miércoles, 15 de octubre de 2014

CAPITULO 24



Pedro terminó durmiendo la noche del sábado en su habitación, tumbado gloriosamente desnudo sobre la cama y con el brazo posesivamente sobre su cintura. Obviamente nunca había estado más cómoda en su vida que presionada a él, sin ninguna barrera separando su carne, pero no se podía permitir quedarse dormida mientras él roncaba suavemente.


Los amantes dormían juntos después de tener sexo, no dos personas que estaban enrollándose.


En sus pasadas, aunque breves relaciones, tuvo problemas para dormir en la misma cama con alguien. Incluso con Elias, que fue la relación más larga en la que había estado, nunca fue capaz de relajarse lo suficiente para dormir cómodamente. Eso tenía que significar algo, ¿cierto?


Pero la noche anterior... Oh, Dios, después de alrededor de una hora, sus párpados se volvieron demasiado pesados como para mantenerlos abiertos y se había relajado en él. 


La realización sacudió su desvelo y, en pánico, se deslizó de sus manos, recogió su ropa y durmió en el sofá de la planta baja.


Pasó la mayor parte de la mañana del domingo, y más tarde, evitando a Pedro, que parecía estar bien con ello. 


Las pocas veces que cruzaron caminos en la casa no fue agradable para ninguno de los dos. Él parecía enojado con ella, pero ¿por qué? No estaba segura.


Una parte de ella no lamentaría lo que había ocurrido la noche del sábado. Dios Santo, no. Lo qué él había hecho con ella alimentaría sus fantasías durante mucho tiempo, pero, ¿cómo podría mirarlo otra vez sin sentir su caliente boca sobre ella? ¿Cómo lo olvidaría?


Tal vez pensaba demasiado las cosas.


Estaba plegando y desplegando su recién adquirido mueble para ropa, por centésima vez, cuando Pedro apareció en la puerta. Al momento en que su mirada conectó con la suya, el calor zigzagueó a través de sus mejillas y se sintió tonta por ruborizarse tan fácilmente.


—¿Tienes hambre? —preguntó, con expresión impasible.
Su estómago rugió en respuesta. Lo único que había comido era un panecillo con queso crema. —¿Qué tienes en mente?


—Pensé que podíamos salir y comer algo.


Por alguna razón, su corazón se desplomó sobre su pecho. 


—¿Salir y comer?


Obviamente confundiendo su respuesta chillona con miedo, él suavizó sus rasgos. —Conozco un lugar. Mis hermanos y yo vamos allí todo el tiempo. Será seguro.


Era mejor si pensaba que ella tenía miedo en lugar de conocer la verdad. ¿La cual era qué? ¿El repentino aumento en su ritmo cardíaco era debido al entusiasmo? Eso era una estupidez. No se trataba de una cita.


Calmadamente, colocó la camisa doblada sobre la cómoda. 


—No tengo nada bonito para ponerme.


—Lo que estás usando está bien —contestó, retrocediendo de la puerta—. No es ese tipo de lugar. ¿Te animas?


¿Podría decir que no? Alisando sus manos repentinamente húmedas a lo largo de sus vaqueros, forzó una sonrisa tensa. —Sí.


Pedro la observó un momento y luego hizo a un lado, con un gesto hacia adelante. Mientras caminaba junto a él, Paula sintió caer su mirada. —Me gustas en vaqueros.


Arqueó una ceja mientras sus labios se torcían. —¿Me atrevo a preguntar por qué?


Calientes ojos cobalto se deslizaron lentamente hacia los suyos. Una media sonrisa apareció. —Tiene que ver con lo bien que acunan tu culo esos bolsillos.


Una carcajada brotó de Paula, sorprendiéndola y aparentemente a Pedro por el repentino cambio en su mirada. No sabía lo qué era. Las bromas eran más que inapropiadas, pero algo en ellas reducía la frialdad de su exterior.


—Deberías hacerlo más a menudo —dijo, siguiéndola por el pasillo.


—¿Qué?


Pedro la pasó, por lo que bajó primero las escaleras. —Reír.


No respondió a eso. Esperó en la puerta de entrada, mientras que él agarraba las llaves, entonces lo siguió a su camioneta. Una vez más, señaló el detallado y casi perfecto paisaje que rodeaba la calzada y el pórtico. Algún día le gustaría comprar una casa con un patio.


—Vas a tener que dejarme saber a quién contrataste para hacer tu jardín —dijo una vez que estuvo dentro de su camioneta—. Es hermoso.


Él soltó un bufido. —¿Contratar? No contraté a nadie. Lo hice yo mismo.


Sus ojos se ampliaron. —¿Sí? —Miró por la ventana, echando un vistazo a los arbustos recortados, las rosas que estaban a meses de florar, las margaritas coloridas de principios de la primavera que se estiraban hacia los rayos del sol—. Eres bueno con las manos.


