trasero esa noche, pero ver a Patricio en la pantalla grande era tradición.


Los músculos en su nuca se tensaron—. ¿Pero tú estás bien?


Ella dio un rápido tirón a su barbilla, pero su rostro seguía estando demasiado pálido. —Debería haber llamado, pero…


—No. Está bien. ¿Llamaste a la policía? —Cuando asintió, Pedro maldijo de nuevo—. ¿Ya tomaron tu declaración?


—Sí. Les hablé de las cartas y mi coche, pero no había realmente nada que pudieran hacer en este momento y no podía…


—¿Volver al hotel?


Ella parpadeó. —¿Cómo... cómo supiste...? Por supuesto —dijo, aturdida—, me has estado vigilando.


—He estado manteniendo un ojo en ti. Hay una gran diferencia.


Varios momentos pasaron mientras parecía tratar de entender. —No sabía qué hacer. —Respiró profundamente, estremeciendo su cuerpo—. No tengo a nadie más... —se calló, apretando los labios con fuerza y sacudiendo la cabeza.


—Joder, Paula. Te dije que no te quedaras en tu apartamento. Podrías haber estado en casa cuando…


—Lo sé. Lo siento, pero no quería...


Había reconocido que no tenía nadie a quién pudiera acudir.


Sacudiendo la cabeza, miró hacia otro lado por un segundo. 


La verdad era que podría haber sido honesta, pero era malditamente demasiado terca para eso.


—¿Seguro que estás bien? ¿No había nadie allí cuando apareciste?


Negó con la cabeza.


La aprehensión se convirtió en ira en menos de un segundo. En parte debido al hecho de que alguien había estado en su apartamento de nuevo y también en parte, hacia sí mismo. Debería haberla jodidamente atado esa noche.


Paula respiró superficialmente, atrayendo su mirada. —Todo fue destruido, Chandler, mi sofá, cortinas, muebles y ropa. Sacó la comida de la nevera, la vació en el suelo, y la cama… —se interrumpió de repente, sus ojos parpadeando furiosamente—. Todo. Parecía como si alguien la hubiera apuñalado. Tengo seguro de alquiler, pero ¿hacer todo eso? Y las cartas, las dejé en el archivo en mi escritorio. Han desaparecido.


Al verla valientemente conteniendo las lágrimas, algo se trastornó en su pecho. Paula era fuerte y terca, pero en el transcurso de su carrera, había visto a la gente quebrarse por cosas menos terribles. Tener su casa destrozada en varias ocasiones y encontrar destruidos sus artículos personales era suficiente para poner a cualquiera en estado de shock, especialmente a alguien como Paula, que trataría de controlar la trayectoria de un tornado.


Algo como esto, enviaba un mensaje claro: el delincuente era el único con el control. También decía que la persona había ido más allá de las amenazas peligrosas. Alguien quería asustar a Paula lo suficiente como para hacerla huir, algo que dudaba que ella hiciera a menudo, y lo había conseguido.


A la mujer parecía que sus piernas le fallarían en cualquier
momento. El impulso de tomarla en sus brazos lo golpeó duro. Quería abrazarla. Más que eso, quería protegerla. Esa necesidad repentina iba más allá de su trabajo, pero se resistió. Algo le dijo que lo más probable era que ella reaccionara como un animal salvaje acorralado si la abrazaba.


—Vamos —dijo en voz baja. Tomando su brazo en un apretón suave, la condujo al salón para que pudiera sentarse.


Las cejas de su hermano casi alcanzaron su cabello cuando miró a Pedro guiar a una callada Paula hasta el borde del sillón. Metió las manos entre las rodillas, pero todavía podía verlas temblar.


Un sentimiento de impotencia lo asaltó, una sensación a la que no estaba acostumbrado para nada. Pedro sabía cómo proteger a la gente.
Se ganaba la vida haciendo eso, pero hasta el momento, había hecho un pobre y jodido trabajo con Paula.


Volviéndose a su hermano, curvó sus manos en puños. —¿Puedes ir a conseguir un vaso de whisky?


Pablo abrió la boca, pero la cerró y luego fue a hacer lo que se le pidió. Decisión muy sabia, porque si algún comentario de mierda hubiera salido de su boca sobre Paula, lo habría acostado sobre su maldito trasero.


Hermano o no.


Los ojos de Paula siguieron la forma de Pablo alejándose. 

—Él no entiende por qué estoy aquí.


—Que se joda.


Su mirada rebotó de nuevo a la suya. —¿En serio?


—Sí. —Se sentó frente a ella en la mesa de café—. Esta es mi casa, entonces que se joda.


