jueves, 16 de octubre de 2014
CAPITULO 25
Sus ojos se entrecerraron hacia él. No había mucho que pudiera hacer, a menos que quisiera quedarse sentada en la maldita camioneta.
Suspirando, golpeó su mano a un lado y se bajó por su cuenta.
Pedro rió.
—Cállate —refunfuñó ella.
Impasible, pasó su brazo por encima de su hombro. —Va a ser genial. Te divertirás. Y te va a gustar Mariana.
Paula no sacó su brazo, diciéndose que era porque él hacia un gran trabajo bloqueando el frío del aire, pero se detuvo en la puerta. —¿Ellos están de acuerdo con esto?
—Sí. —Abrió la puerta, señalando que entrara.
No tomó demasiado tiempo encontrar a Mariana y Pablo sentados en las cabinas rojas de la derecha. No cuando Pablo casi aulló en el momento que Pedro llegó al puesto de la anfitriona. Nerviosa e insegura de lo que hacía aquí, respiró hondo y miró la mesa.
Descubrió dos cosas bastante rápido, mientras seguía a Pedro a la cabina.
Las imágenes de Mariana Gonzales que había descubierto mientras trabajaba con Patricio no le hacían justicia a la pequeña rubia. La joven mujer era todo lo que Paula no era: pequeña, extraordinariamente hermosa con todas las ondas rubias y ojos grandes. Por lo que podía ver del ligero suéter que usaba, ella se sentaba y vestía con una elegancia innata.
¿Y finalmente? Por la expresión en el rostro de Pablo, ellos no tenían idea que Pedro la traería.
Hombre, quería golpearlo en el estómago, o en las bolas, en este momento.
La parte posterior de sus orejas ardían mientras los grandes ojos de Mariana rebotaban de Pedro a ella y luego a Pablo, cuando Patricio se deslizó en la cabina. Su cuerpo se sentía rígido cuando se sentó, apretando las manos en su regazo.
—Conoces a mi hermano. —Pedro comenzó las presentaciones—. Esta es Mariana. No creo que ustedes se conozcan.
Llamando a cada gota de profesionalismo en ella, Paula extendió la mano y sonrió. —No. No lo hacemos. Es un placer conocerte.
Mariana le sacudió la mano. —Es… um, muy bueno conocerte, también.
El calor empezó a deslizarse por su nuca. —¿Te sientes mejor? — Cuando una mirada de confusión alcanzó los rasgos de Mariana, Paula apretó las manos con tanta fuerza que sus uñas comenzaron a cavar en su piel—. Estaba en la casa de Pedro el viernes por la noche cuando el refresco de jengibre y las galletas saladas fueron mencionados.
—Oh. Sí. Es cierto. Pablo mencionó toparse contigo. —Sonrió mientras miraba a Pablo—. Gracias. Sólo fue un rápido virus estomacal.
Pablo asintió, pérdida sobre qué decir en este punto. Era como si nunca antes hubiera trabajado con público o en situaciones incómodas.
—¿Qué van a comer, chicos? —preguntó Pedro, mirando el menú como si los cuatro comieran juntos todo el tiempo.
Paula ya no tenía tanta hambre.
—Filete —respondió Pablo, alternando entre mirar fijamente a Paula y boquiabierto a su hermano—. ¿Cariño?
Mariana parpadeó una vez. —Pollo.
—¿Qué hay de ti? —Pedro le sonrió y convulsionó su estúpido corazón abandonado por Dios.
Rápidamente miró el menú y pidió una ensalada. Pedro se burló de eso, presionándola para que ordenara algo más, por lo que se decidió por una orden de patatas fritas.
El silencio en la mesa fue interrumpido cuando la mesera apareció y tomó sus órdenes, pero eso fue sólo un ligero respiro.
Pablo se apoyó en la cabina, doblando los brazos. Su expresión, la frialdad distante, le recordó a Pedro. —¿Así que ahora te vas a quedar en D.C.?
Agarrando el borde de una servilleta, asintió. —Estoy trabajando en Images.
—Oh —dijo Mariana—. Eso no es demasiado lejos del Smithsoniano.
Dándole una larga mirada a Pedro, Pablo arqueó una oscura ceja. —¿Ya has hablado con Patricio?
—Nop. —Pedro tomó su vaso, mirando a su hermano por encima del borde.
Paula se movió incómoda, de alguna manera olvidando hasta ese momento que Barbara no sólo trabajó con Mariana, sino que también eran amigas. ¿Cómo en el mundo se le olvidó? Estaba más allá de ella.
—Yo sí —respondió Pablo.
Los ojos de Mariana se ampliaron mientras fijaba su mirada en el plato vacío delante de ella, y Paula quería arrastrarse bajo la mesa.
—Sí, lo sé. —Un músculo comenzó a marcarse en la mandíbula de Pedro.
Pablo encontró la mirada de su hermano. —¿Creías que no iba a decírselo?
—¿Crees que me importa?
Paula cerró los ojos mientras inhalaba una suave respiración. No hacía falta la lógica para saber que Pablo hablaba de ella, y que Patricio no estaba contento en absoluto.
—Hombre, después de todos estos años, todavía puedes
sorprenderme. —Pablo negó con la cabeza—. Un talento bastante asombroso.
—Pablo —susurró Mariana.
Ella notó el disgusto de Pablo y la incomodidad con la situación actual. En todo caso, los hermanos eran muy protectores entre sí. Los hermanos Alfonso rodeaban sus autos entre ellos. Cuando era más joven, le había gustado imaginar que ella tenía un hermano mayor que salía en su defensa.
Estúpidas lágrimas pinchaban en sus ojos.
La cena fue un gran error.
—Disculpen —murmuró—. Necesito ir al baño.
Cuando Pedro se paró, su piel hormigueó mientras se deslizaba fuera de la cabina. Forzando una sonrisa que se sentía frágil, rápidamente bordeó las concurridas mesas y se dirigió al baño, su barbilla en alto y la columna recta. Sabía que cuando las miradas se lanzaran en su camino, todos verían una fría máscara, pero por dentro, todo era un torbellino.
Paula no pertenecía a allí.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario