miércoles, 8 de octubre de 2014
CAPITULO 8
Pedro se encontraba oficialmente preocupado.
Paula no dijo ni una palabra desde que le dio las instrucciones para llegar a su apartamento. Teniendo en cuenta lo bocazas y absolutamente frustrante que por lo general era, su silencio tenía que ser una mala cosa.
La miró mientras se acercaba a un semáforo, el rojo de la luz iluminando su perfil. Miraba por la ventana, mordiéndose el labio inferior.
Tenía los brazos cruzados, manteniendo el archivo apretado contra su pecho como un escudo.
No protestó cuando llamó a Mauro para que consiguiera una grúa.
Y tampoco preguntó por qué no contactó a la policía.
Pedro sabía que probablemente la tratarían de la misma forma que él lo había hecho cuando le pidió su ayuda.
Bueno, a excepción del comentario sobre “querer follar”. Claro, irían a su casa y la comprobarían en algún momento esa noche. La ciudad estaba llena de delincuencia y
vandalismo, y una posible irrupción no sería prioridad en su lista de preocupaciones.
Dios, se sentía como un idiota gigante por no darle importancia.
No creía que su vida estuviera en peligro, las cartas y un coche destrozado no era suficiente, pero algo definitivamente pasaba. Qué era exactamente y en qué medida iba a suceder, no estaba seguro todavía. La nota se hallaba doblada en su bolsillo, prácticamente haciendo un agujero en él. Quería verla de nuevo, ver si había cualquier cosa además de esa palabra. Su hipótesis inicial seguía siendo una llamada de atención. Nada demasiado serio, tal vez algún ex novio cabreado, o un cliente, nada como para contratar a un guardaespaldas. Pero si su apartamento realmente fue asaltado, entonces eso era una historia diferente.
Había una parte de Pedro —lo reconocía— que sólo quería que todo aquello fuera un montón de nada. La idea de que alguien en serio quisiera herir a la mujer sentada en silencio junto a él le retorcía el intestino de una manera a la que no quería prestarle atención. Era mucho mejor para la paz de su mente creer que se trataba de una broma de algún
ex-cliente descontento, que algo mucho más peligroso.
Pedro estacionó su camioneta en el garaje junto al aparcamiento de los departamentos de gran altura. Su observación inmediata del edificio señaló varios riesgos en la seguridad. Era un buen barrio, no conocido por una gran cantidad de delitos graves, pero no vio ningún portero, lo que significaba que cualquiera podía ir y venir a su antojo.
No parecía haber cámaras de seguridad en la entrada del garaje o en el interior, al menos ninguna que fuera evidente y convenciera a los posibles autores. La iluminación en el garaje apestaba, lo que hacía que fuera fácil para cualquiera estar escondido. No le gustaba nada eso.
Mientras estacionaba la camioneta y apagaba el motor, la observó. — ¿Estás bien? —La pregunta lo puso extrañamente incómodo.
Paula finalmente encontró su mirada y asintió brevemente. —Estoy bien.
Eso era discutible.
Aclarando su garganta, ella tomó la manija de la puerta. —Gracias por traerme a casa, pero puedo llamar a la policía y dejar que ellos se encarguen de aquí en adelante.
—Vine hasta aquí, así que voy a revisar tu apartamento.
Ella se hallaba fuera de la camioneta con sorprendente rapidez, dando un portazo.
Pedro maldijo entre dientes y salió, encontrándola de pie cerca de su lado, con la mano extendida.
—Voy a necesitar la nota, por favor. —Su voz era cortante,
profesional y fría.
Los ojos de Pedro se estrecharon. En lugar de entregarla, caminó alrededor de ella y se dirigió hacia la entrada del ascensor. —Estoy comprobando tu apartamento y luego hablaremos. Lo digo en serio. No voy a discutir contigo.
Hubo un momento en el que creyó que iba a quedarse allí y él iba a tener que volver y arrastrarla a su apartamento.
—Maldita sea, eres molesto —resopló ella, alcanzándolo—. Un dolor en mi culo.
Sus labios temblaron mientras luchaba contra una sonrisa.
