miércoles, 15 de octubre de 2014
CAPITULO 24
Pedro terminó durmiendo la noche del sábado en su habitación, tumbado gloriosamente desnudo sobre la cama y con el brazo posesivamente sobre su cintura. Obviamente nunca había estado más cómoda en su vida que presionada a él, sin ninguna barrera separando su carne, pero no se podía permitir quedarse dormida mientras él roncaba suavemente.
Los amantes dormían juntos después de tener sexo, no dos personas que estaban enrollándose.
En sus pasadas, aunque breves relaciones, tuvo problemas para dormir en la misma cama con alguien. Incluso con Elias, que fue la relación más larga en la que había estado, nunca fue capaz de relajarse lo suficiente para dormir cómodamente. Eso tenía que significar algo, ¿cierto?
Pero la noche anterior... Oh, Dios, después de alrededor de una hora, sus párpados se volvieron demasiado pesados como para mantenerlos abiertos y se había relajado en él.
La realización sacudió su desvelo y, en pánico, se deslizó de sus manos, recogió su ropa y durmió en el sofá de la planta baja.
Pasó la mayor parte de la mañana del domingo, y más tarde, evitando a Pedro, que parecía estar bien con ello.
Las pocas veces que cruzaron caminos en la casa no fue agradable para ninguno de los dos. Él parecía enojado con ella, pero ¿por qué? No estaba segura.
Una parte de ella no lamentaría lo que había ocurrido la noche del sábado. Dios Santo, no. Lo qué él había hecho con ella alimentaría sus fantasías durante mucho tiempo, pero, ¿cómo podría mirarlo otra vez sin sentir su caliente boca sobre ella? ¿Cómo lo olvidaría?
Tal vez pensaba demasiado las cosas.
Estaba plegando y desplegando su recién adquirido mueble para ropa, por centésima vez, cuando Pedro apareció en la puerta. Al momento en que su mirada conectó con la suya, el calor zigzagueó a través de sus mejillas y se sintió tonta por ruborizarse tan fácilmente.
—¿Tienes hambre? —preguntó, con expresión impasible.
Su estómago rugió en respuesta. Lo único que había comido era un panecillo con queso crema. —¿Qué tienes en mente?
—Pensé que podíamos salir y comer algo.
Por alguna razón, su corazón se desplomó sobre su pecho.
—¿Salir y comer?
Obviamente confundiendo su respuesta chillona con miedo, él suavizó sus rasgos. —Conozco un lugar. Mis hermanos y yo vamos allí todo el tiempo. Será seguro.
Era mejor si pensaba que ella tenía miedo en lugar de conocer la verdad. ¿La cual era qué? ¿El repentino aumento en su ritmo cardíaco era debido al entusiasmo? Eso era una estupidez. No se trataba de una cita.
Calmadamente, colocó la camisa doblada sobre la cómoda.
—No tengo nada bonito para ponerme.
—Lo que estás usando está bien —contestó, retrocediendo de la puerta—. No es ese tipo de lugar. ¿Te animas?
¿Podría decir que no? Alisando sus manos repentinamente húmedas a lo largo de sus vaqueros, forzó una sonrisa tensa. —Sí.
Pedro la observó un momento y luego hizo a un lado, con un gesto hacia adelante. Mientras caminaba junto a él, Paula sintió caer su mirada. —Me gustas en vaqueros.
Arqueó una ceja mientras sus labios se torcían. —¿Me atrevo a preguntar por qué?
Calientes ojos cobalto se deslizaron lentamente hacia los suyos. Una media sonrisa apareció. —Tiene que ver con lo bien que acunan tu culo esos bolsillos.
Una carcajada brotó de Paula, sorprendiéndola y aparentemente a Pedro por el repentino cambio en su mirada. No sabía lo qué era. Las bromas eran más que inapropiadas, pero algo en ellas reducía la frialdad de su exterior.
—Deberías hacerlo más a menudo —dijo, siguiéndola por el pasillo.
—¿Qué?
Pedro la pasó, por lo que bajó primero las escaleras. —Reír.
No respondió a eso. Esperó en la puerta de entrada, mientras que él agarraba las llaves, entonces lo siguió a su camioneta. Una vez más, señaló el detallado y casi perfecto paisaje que rodeaba la calzada y el pórtico. Algún día le gustaría comprar una casa con un patio.
—Vas a tener que dejarme saber a quién contrataste para hacer tu jardín —dijo una vez que estuvo dentro de su camioneta—. Es hermoso.
Él soltó un bufido. —¿Contratar? No contraté a nadie. Lo hice yo mismo.
Sus ojos se ampliaron. —¿Sí? —Miró por la ventana, echando un vistazo a los arbustos recortados, las rosas que estaban a meses de florar, las margaritas coloridas de principios de la primavera que se estiraban hacia los rayos del sol—. Eres bueno con las manos.
—Así es. —Sus labios se curvaron sensualmente.
Los músculos bajos en su estómago se tensaron. Era muy bueno con sus manos y su boca y su lengua... Se movió en su asiento cerrando los ojos, pero ya era demasiado tarde.
Calor se desplegó en sus venas. Se atrevió a dar un vistazo rápido a Pedro, sabía que él era plenamente consciente de a dónde había llevado la conversación su cuerpo.
Mientras salía de la calzada, él le lanzó una mirada apreciativa que comenzó en los labios y terminó en su pecho. Su abierta sexualidad estaba lejos de ser reprimida; eso la excitaba y la hacía desear más.
Son sólo dos personas enrollándose, se recordó a sí misma, y debería estar de acuerdo con eso, pero extrañamente, se sentía vacía.
Necesitaba una distracción. —¿Así que te gusta la jardinería?
Pedro se encogió de hombros mientras su mirada se desviaba hacia el espejo retrovisor. —Me gusta estar al aire libre y creo que me gusta hacer cosas, ¿sabes? Tomar una parcela estéril de tierra y crear algo que brote de ella. Y soy bueno con las plantas. —Una rápida sonrisa cruzó su cara—. Mis hermanos dicen que tengo un pulgar verde.
—Envidio eso —admitió—. Puedo matar a un cactus en menos de dos horas.
Él se rio profundamente, y encontró a sus labios respondiendo al sonido. —Es muy difícil matar a un cactus rápidamente.
—Si eres yo, no. —Miró por la ventana, observando las casas disminuyendo lentamente, desapareciendo entre los negocios—. Pero quiero algo así algún día.
—¿Piensas comprar una casa pronto?
—Me gustaría establecerme.
La miró y luego sus ojos se posaron en el espejo retrovisor, una vez más. —¿Entonces te vas a quedar aquí?
—Me gustaría. —Sus pensamientos se tornaron melancólicos, algo que no era común—. Me gustaría tener un... un hogar.
Pedro estuvo en silencio por un momento. —No tenías mucho de eso cuando creciste, ¿cierto?
Casi se olvidó lo que admitió la primera noche en su casa.
Se removió en el asiento, deliberadamente estudiando sus uñas. Una manicura estaría bien. No tener una conversación como esta sería genial, pero su boca se abrió y comenzó a hablar.
—Mamá nunca estaba en casa y, si lo hacía, no estaba realmente allí. Era como un fantasma —dijo, suspirando—. No nos quedábamos en un apartamento demasiado tiempo. No podía mantener un trabajo para garantizar su vida, o la mía. Con el tiempo me enviaron a la casa de mi abuela.
—¿Y su casa no era como un hogar?
Su mirada se desvió a la luz roja que los detenía. —Su casa era... era fría. Quiero decir, me amaba y creo que estaba feliz de tenerme allí, pero también creo que había terminado de criar niños, ¿sabes? Yo era inesperada.
Su mandíbula se apretó. —¿No querida?
Paula contuvo el aliento ante la pregunta directa, pero era cierto. Su abuela la amaba, pero probablemente hubiera querido no tener que criarla.
Pedro puso su mano en la rodilla y la apretó. Al principio, ella quiso alejarla, pero lo único que podía hacer era mirar aquella gran mano masculina. Algo se calentó en su pecho y ahora... ahora quería poner su mano sobre la de él.
—Entiendo perfectamente —dijo, apretando de nuevo—. Creo que mis hermanos y yo estaríamos muy mal parados si no fuera por la familia de Mariana.
Lo miró, mordiendo su labio inferior. Tenían eso en común.
No era la cosa más genial para compartir. En otro semáforo en rojo, sus ojos se encontraron con los de ella y tomó un gran esfuerzo desviar la mirada.
Su mano seguía en su rodilla.
Le gustaba eso.
Tiempo para otro cambio de tema. —¿Siempre quisiste ser un guardaespaldas?
Pedro le dio una pequeña media sonrisa. —Ya no hago mucha protección personal. Dirijo el negocio y meto mis manos en casos especiales. —Le guiñó un ojo, y maldita sea si no era sexy.
—Eso no responde a mi pregunta —dijo, sintiendo sus labios curvarse en una sonrisa.
—No lo sé. —Su mano se deslizó una pulgada más arriba en su pierna—. Siempre fui de... estar atento a otras personas… mis hermanos, Mariana, y su hermano. Sólo es algo que me viene naturalmente.
—¿Cómo jugar a la pelota es natural para Patricio?
—Supongo. Fui el único que pudo elegir lo que quería hacer. Patricio siempre jugaba a la pelota, desde que tuvo la edad suficiente para tomar una. Y Pablo estaba preparado para encargarse del negocio de nuestro padre, ¿pero yo? Sí, podía hacer lo que sea.
Interesada, lo miró. —¿Fuiste a la universidad?
—Sí. ¿Te sorprende?
—No. —Sabía que no era más que todo músculo, a pesar de que le gustaba decir eso—. ¿Qué estudiaste? ¿Patear culos?
Se rio profundamente, causando que la sonrisa de Paula se hiciera más grande. —Cariño, no tenía que estudiar eso. Yo podría enseñar esas clases.
—Por supuesto.
Sonriendo mientras revisaba el espejo retrovisor, cambió de carril. — De hecho, me especialicé en ciencias de la computación.
—Nerd —bromeó.
—Soy un jodido nerd —corrigió, deslizando el pulgar a lo largo de su muslo—. ¿Qué hay de ti? ¿Siempre quisiste ser una publicista para corruptos, malcriados, y mimados?
Su mirada se desvió a la mano. —Me especialicé en comunicaciones, con un curso en sociología. En realidad quería ser psicóloga, pero me di cuenta de que no tendría la paciencia para eso. —Se rio suavemente—. No es una gran sorpresa, ¿Cierto?
—Nunca —murmuró.
—Pero me gustó la idea de... de arreglar las cosas… a la gente. — Lanzó otro rápido vistazo—. Repararlas.
Pedro se quedó en silencio por un momento. —Sin embargo, algunas personas no pueden ser reparadas.
Paula pensó en el senador. ¡No jodas! —Entonces, hago todo lo posible para mantenerlo en secreto para el público en general.
—Haces un gran trabajo —dijo, y la sorprendió lo genuino de su tono—. Quiero decir, demonios, peleaste con mi hermano, y eso tuvo que haber tomado un pequeño acto de Dios.
Se encontró ruborizándose. —Gracias... gracias.
—Creo que no lo has oído lo suficiente.
Nop. Ser una publicista significaba que no te dieran una palmadita en la espalda a menudo, porque cuando uno era exitoso, nadie sabía quién era el publicista detrás de todo.
Un trabajo muy ingrato, pero no lo acepto por ese motivo.
Se humedeció los labios. —Tú eres... no eres como pensaba.
—¿Cómo pensaste que era?
—No lo sé. —Era muy difícil explicarlo con palabras—. Es que me has sorprendido. Eso es todo.
Pedro sacó con cuidado la camioneta del tráfico, entrando en un estacionamiento. —Bueno, estamos aquí.
El restaurante no era definitivamente de clase alta, más como de tipo cadena, pero estaba bien con eso, cómoda con el ambiente tranquilo.
Se estiró para llegar a la manija de la puerta.
—Espera —la detuvo Pedro, y ella se giró.
Cuando abrió la boca, él se inclinó, cerrando la distancia entre ambos. Comenzó a retroceder, pero su mano se deslizó alrededor de su cuello, sosteniéndola en su lugar. El beso fue suave... y era más dulce de lo que nunca creyó que él besaría, como si fuera un pedazo frágil de un tesoro que sólo empezaba a explorar.
Se apartó lo suficiente para hablar, sus labios rozaron los suyos. — No vamos a cenar solos.
Le tomó un momento para que esa declaración se asentara a través de la bruma que dejó el beso. —¿No?
Su mano se deslizó fuera de su nuca, dejando ligeros escalofríos a su paso mientras se sentaba de nuevo, tirando las llaves del contacto. — Vamos a cenar con Pablo y Mariana.
Paula se quedó inmóvil, su corazón cayendo a sus rodillas.
—¿Qué?
—Todo está bien. Vamos.
Cuando no se movió, él salió de la camioneta y caminó hasta su lado. Al abrir la puerta, extendió una gran mano.
Una sonrisa burlona apareció mientras esperaba.
—Nosotros... no podemos cenar con ellos —dijo.
Sus cejas se elevaron. —¿Y por qué no?
—A tu familia no le gusto a causa de Patricio —Su respiración subió demasiado rápido en su pecho—. ¿Por qué no dijiste algo en tu casa? Te habría dicho que no.
—Es por eso que no te dije. Quería que vinieras conmigo.
Lo miró boquiabierta. —¿Por qué?
—¿Por qué no? —desafió.
No tenía sentido para ella. ¿Por qué la querría llevarla a cenar con su hermano y Mariana? Él era su guardaespaldas, uno muy apropiado, pero lo que sea. Esto parecía como... como una cita real.
Movió los dedos. —¿Estás asustada, Paula?
—¿Qué? —resopló—. No.
—Entonces bájate de la maldita camioneta.
CAPITULO 23
Después de un orgasmo, Paula era como un gatito contento en lugar de una tigresa dispuesta a rasgarlo con sus afiladas garras. Se relajó contra él por unos momentos mientras recuperaba el control de sí mismo.
Estuvo a punto de perderlo sin quitarse los vaqueros.
Nunca se había encendido tanto mientras le daba placer a una mujer. Estaba tan excitado que en realidad era doloroso, pero se obligó a acostarse a su lado, ociosamente rozando el atractivo pico rosado de su pecho con el pulgar.
Le gustaban sus pezones y sus pechos y la forma en
que sabían a miel en sus labios y cómo los ahuecaba y...
Demonios, sólo le gustaba.
Sin embargo, "gustar" era una palabra débil para describir la forma en que su corazón golpeaba con fuerza contra su pecho como una taladradora. Inclinándose sobre ella, besó la punta de su pecho. Sonrió cuando ella se estremeció y luego suspiró. Levantando la vista, dejó que su mirada viajara por su rostro. Tenía que ser uno de los momentos más raros cuando lucía absolutamente relajada, los labios entreabiertos y los ojos cerrados. Gruesas y oscuras pestañas abanicaban sus mejillas.
Antes no cantaba mierda poética. Para él, ella era absolutamente preciosa.
Sus pestañas revolotearon hasta abrirse. —Eso fue...
—¿Increíble? —Arqueó una ceja—. Lo sé.
Una suave risa tintineante vino de ella, y hubo un espasmo en algún lugar cerca de su pecho. —Tu modestia es increíble.
Sonrió.
Ella intentó levantarse ya que sus brazos todavía se encontraban atados detrás de su espalda. Comenzó a ponerla en libertad, pero sus palabras lo detuvieron. —¿Qué hay de ti?
Ambas cejas se elevaron. —¿Qué pasa conmigo?
Su mirada cayó a donde un bulto se tensaba contra sus pantalones y ella se humedeció los labios. Su polla se sacudió en respuesta. —Antes, dijiste que planeabas poner mi boca en buen uso.
Había dicho eso, y carajo si no lo deseaba más de lo que jamás había deseado algo en su vida, pero...
Pedro meneó la cabeza.
La lengua de ella se movió contra sus labios y cualquier pequeño grado de duda que se había estado gestando en su pecho, se evaporó como el humo. Sus ojos eran grandes y oscuros con pasión, su cabello un lío cayendo sobre sus hombros y encrespándose alrededor de sus pechos. Era
la primera vez que la había visto tan... tan libre.
Y joder, era perfecta.
—Bueno, entonces... —Se levantó, desabotonando sus pantalones.
Se los quitó en menos de un segundo.
Su mirada cayó, e hizo un sonido que a su polla realmente le gustó.
Estaba duro, sobresaliendo en el aire, y tan cerca de perderlo que si seguía mirándolo así, se vendría en ese momento.
Agarrando sus hombros, la colocó de rodillas delante de él y luego se inclinó, capturando sus labios en un beso abrasador que terminó demasiado pronto. Luego se enderezó ante ella.
Con las muñecas aseguradas a la espalda, su pecho hacia arriba y los ojos muy abiertos, podía absolutamente comérsela, una lamida a la vez. Y estaba muy tentado a hacerlo otra vez, pero ella levantó la barbilla, mirándolo a los ojos.
—¿Qué es lo que querías que hiciera? —Su voz era jadeante.
Como pensaba antes, era jodidamente perfecta.
Envolvió la mano alrededor de la base de su pene, la humedad ya bordeaba la cabeza. —Chúpame.
Algo francamente malvado brilló en sus ojos, y entonces bajó la barbilla. Su cabello se deslizó hacia delante, ocultando su rostro. Sintió su aliento primero y sus bolas se apretaron, entonces su caliente y húmeda boca se deslizó sobre la cabeza de su polla.
Inclinó la espalda mientras gemía. Ella lo tomó, deslizando la lengua por la cabeza mientras se movía en la cama, balanceándose sobre sus rodillas. Le recogió el cabello con su mano libre y le ladeó la cabeza para que pudiera tomarlo más profundo, y así lo hizo.
Paula casi se tragaba su longitud y eso no era fácil.
Ella movía la cabeza arriba y abajo, girando su lengua mientras chupaba largo y duro. Cada músculo de su cuerpo se tensó. Trató de quedarse quieto, pero cuando sus dientes rozaron la sensible cabeza, no pudo contenerse.
Sus caderas empujaron hacia adelante mientras miraba sus mejillas hundirse cuando tiraba de su polla. Sus pestañas subieron y ambas miradas chocaron por un instante. Algo en sus ojos lo rompió en dos. La liberación se encendió bajando por su espina dorsal. Intentó retirarse, pero ella lo siguió y si no se hubiera detenido, se habría caído de la cama. La jodida visión arrasaba sus sentidos. La forma en que su cuerpo se curvaba hacia él, como estaba tan dispuesta con las manos atadas a la espalda.
Era demasiado.