Una risa seca vino de ella. —Realmente lo siento. No sabía qué hacer. ¿Al ver todas mis cosas destruidas así? —Se mordió el labio y cerró los ojos un instante. Cuando los volvió a abrir, su mirada se fijó sobre su hombro.


Pablo regresó con un vaso de líquido color ámbar.Pedro no le dio la oportunidad de dárselo a ella. Interceptando el vaso, esperó hasta que Paula levantara las manos. —Bebe esto —le ordenó, un poco sorprendido cuando obedeció.


Paula tomó un gran trago e inmediatamente escupió.


—Lentamente —Se rio Pedro—. Es un poco fuerte.


—Sí —murmuró ella, tomando otro sorbo.


Pablo se quedó merodeando por ahí, sus cejas contraídas. —¿Está todo bien?


Abrió la boca, pero Paula levantó la mirada. —Sí. Todo está muy bien. Yo sólo... —Tomó otro sorbo, su mirada, una vez más, fija sobre el hombro de Pedro—. ¿El juego de Patricio?


Ambos hombres miraron hacia atrás, olvidando lo que estaban viendo. Pablo se cruzó de brazos. —Sí. Está en Atlanta.


Sus nudillos se pusieron blancos de lo apretado que sostenía el vaso. —¿Cómo está? ¿Y Barbara?


Pedro sabía lo que hacía. Reorientaba las preguntas. Le siguió la corriente. —Lo están haciendo muy bien. Gracias a ti.


Su hermano abrió la boca de nuevo, pero Pedro lo interrumpió con una mirada de advertencia.


—¿Qué tal van los planes de la boda? —preguntó ella, inconsciente del intercambio silencioso entre los hermanos.


Pablo se aclaró la garganta. —Van.


—Planean casarse en junio —dijo Pedro, dándole un poco más de detalle. Ignoró la forma en que su hermano se tensó. Maldita sea, empezaba a molestarse. Sí,Paula no había sido indulgente con Patricio, y chantajeó a Barbara, pero no era una maldita terrorista empeñada en destruir sus vidas—. Creo que están pensando en postergar la luna de miel hasta que acabe la temporada.


—Eso tiene sentido. —Terminó el whisky, mirando la pantalla—. Eso es todo... muy lindo. Hacen una gran pareja.


Diez niveles de incómodo silencio descendieron sobre la habitación, y cualquier persona con una onza de sentido común se habría ido, pero Pablo parecía como pegado a su lugar. Volviéndose a su hermano, Pedro lo inmovilizó con una mirada hasta que Pablo rodó los ojos.


—Está bien. Bueno, voy a ir a buscar un poco de ginger ale y galletas saladas. —Pablo se dirigió al comedor, deteniéndose el tiempo suficiente para mirar otra vez a Pedro—. Te llamaré.


Pedro lo ignoró, tomando el vaso de las manos de Alana. —
¿Cómo te sientes? Lucías un poco temblorosa.


—Estoy bien. —Sonrió, pero era forzada dolorosamente—. ¿Ginger ale y galletas?


—Mariana está enferma. —Se contuvo, probablemente dándose cuenta que no sabía de quién hablaba—. Mariana Gonzales. Ella es…


—Sé quién es. Todos ustedes son muy cercanos a su familia, ¿verdad?


Asintió lentamente, inclinándose hacia adelante hasta que sus rodillas se presionaron contra las de ella. —Los Gonzales son la única familia que mis hermanos y yo realmente proclamamos. Pasamos la mayor parte de nuestra juventud con ellos. En realidad, básicamente nos criaron, además de a Mariana y a su hermano.


—Yo fui criada por mi abuela. Mi mamá no se encontraba en
condiciones para hacerlo. Ella era... Bueno, tenía problemas. —Sus rasgos se contrajeron, ya que al parecer se dio cuenta de la pequeña pieza que estaba compartiendo. Levantó una mano a su cabello, alisando las pequeñas hebras. Pedro la atrapó en el camino hacia abajo, capturando su mano mucho más pequeña entre las suyas. 


Ella tiró hacia atrás, pero no pudo liberarse—. ¿Qué estás haciendo?


—Tu mano está helada, Paula.


Se humedeció los labios y sus ojos se enfocaron en ellos. A pesar de lo obviamente estresada que se encontraba, su polla se hinchó en respuesta. Quería saborear esos labios con la lengua.


Quería probar mucho de ella.


Pero eso, desafortunadamente, iba a tener que esperar.


Levantando la mirada, la mantuvo en ella mientras tomaba su otra mano. Tomó las dos, lentamente frotándolas entre las suyas, calentándolas. —¿Qué tipo de problemas?


Sus ojos oscuros se encontraban borrosos detrás de las gafas. — ¿Qué?