—Me encantaría estar en tu…
—Ni siquiera termines esa declaración —le espetó ella.
Él se rio entre dientes, feliz de ver un poco de color regresando a sus mejillas. —¿Qué piso?
—Dieciséis. —Permaneció en silencio mientras entraban en el ascensor—. ¿Ahora me crees?
Pedro no respondió de inmediato, y ella hizo un sonido que le recordaba a un pequeño animal indefenso y descontento.
Cuando llegaron a su piso, le dijo su número. —Quédate en el ascensor hasta que te dé el visto bueno —advirtió.
Sus ojos se estrecharon. —¿Por qué?
—Porque yo lo digo. —Se dirigió hacia la puerta, pero se detuvo—. Lo digo en serio, Paula. Quédate aquí.
Ella inhaló profundamente. —Está bien. Me quedo.
Le sostuvo la mirada por un momento y luego se dirigió hacia la puerta. Probando el picaporte, se encontró con que estaba cerrado con llave. Eso era una buena señal. —Arrójame tus llaves.
Metiendo la mano en su bolsillo, Paula sacó las llaves, sonrió, y luego las arrojó.
Directo a su rostro.
Le tomó un segundo antes del impacto. Ella sonrió cuando sus ojos se estrecharon. Tenía la sensación de que si pasaba en su presencia otros quince minutos, ella iba a terminar encima de su rodilla.
Haciendo frente a una paciencia que normalmente no le ofrecería a nadie, Pedro abrió la puerta y luego deslizó las llaves en su bolsillo.
Necesitaba su mano libre para otra cosa. Llegando a su espalda, sacó su pistola.
—¿Tienes un arma? —preguntó ella entre dientes, con los ojos muy abiertos.
Pedro le lanzó una mirada burlona. —Mi trabajo requiere algo de eso, y te dije que te quedaras en el ascensor.
Ella abrió la boca, pero luego la cerró mientras retrocedía,
sosteniendo ese maldito archivo contra su pecho. Le envió una última mirada de advertencia y luego entraron a su apartamento. Era dudoso que alguien todavía estuviera allí, pero quería asegurarse de eso antes de que ella pusiera un pie molesto en el lugar.
Moviéndose en silencio por la puerta de entrada, comprobó la cocina. Una puerta corrediza de cristal daba a un balcón, junto a una escalera de incendios. No era bueno. La puerta cerraba desde adentro, pero sabía por experiencia que cualquiera con un brazo fuerte podía abrir una de esas.
Luego desvió su atención hacia la sala de estar.
Una pequeña lámpara se encontraba encendida al lado de un sofá, emitiendo un resplandor suave. No se sorprendió por el diseño simple, minimalista, y por cómo no parecía haber una almohada fuera de lugar en el sofá, o una sola pieza de nada en el suelo. La Señorita Palo en el Culo
probablemente nunca tuvo un zapato fuera de lugar.
Considerando la sala de estar y la cocina vacías, procedió por un pasillo, controlando un cuarto de baño y una oficina antes de entrar en el dormitorio principal. La habitación olía a Paula. Lila y vainilla, se dio cuenta, espiando las pequeñas botellas de loción en su tocador. Y entonces su mirada cayó sobre su cama.
—Cristo —murmuró.
Descansando sobre el edredón, cuidadosamente escondido, estaba un camisón negro. Apenas un pedazo de material que, él se imaginaba, no cubriría mucho.
Se forzó a continuar hasta el cuarto de baño y luego revisó el vestidor. Ambos vacíos. Había vuelto a enfrentar esa maldita cama, cuando una voz vino desde los recovecos del pasillo.
—¿Encontraste algo?
—¡Jesús! —Pedro se dio la vuelta, metiendo el arma en la funda situada en su espalda—. ¿No te dije que esperaras afuera?
Hizo caso omiso a la pregunta mientras asomaba la cabeza en el dormitorio. —¿Lo hiciste?
Al pasar junto a ella, él la agarró por el brazo y la condujo de vuelta a la sala de estar. —¿Has dejado las luces encendidas?
—Sí. —Quitó su brazo en un movimiento tan dramático, que él se preguntó cómo no se arrancó el brazo—. Así que, ¿no hay nada fuera de lugar?