Se vino, sus caderas sacudiéndose violentamente, y ella se mantuvo con él, tarareando suaves sonidos de placer. Se vació en su caliente boca, gritando con voz ronca mientras se estremecía sin cesar. El orgasmo...
Maldición... se sentía como si nunca terminaría. Apretó la mano contra la parte posterior de su cabeza, sosteniéndola hasta el último dolorosamente perfecto pulso.
Lentamente, se apartó de ella, con las piernas extrañamente débiles mientras arrastraba una profunda respiración. La miró, su pecho subiendo y bajando entrecortadamente. —¿Estás bien?
Paula asintió mientras se mordía el labio. —¿Y tú?
Tosió una carcajada. —Jodidamente perfecto.
El rosa manchaba sus mejillas mientras desviaba la mirada.
Se sentó sobre sus piernas, dejando escapar un pequeño bostezo. Estaba agotada y debería dejarla estar. Ambos habían buscado y encontrado su placer, pero no se encontraba listo.
Después de experimentar su boca en él, y su sabor, de ninguna manera esta sería la última vez. Desatando rápidamente sus muñecas, casi cayó de espaldas, tirando de su desnudo cuerpo hacia el suyo, y envolvió un posesivo brazo sobre su cintura, encajándola cerca. Paula se puso rígida contra él, con la espalda muy recta y los brazos torpemente atrapados entre sus cuerpos húmedos. ¿Así que acurrucarse no era lo suyo?
Tampoco era un gran fan de ello, pero extrañamente, la quería a su lado, y ella iba a tener que lidiar con eso.
Cuando la tuvo donde quería, él recogió sus muñecas en sus manos y comenzó a masajear la piel.
Poco a poco, mientras los segundos se convirtieron en minutos, Paula se relajó contra él. Su respiración se niveló, y su cuerpo se fundió en el suyo.
No había manera en el infierno de que Pedro estuviera dejándola ir pronto
CAPITULO 22
Paula entendía lo que decía, pero su cerebro fue lento para
procesarlo. ¿Él no quería tener sexo con ella? Por lo menos, ¿no el sexo completo? Existía una pequeña parte de ella que se sentía estúpidamente decepcionada, pero se negó a darle mucha importancia a eso.
La mano en su espalda se deslizó más bajo, y se mordió el labio para detener el gemido que quería escapar de sus labios. ¿Qué tenía que perder por tomar lo que le ofrecían?
No iban a tener sexo realmente, y ella era una persona adulta, más que capaz de tener un poco de diversión.
No iban a tener sexo realmente, y ella era una persona adulta, más que capaz de tener un poco de diversión.
Cuando sus ojos se encontraron, Paula fue golpeada de nuevo por el hambre en su mirada. Él quería esto, la quería a ella, y había algo inequívocamente poderoso en eso.
Antes de que pudiera cambiar de opinión o dejar que el sentido común se entrometiera y la dejara toda la noche sin una dolorosa satisfacción y en un estado de ánimo aún peor por la mañana, asintió.
Pedro se quedó inmóvil, con la boca a centímetros de la de ella.
—¿Eso es un sí?
Asintió de nuevo.
—Dilo —replicó en voz baja, casi peligrosa—. Dime que quieres que te complazca.
—Sí. —Su voz era apenas un susurro y era incapaz de apartar la mirada de aquellos ojos oscuros—. Quiero que me complazcas.
Pedro no lo dudó.
Esas palabras parecieron desbloquear algo primario en él.
Deslizó un brazo alrededor de su cintura y la levantó de la bañera. Su fuerza la sorprendió, a pesar de que no debería estarlo. Cuando ella se había ocultado escaleras arriba, es decir, enfurruñado, después de regresar de su viaje de compras, le vio desaparecer en una habitación de la planta baja llena de pesas y aparatos de gimnasia. El hombre era todo músculo.
Deslizó un brazo alrededor de su cintura y la levantó de la bañera. Su fuerza la sorprendió, a pesar de que no debería estarlo. Cuando ella se había ocultado escaleras arriba, es decir, enfurruñado, después de regresar de su viaje de compras, le vio desaparecer en una habitación de la planta baja llena de pesas y aparatos de gimnasia. El hombre era todo músculo.
Sus pies no tocaron el suelo hasta que estuvieron al lado de la cama.
Con una urgencia apenas contenida, la despojó de la toalla, y el aire frío se precipitó sobre su piel enrojecida. Se movió para cubrirse, pero él la agarró de los brazos.
—No te escondas de mí. —Su mirada recorrió la longitud de su cuerpo, deteniéndose en algunas zonas más que otras—. Eres hermosa.
Ella dejó escapar una risa nerviosa. —Ya estoy desnuda, no hace falta que me halagues.
—Lo digo en serio. —La tomó de la mano y se sentó en la cama.