—Así es. —Sus labios se curvaron sensualmente.


Los músculos bajos en su estómago se tensaron. Era muy bueno con sus manos y su boca y su lengua... Se movió en su asiento cerrando los ojos, pero ya era demasiado tarde. 


Calor se desplegó en sus venas. Se atrevió a dar un vistazo rápido a Pedro, sabía que él era plenamente consciente de a dónde había llevado la conversación su cuerpo.


Mientras salía de la calzada, él le lanzó una mirada apreciativa que comenzó en los labios y terminó en su pecho. Su abierta sexualidad estaba lejos de ser reprimida; eso la excitaba y la hacía desear más.


Son sólo dos personas enrollándose, se recordó a sí misma, y debería estar de acuerdo con eso, pero extrañamente, se sentía vacía.


Necesitaba una distracción. —¿Así que te gusta la jardinería?


Pedro se encogió de hombros mientras su mirada se desviaba hacia el espejo retrovisor. —Me gusta estar al aire libre y creo que me gusta hacer cosas, ¿sabes? Tomar una parcela estéril de tierra y crear algo que brote de ella. Y soy bueno con las plantas. —Una rápida sonrisa cruzó su cara—. Mis hermanos dicen que tengo un pulgar verde.


—Envidio eso —admitió—. Puedo matar a un cactus en menos de dos horas.


Él se rio profundamente, y encontró a sus labios respondiendo al sonido. —Es muy difícil matar a un cactus rápidamente.


—Si eres yo, no. —Miró por la ventana, observando las casas disminuyendo lentamente, desapareciendo entre los negocios—. Pero quiero algo así algún día.


—¿Piensas comprar una casa pronto?


—Me gustaría establecerme.


La miró y luego sus ojos se posaron en el espejo retrovisor, una vez más. —¿Entonces te vas a quedar aquí?


—Me gustaría. —Sus pensamientos se tornaron melancólicos, algo que no era común—. Me gustaría tener un... un hogar.


Pedro estuvo en silencio por un momento. —No tenías mucho de eso cuando creciste, ¿cierto?


Casi se olvidó lo que admitió la primera noche en su casa. 


Se removió en el asiento, deliberadamente estudiando sus uñas. Una manicura estaría bien. No tener una conversación como esta sería genial, pero su boca se abrió y comenzó a hablar.


—Mamá nunca estaba en casa y, si lo hacía, no estaba realmente allí. Era como un fantasma —dijo, suspirando—. No nos quedábamos en un apartamento demasiado tiempo. No podía mantener un trabajo para garantizar su vida, o la mía. Con el tiempo me enviaron a la casa de mi abuela.


—¿Y su casa no era como un hogar?


Su mirada se desvió a la luz roja que los detenía. —Su casa era... era fría. Quiero decir, me amaba y creo que estaba feliz de tenerme allí, pero también creo que había terminado de criar niños, ¿sabes? Yo era inesperada.


Su mandíbula se apretó. —¿No querida?


Paula contuvo el aliento ante la pregunta directa, pero era cierto. Su abuela la amaba, pero probablemente hubiera querido no tener que criarla.


Pedro puso su mano en la rodilla y la apretó. Al principio, ella quiso alejarla, pero lo único que podía hacer era mirar aquella gran mano masculina. Algo se calentó en su pecho y ahora... ahora quería poner su mano sobre la de él.


—Entiendo perfectamente —dijo, apretando de nuevo—. Creo que mis hermanos y yo estaríamos muy mal parados si no fuera por la familia de Mariana.


Lo miró, mordiendo su labio inferior. Tenían eso en común. 


No era la cosa más genial para compartir. En otro semáforo en rojo, sus ojos se encontraron con los de ella y tomó un gran esfuerzo desviar la mirada.


Su mano seguía en su rodilla.


Le gustaba eso.


Tiempo para otro cambio de tema. —¿Siempre quisiste ser un guardaespaldas?


Pedro le dio una pequeña media sonrisa. —Ya no hago mucha protección personal. Dirijo el negocio y meto mis manos en casos especiales. —Le guiñó un ojo, y maldita sea si no era sexy.


—Eso no responde a mi pregunta —dijo, sintiendo sus labios curvarse en una sonrisa.


—No lo sé. —Su mano se deslizó una pulgada más arriba en su pierna—. Siempre fui de... estar atento a otras personas… mis hermanos, Mariana, y su hermano. Sólo es algo que me viene naturalmente.


—¿Cómo jugar a la pelota es natural para Patricio?


—Supongo. Fui el único que pudo elegir lo que quería hacer. Patricio siempre jugaba a la pelota, desde que tuvo la edad suficiente para tomar una. Y Pablo estaba preparado para encargarse del negocio de nuestro padre, ¿pero yo? Sí, podía hacer lo que sea.


Interesada, lo miró. —¿Fuiste a la universidad?