—Tú dime. —La vio mirar alrededor, totalmente imaginándola en ese camisón. Sip. Su pene estaba duro otra vez.
—Todo se ve bien para mí —dijo.
Sus labios se fruncieron, y entonces ella se alejó por el pasillo.
Pedro se quedó por un momento y luego la siguió, encontrándola delante de un escritorio de roble de tamaño mediano. El archivo todavía estaba apretado en una mano, y ella tenía un bloc de notas en la otra cuando lo enfrentó.
—Mira —dijo, e hizo un gesto como si estuviese sosteniendo los archivos triturados de Watergate. Sus gafas estaban ligeramente torcidas sobre la nariz. La necesidad de acomodarlas le salió de la nada, ¿qué coño pasaba con eso?—. Este es mi bloc de notas. Lo hicieron especialmente
para mí —agregó.
Preguntándose quién se tomaba el tiempo de conseguir un bloc de notas personalizado, Pedro sacó la nota y la desdobló. Definitivamente coincidían. La palabra había sido escrita en una letra torpe e infantil.
Sus ojos se encontraron con los de ella. Una parte de él quería decirle que podría ser una coincidencia. Obviamente, esperaba que fuera el caso. A pesar de que Patricio creía que la publicista era el anticristo, a Pedro no le gustaba la idea de que esto fuera algo más que una cosa inofensiva y ordinaria de un lunático.
Pero él era un hombre lógico. A menos que Paula hubiera escrito la nota y lanzara el ladrillo a través de su propio parabrisas, alguien entró en su apartamento en algún momento y tomó la papelería de su escritorio.
Eso tenía que ser tomado en serio.
Paula acomodó sus gafas, su labio inferior temblando mientras habló. —Alguien ha estado en mi apartamento.
El pecho de Pedro se apretó cuando verdadero miedo se deslizó por su columna vertebral. —Creo que es hora de que vea esas cartas.
CAPITULO 7
Él se apartó y abrió la boca, pero luego pareció repensar lo que iba a decir. Finalmente comprobó su coche, frunciendo el ceño cuando vio la puerta abierta. Cuando se movió hacia delante, ella tragó aire y no hizo caso a la pizca de decepción que sintió.
—¿Qué demonios? —dijo, frente a su coche por completo. Agarrando la puerta, se inclinó por la cintura—. Parece que has perdido el parabrisas.
Paula rodó los ojos. —No me digas.
Echó un vistazo por encima de sus hombros, que hubiera enviado a los hombres corriendo en la dirección opuesta. Paula hizo una mueca. —El sarcasmo no es necesario —dijo antes de volverse hacia su coche—.Hombre, hicieron un número en este bebé. Parece que alguien estaba tratando de conseguir un viaje gratis.
Ella soltó un bufido. —Debes ser el músculo de tu empresa y no el cerebro.
De nuevo, le lanzó otra mirada oscura, de la que hizo caso omiso.
—Hace diez minutos te dije que estaba recibiendo cartas
amenazantes. ¿De verdad crees que estas dos cosas no están conectadas?
Espera. No te molestes en contestar, porque podría importarte una mierda eso.
Pedro la miró fijamente, con los ojos casi negros en la oscuridad.
—Señorita Chaves... —Su voz era una baja advertencia.
—Porque lo único que te preocupaba en ese… ese club, era echarte un polvo.
Hizo un ruido en la parte posterior de la garganta que sonó como a un gruñido. —Esa no era la única cosa que me preocupaba.
—Lo que sea. —Tosió, lo que probablemente sonaba como una risa medio loca.
Arrodillándose, se abalanzó hasta sus llaves y empezó a recoger las cartas que se habían deslizado fuera del archivo. —¿Por qué estás aquí de todos modos? ¿Querías comprobar mi culo esta vez?
Suspiró. —En realidad, te estaba siguiendo.
Alzó las cejas mientras se levantaba. Entonces vio que sostenía el ladrillo en sus grandes manos. Se obligó a mirarlo a la cara. —¿Por qué estabas siguiéndome?
—Para comprobar tu culo.