Levantó la cabeza y la miró. El que permaneciera completamente vestido mientras ella estaba desnuda, era una desventaja. Él se instaló entre sus muslos y luego puso las manos sobre sus caderas—. Quiero mirarte hasta
saciarme, así cuando sea tarde y esté solo, todo lo que tendré que hacer es cerrar los ojos para ver tu cuerpo mientras me corro.
Dios Santo, sus orejas quemaban.
—¿Lo haces mucho? —preguntó sin aliento.
—¿Masturbarme? —Sus labios deslizándose hacia arriba mientras movía las grandes manos a lo largo de la curva de su cintura, deteniéndose debajo de sus pechos doloridos.
Su mirada escrutadora quemó su cuerpo—. ¿O masturbarme pensando en ti? La respuesta es sí a ambas.
Su mirada escrutadora quemó su cuerpo—. ¿O masturbarme pensando en ti? La respuesta es sí a ambas.
La respiración se atascó en sus pulmones cuando él sintió el ligero peso de sus pechos, sus dedos tentadoramente cerca de sus pezones. — Estás mintiendo.
—Nunca miento. —La convicción en su voz era innegable—. Cada jodida noche desde que te presentaste en mi puerta. Huirías si te dijera lo que algunas de mis fantasías involucran.
Quería saber. Detalles, muchos detalles, pero luego sus dedos se movieron sobre sus pechos y la capacidad de hablar se fue por la ventana.
Capturando los pezones entre sus dedos, él la observó con atención mientras los apretaba con el pulgar y en seguida los tiraba. Se endurecieron y sufrieron por él.
—Tenías una pesadilla —dijo en voz baja, provocándola.
—¿Q-qué?
—Cuando te encontrabas en el baño. Te oí gritar —explicó—. Es por eso que vine.
—Oh. —Sus pensamientos estaban confusos en una neblina sensual—. Fue sólo un sueño.
Él la atrajo hacia sí y luego su boca estaba sobre su pecho, lamiendo sobre el pezón y tirando de él con sus dientes. El fuerte estallido de doloroso placer se calmó al instante con un lametón de la lengua. Alternó entre rápidos mordiscos y lamidas hasta que su cabeza cayó hacia atrás.
Ella gritó, su cuerpo estremeciéndose aún con esa deliciosa presión.
Pedro de repente se apartó, y sus ojos se abrieron. Ella lo miró con incredulidad. —¡Paraste!
—Por ahora. —Le envió una sonrisa fugaz y luego se quitó la camisa.
Su cuerpo… No había olvidado lo perfecto que era. Amplios y musculosos hombros, pectorales duros, y un estómago que se ondulaba y era cincelado como una roca. Él era cien por ciento hombre, ni una pulgada de flacidez en su cuerpo.
Su mirada se encontró con una arrugada cicatriz circular en su hombro, la piel de un rosa más profundo que el resto de su cuerpo. Quería preguntarle cómo la consiguió, porque
Su mirada se encontró con una arrugada cicatriz circular en su hombro, la piel de un rosa más profundo que el resto de su cuerpo. Quería preguntarle cómo la consiguió, porque
realmente parecía una herida de bala.
—Date la vuelta.
Sus cejas se alzaron. —¿Qué?
Sosteniendo la camisa entre sus manos, la giró hasta que se extendía larga y delgada. Su mirada encontró la suya y un peligroso atractivo oscuro llenó el azul de sus ojos. —Date la vuelta, Paula.
El corazón le saltó en su pecho mientras que una aguda y casi dolorosa lamida de placer pulsaba a través de ella.
Tenía los ojos fijos en su camisa, y no podía dejar de pensar en lo que quería hacer con ella y todas las cosas que escuchó acerca de cómo le gustaba dar placer a Pedro.
Una parte de ella quería estar asqueada, disgustada, pero no lo estaba.
Tenía los ojos fijos en su camisa, y no podía dejar de pensar en lo que quería hacer con ella y todas las cosas que escuchó acerca de cómo le gustaba dar placer a Pedro.
Una parte de ella quería estar asqueada, disgustada, pero no lo estaba.
Cada célula de su cuerpo se hinchó. Una pequeña chispa de miedo floreció en su pecho, pero no era que tuviera miedo de él. Más o menos tenía miedo de como respondería. Pero respiró hondo e hizo lo que le pedía.
Una mano rozó la curva de su trasero, haciéndola saltar. Lo sintió detrás de ella, de pie. El calor de su cuerpo calentándola. —¿Pedro?
—¿Confías en mí? —preguntó, rozando una mano sobre su cadera y luego por su brazo. Lo puso tras de sí—. Tienes que confiar en mí para esto, ¿vale?
El corazón le latía con fuerza en su pecho mientras tragaba.
—Sí.
—Esa es mi chica. —Le dio un beso en el hombro y luego guió su otro brazo hacia atrás.
