miércoles, 15 de octubre de 2014

CAPITULO 23




Después de un orgasmo, Paula era como un gatito contento en lugar de una tigresa dispuesta a rasgarlo con sus afiladas garras. Se relajó contra él por unos momentos mientras recuperaba el control de sí mismo.


Estuvo a punto de perderlo sin quitarse los vaqueros.


Nunca se había encendido tanto mientras le daba placer a una mujer. Estaba tan excitado que en realidad era doloroso, pero se obligó a acostarse a su lado, ociosamente rozando el atractivo pico rosado de su pecho con el pulgar. 


Le gustaban sus pezones y sus pechos y la forma en
que sabían a miel en sus labios y cómo los ahuecaba y...


Demonios, sólo le gustaba.


Sin embargo, "gustar" era una palabra débil para describir la forma en que su corazón golpeaba con fuerza contra su pecho como una taladradora. Inclinándose sobre ella, besó la punta de su pecho. Sonrió cuando ella se estremeció y luego suspiró. Levantando la vista, dejó que su mirada viajara por su rostro. Tenía que ser uno de los momentos más raros cuando lucía absolutamente relajada, los labios entreabiertos y los ojos cerrados. Gruesas y oscuras pestañas abanicaban sus mejillas.


Antes no cantaba mierda poética. Para él, ella era absolutamente preciosa.


Sus pestañas revolotearon hasta abrirse. —Eso fue...


—¿Increíble? —Arqueó una ceja—. Lo sé.


Una suave risa tintineante vino de ella, y hubo un espasmo en algún lugar cerca de su pecho. —Tu modestia es increíble.


Sonrió.


Ella intentó levantarse ya que sus brazos todavía se encontraban atados detrás de su espalda. Comenzó a ponerla en libertad, pero sus palabras lo detuvieron. —¿Qué hay de ti?


Ambas cejas se elevaron. —¿Qué pasa conmigo?


Su mirada cayó a donde un bulto se tensaba contra sus pantalones y ella se humedeció los labios. Su polla se sacudió en respuesta. —Antes, dijiste que planeabas poner mi boca en buen uso.


Había dicho eso, y carajo si no lo deseaba más de lo que jamás había deseado algo en su vida, pero...


Pedro meneó la cabeza.


La lengua de ella se movió contra sus labios y cualquier pequeño grado de duda que se había estado gestando en su pecho, se evaporó como el humo. Sus ojos eran grandes y oscuros con pasión, su cabello un lío cayendo sobre sus hombros y encrespándose alrededor de sus pechos. Era
la primera vez que la había visto tan... tan libre.


Y joder, era perfecta.


—Bueno, entonces... —Se levantó, desabotonando sus pantalones.


Se los quitó en menos de un segundo.


Su mirada cayó, e hizo un sonido que a su polla realmente le gustó.


Estaba duro, sobresaliendo en el aire, y tan cerca de perderlo que si seguía mirándolo así, se vendría en ese momento.


Agarrando sus hombros, la colocó de rodillas delante de él y luego se inclinó, capturando sus labios en un beso abrasador que terminó demasiado pronto. Luego se enderezó ante ella.


Con las muñecas aseguradas a la espalda, su pecho hacia arriba y los ojos muy abiertos, podía absolutamente comérsela, una lamida a la vez. Y estaba muy tentado a hacerlo otra vez, pero ella levantó la barbilla, mirándolo a los ojos.


—¿Qué es lo que querías que hiciera? —Su voz era jadeante.


Como pensaba antes, era jodidamente perfecta.


Envolvió la mano alrededor de la base de su pene, la humedad ya bordeaba la cabeza. —Chúpame.


Algo francamente malvado brilló en sus ojos, y entonces bajó la barbilla. Su cabello se deslizó hacia delante, ocultando su rostro. Sintió su aliento primero y sus bolas se apretaron, entonces su caliente y húmeda boca se deslizó sobre la cabeza de su polla.


Inclinó la espalda mientras gemía. Ella lo tomó, deslizando la lengua por la cabeza mientras se movía en la cama, balanceándose sobre sus rodillas. Le recogió el cabello con su mano libre y le ladeó la cabeza para que pudiera tomarlo más profundo, y así lo hizo.


Paula casi se tragaba su longitud y eso no era fácil.


Ella movía la cabeza arriba y abajo, girando su lengua mientras chupaba largo y duro. Cada músculo de su cuerpo se tensó. Trató de quedarse quieto, pero cuando sus dientes rozaron la sensible cabeza, no pudo contenerse.


Sus caderas empujaron hacia adelante mientras miraba sus mejillas hundirse cuando tiraba de su polla. Sus pestañas subieron y ambas miradas chocaron por un instante. Algo en sus ojos lo rompió en dos. La liberación se encendió bajando por su espina dorsal. Intentó retirarse, pero ella lo siguió y si no se hubiera detenido, se habría caído de la cama. La jodida visión arrasaba sus sentidos. La forma en que su cuerpo se curvaba hacia él, como estaba tan dispuesta con las manos atadas a la espalda.


Era demasiado.


Se vino, sus caderas sacudiéndose violentamente, y ella se mantuvo con él, tarareando suaves sonidos de placer. Se vació en su caliente boca, gritando con voz ronca mientras se estremecía sin cesar. El orgasmo...


Maldición... se sentía como si nunca terminaría. Apretó la mano contra la parte posterior de su cabeza, sosteniéndola hasta el último dolorosamente perfecto pulso.


Lentamente, se apartó de ella, con las piernas extrañamente débiles mientras arrastraba una profunda respiración. La miró, su pecho subiendo y bajando entrecortadamente. —¿Estás bien?


Paula asintió mientras se mordía el labio. —¿Y tú?


Tosió una carcajada. —Jodidamente perfecto.


El rosa manchaba sus mejillas mientras desviaba la mirada. 


Se sentó sobre sus piernas, dejando escapar un pequeño bostezo. Estaba agotada y debería dejarla estar. Ambos habían buscado y encontrado su placer, pero no se encontraba listo.


Después de experimentar su boca en él, y su sabor, de ninguna manera esta sería la última vez. Desatando rápidamente sus muñecas, casi cayó de espaldas, tirando de su desnudo cuerpo hacia el suyo, y envolvió un posesivo brazo sobre su cintura, encajándola cerca. Paula se puso rígida contra él, con la espalda muy recta y los brazos torpemente atrapados entre sus cuerpos húmedos. ¿Así que acurrucarse no era lo suyo?


Tampoco era un gran fan de ello, pero extrañamente, la quería a su lado, y ella iba a tener que lidiar con eso.


Cuando la tuvo donde quería, él recogió sus muñecas en sus manos y comenzó a masajear la piel.


Poco a poco, mientras los segundos se convirtieron en minutos, Paula se relajó contra él. Su respiración se niveló, y su cuerpo se fundió en el suyo.


No había manera en el infierno de que Pedro estuviera dejándola ir pronto

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