Paula contempló la breve fantasía de patearlo entre las piernas. — Está bien. ¿Sabes que? Obviamente tengo un par de llamadas para hacer, y probablemente voy a necesitar ese ladrillo, ya que es la evidencia y…
¡Oye! ¿Qué estás haciendo?
—Puedes llamar a la policía, pero todo lo que van a hacer es archivar un informe de vandalismo. Nada más. Y eso no te va a servir de mucho. — Ignorándola mientras agarraba el ladrillo de nuevo, quitó la banda de goma, rompiendo el elástico, y arrojó un pedazo en algún lugar más allá.
Lanzando el ladrillo a un lado, desdobló el papel. Bajo la parpadeante farola, pudo ver la hoja y nudos de malestar florecieron en su estómago.
De ninguna manera, absolutamente ninguna manera.
—Perra —dijo Pedro, mirando hacia arriba. Sus labios formaron una fina y apretada línea—. Bonito.
Paula dio un paso atrás y luego se desplomó contra la camioneta. — Mierda.
De repente estaba a su lado, con la mano en su hombro. —¿Paula?
No podía apartar los ojos del pedazo de papel que tenía en la otra mano. Había una pequeña parte de ella que esperaba que fuera una coincidencia al azar, pero ahora sabía que no lo era. No lo notó cuando estaba envuelto alrededor del ladrillo, pero a la luz tenue y desplegado, reconoció el diseño unilateral: las líneas en blanco y negro que se arrastraban por los lados de la hoja de marfil y las pequeñas flores en cada esquina.
Dedos aparecieron bajo de su barbilla, guiando su cabeza con sorprendente delicadeza. —¿Estás bien?
En realidad, no. El corazón le latía demasiado rápido otra vez. El mareo se extendió a través de ella, mientras sus ojos se bloquearon en los de Pedro. Una fina capa de sudor salpicó su frente. Había una buena probabilidad de que fuera a vomitar.
—¿Paula? —Verdadera preocupación coloreó su tono mientras deslizaba la mano un costado de su cuello, como si estuviera a punto de revisar su pulso—. Vamos, nena, di algo.
—El papel en el que la nota está escrita… ese papel es mío —dijo—. Es de mi casa.
—¿Tu casa en California? —le preguntó, su pulgar haciendo magia una vez más, pero esta vez en su cuello.
—No… de mi apartamento. Aquí en la ciudad.
CAPITULO 6
Gritando, se dio la vuelta, dejando caer la carpeta y lanzando la mano que sostenía la llave de vástagos que había creado.
—¡Jesucristo, mujer! —Una voz profunda explotó cuando una mano se cerraba sobre su muñeca.
Una parte de su cerebro reconoció la voz, pero la adrenalina y el miedo habían pateado a su respuesta de lucha y una vez desatada, le tomaba a su cerebro preciosos segundos ponerse al día sobre cómo su cuerpo estaba reaccionando.
Trató de sacar su brazo mientras levantaba la rodilla, apuntando a cualquier parte del cuerpo a la que pudiera hacer daño. Con suerte a las pelotas.
Excepto que no lo logró.
Un segundo después, su espalda estaba contra la camioneta estacionada al lado de su coche, y un amplio y firme cuerpo se presionaba contra el suyo. Gruesas, musculosas piernas le hicieron imposible patear.
Ambas muñecas se encontraban capturadas en un agarre seguro, clavadas cerca de sus hombros en un tiempo récord. Las llaves golpearon el suelo en algún lugar bajo sus pies.
Santo Dios, fue incapacitada rápidamente.
Hubiera sido más impresionante si no estuviera a segundos de tener un ataque cardiaco en toda regla.
—¿Ya terminaste? —le preguntó, con la voz llevando un borde duro—. Podrías haberme sacado un ojo…
A medida que su ritmo cardíaco se ralentizó, su cerebro finalmente comenzó a trabajar de nuevo. Alzó la cabeza y se encontró cara a cara con Pedro, una vez más. No sólo cara a cara, sino más bien cuerpo a cuerpo.
—Lo siento —graznó con voz ronca y luego se preguntó por qué en el infierno se disculpaba—. ¡Me asustaste! Apareciste sobre mí.
—¿Aparecer sobre ti? —Un músculo palpitó en su mandíbula, visible incluso en la mala iluminación—. No me estaba escabullendo. No soy parte ninja.
Teniendo en cuenta que no lo había oído, no estaba de acuerdo con esa declaración. Y el hombre tenía los reflejos de un felino salvaje. —Parte ninja o no, es de noche y pusiste tu mano sobre mí en medio de un oscuro estacionamiento sin previo aviso. Perdóname por…
—¿La reacción exagerada? —sugirió, sus cejas oscuras bajaron—. ¿Es así como normalmente respondes?
¿Estaban realmente discutiendo sobre esto? Por cómo se veía, la respuesta sería un sí. Sus dedos se cerraron con impotencia y respiró profundo. La acción hizo que sus senos se rozaran contra el pecho de Pedro, y no pudo evitar la sacudida eléctrica que silbó a través de ella, ni la forma en que sus pezones se endurecieron ante la sensación.
Ay Dios, su reacción era totalmente equivocada, considerando todas las cosas.
Iba a culpar al trauma residual de ver su coche arrasado. —
Suéltame —dijo, tomando otro aliento e inmediatamente deseando no haberlo hecho. La sacudida la golpeó de nuevo, más fuerte—. Ahora.
—No estoy seguro de querer hacer eso. —Y así como así, el
comportamiento de Pedro cambió. Todo en él cambió. Su cuerpo se relajó en una forma que dijo que estaba listo para entrar en acción, pero se centró exclusivamente en ella. Las líneas de su rostro se suavizaron, y sus ojos adquirieron una caída, de naturaleza perezosa—. Es posible que trates de golpearme de nuevo.
Un conjunto diferente de advertencias se disparó en el fondo de su cabeza a medida que el aire se plagaba con un tipo de tensión que no tenía nada que ver con el coche, o el hecho de que casi lo había cegado momentos antes. Casi todas las partes de sus cuerpos que importaban estaban alineadas. Su aliento era cálido contra su frente y alrededor de sus muñecas, sus pulgares comenzaron a moverse en lentos círculos ociosos. Un sutil temblor patinó sobre su piel mientras su pulso se agitaba bajo sus dedos. Todo lo que hacía, desde la forma en que la sostenía contra el coche hasta cómo su intensa mirada la alcanzaba, capturaba, y luego la quemaba, rezumaba cruda sexualidad, casi primitiva. Nunca conoció a nadie que la afectara a ese nivel.
Fue así la primera vez que lo conoció y luego otra vez en el apartamento de su hermano.
Pedro movió sus caderas, y ella tomó una aguda respiración. Lo sintió contra su vientre, largo y duro. El calor hervía a fuego lento bajo su estómago y luego cayó más abajo, como lo hizo dentro de la sala. Excepto que no habían estado tocándose entonces, y aunque realmente no estaba haciendo nada ahora, su cuerpo reaccionaba a él en una manera que la sorprendía.
Era un momento tan poco apropiado para eso. A pesar de que dudaba que alguien quisiera venir tras ella ahora que Pedro estaba aquí, y si alguien lo hiera definitivamente tenía deseos de morir, pero aun así... existían cosas más importantes en las que centrarse.
Pero el instinto le decía que si echaba la cabeza hacia atrás,
Pedro con mucho gusto aceptaría la tácita invitación. No importaría que apenas se conocieran. Ya había declarado con toda claridad lo que quería de ella, aunque no lo creyera. La besaría, y ya sabía que sería besada de una manera que nunca experimento antes.
Su corazón se disparó con la idea de sus labios moviéndose contra los suyos. Un beso y sería masilla en sus, sin duda, cualificadas manos.
Paula no era fácil, pero con este hombre, probablemente se arrojaría sobre su espalda.
Sus manos cayeron de las muñecas, aterrizando en sus caderas, y mientras se inclinaba, su nariz le rozó la mejilla, sacándola de su estupor.
¿Qué, en el nombre de Dios, estaba haciendo?
Colocando las manos sobre su pecho, un increíblemente duro pecho, lo empujó. —Retrocede, amigo.