Sabía lo que iba a hacer, pero aún así fue una sorpresa cuando sintió atar la tela sobre sus muñecas. Una emoción oscura iluminó su sangre y disipó sus sentidos. ¿Estaba él...?
Pedro apretó la camiseta, asegurando sus muñecas a la espalda.
Entonces, los rumores y las conversaciones susurradas sobre Pedro eran ciertas.
Él le dio la vuelta, pero ella mantuvo la mirada fija en la línea entre sus pectorales. —Oye —dijo, colocando la punta de los dedos debajo de su barbilla y haciéndola mirar hacia arriba—. Tienes que estar de acuerdo con esto. Si no…
—Estoy bien. —Movió los dedos y probó las ataduras. Podía mover las manos, pero no mucho. Calor corría por sus mejillas—. Sólo estoy...
—¿Jodidamente asombrada? —ofreció y en sus labios irrumpió una sonrisa. Le tocó las mejillas y bajo su boca hasta la de ella.
El beso fue diferente. Más lento. Más profundo. La probó,
arrastrándola más profundo en él, y se fundió en su toque.
Con un profundo gemido animal, cambió de posición, y al segundo siguiente se encontraba de espaldas y él se cernía sobre ella. La mirada en sus ojos hizo que el aire se le estancara en la garganta.
Con un profundo gemido animal, cambió de posición, y al segundo siguiente se encontraba de espaldas y él se cernía sobre ella. La mirada en sus ojos hizo que el aire se le estancara en la garganta.
—Mírate. —Deslizó una palma entre sus pechos, deteniéndose debajo de su ombligo—. Podría mirarte por siempre.
—Espero que no.
—Paciencia —murmuró, bajando la cabeza.
La paciencia no era una virtud que apreciaba, pero Pedro no iba a ser apresurado. Se tomó su tiempo besando sus labios, y luego corrió su boca a lo largo de su mandíbula, bajando por su garganta, y entre sus pechos. Lamió la suave ondulación de su pecho, viajando hacia arriba y luego alrededor del adolorido punto. Llegaba tan cerca, pero siempre se alejaba en el último segundo. Sus pezones estaban enfurruñados, duros y doloridos para el momento en que su cálida boca cubrió uno.
Su espalda se arqueó despegándose de la cama cuando él succionó profundo y mordisqueó, yendo y viniendo entre sus pechos hasta que su cabeza dio vueltas.
Justo cuando estaba a punto de rogarle que se detuviera, por más, besó un sendero hasta su ombligo. Su lengua revoloteó dentro y sintió una sacudida de respuesta entre los muslos.
—¿Por qué esto? —le preguntó, trazando el tatuaje con su malvada lengua.
Sus manos se cerraron impotentemente detrás de ella mientras cerraba los ojos. —Porque...
—¿Porque qué?
No quería contestar, porque era bastante embarazoso.
Pedro se rio entre dientes. —Me lo dirás eventualmente.
—No, no lo haré.
—¿Ese es un reto? —Besó cada uno de los tres pétalos marchitos.
Una sonrisa tiró de sus labios mientras el gesto también tiraba de su corazón. Los besos... Eran tiernos. —¿No hay algo más que podrías estar haciendo con la boca además de hablar?
—Oh, te escucho. —Los labios de Pedro dejaron su estómago y abrió los ojos a tiempo para verlo gatear hasta ella. Sus ojos eran como piscinas azules—. Tengo algo para esa boca. —Bajó la cabeza y la besó profundamente—. Que planeo poner en uso muy pronto.
Respiró entrecortadamente y las puntas de sus senos le rozaron el pecho. Los dispersos vellos la provocaban. —¿Estás seguro? Podrías quedarte dormido antes de eso.
Pedro rió, dejando caer la cabeza para acariciar su cuello con la nariz. Hizo su camino de regreso por su cuerpo, mordisqueando y lamiendo hasta que niveló la cabeza entre sus muslos. Su respiración salía rápida y desigual para entonces. Los hombres habían ido abajo en ella antes, y nunca fue una gran fan de eso, pero sabía que con Pedro sería diferente. El sexo antes nunca fue así.
La miró mientras descansaba de lado, con un brazo enganchado bajo un muslo y sus hombros separando sus piernas. Pasó un dedo por el parche de pelo. —Háblame del tatuaje.
—No.
Su dedo se movió más abajo y ella se tensó. —¿Cuándo te lo hiciste?
Cerró los ojos y apretó los labios, deseando sólo poder agarrar su cabeza y darle a su boca un mejor uso. —Pedro.
—Dime cuándo. —Su dedo viajó por el interior de su muslo,
deteniéndose justo debajo de su calor—. ¿Qué edad tenías?
El bastardo era implacable. Su piel quemada y su cuerpo palpitaba con anhelo. —Tenía dieciocho —dijo entre dientes—. ¿Feliz?