—Sí. ¿Te sorprende?


—No. —Sabía que no era más que todo músculo, a pesar de que le gustaba decir eso—. ¿Qué estudiaste? ¿Patear culos?


Se rio profundamente, causando que la sonrisa de Paula se hiciera más grande. —Cariño, no tenía que estudiar eso. Yo podría enseñar esas clases.


—Por supuesto.


Sonriendo mientras revisaba el espejo retrovisor, cambió de carril. — De hecho, me especialicé en ciencias de la computación.


—Nerd —bromeó.


—Soy un jodido nerd —corrigió, deslizando el pulgar a lo largo de su muslo—. ¿Qué hay de ti? ¿Siempre quisiste ser una publicista para corruptos, malcriados, y mimados?


Su mirada se desvió a la mano. —Me especialicé en comunicaciones, con un curso en sociología. En realidad quería ser psicóloga, pero me di cuenta de que no tendría la paciencia para eso. —Se rio suavemente—. No es una gran sorpresa, ¿Cierto?


—Nunca —murmuró.


—Pero me gustó la idea de... de arreglar las cosas… a la gente. — Lanzó otro rápido vistazo—. Repararlas.


Pedro se quedó en silencio por un momento. —Sin embargo, algunas personas no pueden ser reparadas.


Paula pensó en el senador. ¡No jodas! —Entonces, hago todo lo posible para mantenerlo en secreto para el público en general.


—Haces un gran trabajo —dijo, y la sorprendió lo genuino de su tono—. Quiero decir, demonios, peleaste con mi hermano, y eso tuvo que haber tomado un pequeño acto de Dios.


Se encontró ruborizándose. —Gracias... gracias.


—Creo que no lo has oído lo suficiente.


Nop. Ser una publicista significaba que no te dieran una palmadita en la espalda a menudo, porque cuando uno era exitoso, nadie sabía quién era el publicista detrás de todo. 


Un trabajo muy ingrato, pero no lo acepto por ese motivo.


Se humedeció los labios. —Tú eres... no eres como pensaba.


—¿Cómo pensaste que era?


—No lo sé. —Era muy difícil explicarlo con palabras—. Es que me has sorprendido. Eso es todo.


Pedro sacó con cuidado la camioneta del tráfico, entrando en un estacionamiento. —Bueno, estamos aquí.


El restaurante no era definitivamente de clase alta, más como de tipo cadena, pero estaba bien con eso, cómoda con el ambiente tranquilo.


Se estiró para llegar a la manija de la puerta.


—Espera —la detuvo Pedro, y ella se giró.


Cuando abrió la boca, él se inclinó, cerrando la distancia entre ambos. Comenzó a retroceder, pero su mano se deslizó alrededor de su cuello, sosteniéndola en su lugar. El beso fue suave... y era más dulce de lo que nunca creyó que él besaría, como si fuera un pedazo frágil de un tesoro que sólo empezaba a explorar.


Se apartó lo suficiente para hablar, sus labios rozaron los suyos. — No vamos a cenar solos.


Le tomó un momento para que esa declaración se asentara a través de la bruma que dejó el beso. —¿No?


Su mano se deslizó fuera de su nuca, dejando ligeros escalofríos a su paso mientras se sentaba de nuevo, tirando las llaves del contacto. — Vamos a cenar con Pablo y Mariana.


Paula se quedó inmóvil, su corazón cayendo a sus rodillas. 


—¿Qué?


—Todo está bien. Vamos.


Cuando no se movió, él salió de la camioneta y caminó hasta su lado. Al abrir la puerta, extendió una gran mano. 


Una sonrisa burlona apareció mientras esperaba.


—Nosotros... no podemos cenar con ellos —dijo.


Sus cejas se elevaron. —¿Y por qué no?


—A tu familia no le gusto a causa de Patricio —Su respiración subió demasiado rápido en su pecho—. ¿Por qué no dijiste algo en tu casa? Te habría dicho que no.


—Es por eso que no te dije. Quería que vinieras conmigo.


Lo miró boquiabierta. —¿Por qué?


—¿Por qué no? —desafió.


No tenía sentido para ella. ¿Por qué la querría llevarla a cenar con su hermano y Mariana? Él era su guardaespaldas, uno muy apropiado, pero lo que sea. Esto parecía como... como una cita real.


Movió los dedos. —¿Estás asustada, Paula?


—¿Qué? —resopló—. No.


—Entonces bájate de la maldita camioneta.

5 comentarios:

  1. Me encantaron los capítulos! me encantan ellos! Lo q va a ser esa cena!!!!

    ResponderEliminar
  2. jajajajjajaja ! se juntaron dos carácter fuertes .. mama mía !! pero se atraen y son fuego los dos ;)

    ResponderEliminar
  3. Me encantó la novela! Pofis pasala cuando subas capítulos! @AmorPyPybb

    ResponderEliminar