Un lado de los labios se levantó. —Tu madre. ¿Qué tipo de
problemas tenía?


Color invadió sus mejillas y un poco de nitidez volvió a su mirada. —Esa es una pregunta personal.


—Tú sacaste el tema. —Deslizó sus manos arriba, sus dedos alcanzando los puños de la chaqueta del traje—. No es mi culpa.


Le sostuvo la mirada y pasaron varios segundos. —Tenía un
problema con la bebida. Y un problema de drogas. Y un problema de novio.


—Esos son un montón de problemas —murmuró, sin duda,
sorprendido. Por alguna razón, imaginó que Alana provenía de un hogar de dos padres. Severa. Sensata. Un poco aburrida, pero no obstante, una familia totalmente funcional—. Nuestra madre tenía un problema con la bebida y un problema con pastillas recetadas. Mi padre también tenía un problema de novia.


—Eso tuvo que ser duro. El problema de novia, considerando que estaba casado.



Pedro sonrió. —Lo fue.


La mirada de paula  finalmente parpadeó, y bajó sus pestañas. Por un momento, se sentó allí, dejándolo frotar sus manos. Se hallaban calientes ahora, pero él no podía detenerse. Su piel era suave, sus manos delicadamente formadas. No le tomó nada imaginar el resto de su cuerpo tan hermosamente formado.


—¿Y eso no te molesta? —le preguntó en voz baja.


Encogiendo un hombro, extendió sus muslos un poco, dándose espacio a sí mismo. ¿Cómo podía todavía ser difícil hablar de esa mierda que estaba más allá de él? —¿Apestó para nuestra mamá y nosotros como niños? Joder, sí, lo hizo, pero esa es la forma en que es la vida a veces. Jodió un poco a Pablo y Patricio.


—¿Pero a ti no?


—La gente se casa cuando no deberían hacerlo. Lo hacen porque piensan que lo necesitan o que es lo que se espera de ellos. Sucede todos los días, varias veces al día. Dos personas que no deberían estar juntas se unen. Soy lo suficientemente inteligente como para darme cuenta de que
hay casos en que las personas se conocen y deben estar juntos, y sólo porque mis padres jodieron sus vidas, eso no quiere decir que yo lo haré o debería hacerlo. —Hizo una pausa, pero mantuvo las manos moviéndose sobre la de ella—. Es lo que es.


Una sonrisa irónica apareció, apenas alcanzando sus ojos. 


—Eso es lo que dicen.


Se acercó, usando su rodilla para deslizarse entre las suyas. 


La posición era íntima, lo que ella notó cuando sus ojos volaron de nuevo a los suyos. Jaló las manos de nuevo y esta vez él las dejó ir, pero no se alejó. Sabía que se acercaba a ella.


—Lo siento. —Comenzó a levantarse—. No debería estar
molestándote con esto, nada de esto. Tú sólo acordaste revisar los nombres que te di. Puedo ir a un hotel hasta que, bueno… hasta que esto termine. Debería…


—No —dijo, sus músculos tensándose, preparado para enfrentarla de ser necesario.


Paula se congeló y sus ojos se abrieron detrás de sus gafas. La mirada embrujada todavía se hallaba allí. —¿No?


—En este momento, no es seguro para ti regresar a ese hotel. —Casi sonrió cuando sus ojos se abrieron como platos—. Y este acosador también sabe dónde te estás quedando, y lo tomó de tu apartamento.


Cruzando los brazos sobre el pecho, Paula levantó la barbilla una fracción de una pulgada. —Entonces, ¿qué se supone que debo hacer si no voy a un hotel? No tengo a nadie a quién acudir. ¿De acuerdo? Mi único familiar, incluso declaró estar muerto y no tengo amigos cercanos aquí con los que me sentiría cómoda descargando esta basura. Entonces, ¿qué diablos debo hacer exactamente? ¿Dormir en mi oficina o mi coche de alquiler?


—Tomaré el trabajo —declaró, Pedro.


—¿Qué?


—Sé que entendiste lo que dije. Tomaré el trabajo como tu
guardaespaldas. Nadie más en mi empresa. Yo. Y no te quedarás en el hotel por más tiempo. —Tan pronto como surgió la idea en su cabeza, se sentía correcto. Era lo que quería, por diversas razones. Algunas no tenían nada que ver con el psicópata dando vueltas por ahí, haciendo su vida un infierno viviente, y mientras esto podría convertirlo un tipo de bastardo, él simplemente la quería allí.


Paula lo miró fijamente, con los labios entreabiertos.


—Tan entretenido como es discutir contigo, eso no va a pasar de nuevo. Ningún hotel —repitió, en tono firme—. Tú te quedas aquí.