—Sí. —La ahuecó entre los muslos, cubriendo su centro palpitante.
—¿Feliz?
Su espalda se inclinó mientras sus caderas inmediatamente
empujaron contra su mano. —Quédate allí...
—Mmm. —Presionó un beso en el pliegue de su muslo mientras giraba la palma, provocándole un ronco gemido—. ¿Borracha o sobria?
—¿Qué? —jadeó.
Presionó la mano contra ella. —¿Estabas borracha o sobria cuando te hiciste el tatuaje?
Quiso negarse, pero entonces él levantó la mano. El aire frío la rozó y masculló una maldición. Pedro rió. —Estaba un poco borracha — admitió, y fue recompensada con un largo dedo deslizándose por sus inflamados pliegues—. Oh Dios...
—¿Un poco borracha? ¿Al igual que estás un poco húmeda en este momento?
Tenía las mejillas sonrojadas. —Algo así.
—La rosa me resulta familiar —dijo casualmente, mientras deslizaba su dedo dentro de su opresión—. ¿De dónde es?
Paula se arqueó, aspirando una profunda respiración. Él movió lentamente su dedo dentro y fuera mientras presionaba contra el manojo de nervios. Todo su cuerpo temblaba y sus pechos se tensaban, alzándose.
Y añadió otro dedo, extendiéndola. —Maldita sea, estás tan
apretada.
Cada parte de ella se sentía increíblemente tensa, como si estuviera a segundos de reventar. Su estómago se estremeció y finos dardos de placer zigzaguearon a través de ella. La liberación enrollada profundamente dentro de ella, atrayendo su cuerpo a un punto clave.
Entonces se detuvo, retirando aquellos maravillosos dedos. — ¿Paula?
Sus ojos se abrieron en ranuras. Él le devolvió la mirada, la suya sonreía, pero con un hambre oscura en sus ojos.
Alargaría esto hasta que ella se volviera loca y le encantaba cada segundo de ello. Pero no podía tomar el sublime dolor por más tiempo.
Alargaría esto hasta que ella se volviera loca y le encantaba cada segundo de ello. Pero no podía tomar el sublime dolor por más tiempo.
—Es la rosa de La Bella y la Bestia —admitió.
—¿Qué?
—¿Ya sabes? ¿La rosa que se marchita y está encantada? —Dejó caer la cabeza hacia atrás y cerró los ojos—. Era mi película favorita cuando era una niña y una noche me emborraché. Terminé con el tatuaje.
El silencio se extendió hasta el punto en que temió que se hubiera aburrido de ese juego, pero al siguiente segundo sintió su cálido aliento moverse sobre ella y todo su cuerpo se tensó.
Entonces, la besó donde le dolía tanto.
Un grito ahogado salió de sus labios, aumentado con un
pecaminosamente profundo golpe de su lengua. El intenso placer floreció mientras continuaba lamiéndola, deslizándose profundamente dentro y luego saliendo, rodeando la sensible protuberancia. Luego deslizó un dedo
dentro de ella y apretó su clítoris, haciendo coincidir las embestidas de sus dedos con las de su boca.
Pedro nunca sintió algo tan intenso como esto. La presión se cerró sobre ella, arrastrándola hacia abajo. Luchó desesperadamente contra su respuesta, pero sus caderas se retorcieron y luego empujaba contra su hábil mano y boca sin pudor, su cabeza moviéndose de aquí para allá
mientras la respiración se aceleraba en su pecho.
—Suéltalo —la instó Pedro con vehemencia—. Sólo déjalo ir y déjame complacerte. Vamos.
Cada tirón de su boca la hizo gritar. Con las manos atadas, no podía agarrarse a nada, no podía centrarse en medio de las fuertes olas de placer. Era absolutamente impotente ante él y ante los deseos que asolaban su cuerpo. Pedro introdujo otro dedo, sus dientes raspando su carne sensible y luego lo soltó.
Paula explotó. La tensión se deshizo tan rápidamente en su interior que gritó su nombre mientras los espasmos atormentaban su cuerpo. Se rompió y voló, sacudida hasta la médula cuando su liberación era como chispas atravesándola. La contuvo a través de todo, empapando cada rodante cresta de placer suya.
Sólo cuando se hundió de nuevo en el colchón, sin huesos y sin aliento, él se detuvo. Presionando un beso en la cara interna de su muslo y luego debajo de su ombligo, se levantó, tomando su boca. El sabor de él y el suyo era como ser intoxicada.
Dios, esperaba no terminar con un tatuaje de una taza de té
cantando para el final de la noche.
Pedro la acarició con la palma por su costado, ahuecando un pecho. —Hermosa —dijo, frotando la punta de su nariz sobre la de ella—. Eres absolutamente hermosa cuando pierdes el control.
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