CAPITULO 5
La garganta de Paula quemaba mientras se abría paso a través de la planta del club lleno de gente. Incluso si no estuviera caminando velozmente, destacaría entre los clientes de Cuero & Encaje. Su remilgado traje negro era una monstruosidad entre las blusas relucientes, vaqueros ajustados y vestidos bonitos.
Tan sencilla. Tan aburrida.
Normalmente, eso no le molestaba, pero esta noche, sentía como si todas sus emociones estuvieran en el exterior, cubriendo su piel en lugar de estar perfectamente escondidas.
Una mano la agarró mientras rodeaba un grupo de pequeñas mesas.
Lanzó una mirada de advertencia al infractor, un hombre joven con ojos delineados. Él simplemente se rio y pasó un brazo sobre los hombros de una pequeña pelirroja.
Para Paula, el aire en el club era sofocante, caliente y pesado con el aroma de perfume, colonia, y licor. Se disparó por la puerta principal, jadeando por el aire fresco de la noche mientras éste se apoderaba de su enrojecida piel.
Estúpida. Fue tan increíblemente estúpida yendo hasta allí,
pensando que Pedro en realidad aceptaría ayudarla. Su cruda declaración de querer tener sexo con ella no era nada más que probablemente un intento para hacerla enojar.
Lo había logrado.
Aunque las cosas habían funcionado espléndidamente para Patricio y Barbara, los había chantajeado. Era dudoso que alguno de los hermanos o amigos de Patricio se sintieran cálidos y difusos cuando se trataba de ella.
Pero sólo había estado haciendo su trabajo. Eso es lo que se decía a sí misma mientras se apresuraba por la acera, pasando los exteriores de los viejos almacenes rociado de grafitis.
¿Qué iba a hacer ahora?
Te veré esta noche.
Su mente práctica encajaba otra vez, tomando el control.
Estaba por su cuenta, algo a lo que se había acostumbrado en sus veintiséis años.
Realmente sólo puedes contar contigo mismo, era trillado pero cierto. Así que tenía que averiguar quién era el responsable de acecharla desde el otro lado del país, y también debía conseguir un arma. Luego necesitaba saber
cómo usarla, porque honestamente, no tenía ni idea siquiera de cómo quitar el seguro y…
Doblando la esquina, se estremeció al darse cuenta de que dos de las farolas aéreas estaban ahora apagadas y el repleto aparcamiento no era más que descomunales sombras amenazantes y una cloaca de asalto potencial y agresión.
Genial. Que le robaran y la apuñalaran sería la guinda del jodido pastel.
Sacando las llaves del coche de su bolsillo, las enroscó entre sus dedos y mantuvo los ojos bien abiertos por cualquier movimiento sospechoso. Aceleró el paso, centrándose en la tercera fila de autos donde dejo el suyo.
El estacionamiento más cercano a Cuero & Encaje estaba repleto de coches de lujo de segunda mano. Pasó Audis, Volvos, BMWs, y toda una flota de vehículos extranjeros.
Paula estaba dispuesta a apostar su culo relativamente plano a que la mitad de los poderosos de la ciudad eran
miembros del club.
Quería hacer toda clase de juicios, pero era el tipo de persona que llaman a las cosas por su nombre. ¿Cómo iba a juzgar cuando había estado dentro de esa habitación con Pedro, imaginándose a sí misma en aquel corsé?
Calor no deseado se desplegó en su vientre, y maldijo en voz baja mientras pasaba entre un Mercedes y una camioneta Infiniti. No iba a pensar en Pedro. No iba a darle a ese hijo de puta una más onza de su…
Paula se detuvo unos metros antes de su Lexus, su aliento
expulsado con fuerza. Se encontraba tan oscuro que no podía estar segura de lo que estaba viendo. Doblando la cintura, parpadeó una vez, pensando que sus ojos estaban jugándole una mala pasada, pero cuando su visión se centró en la parte delantera de su coche, gritó de incredulidad.
El parabrisas había sido roto.
Quedaban bordes irregulares de vidrio, pero todo el centro se había ido, desaparecido por completo. Malvados trozos afilados de vidrio yacían en el tablero.
Su respiración salió superficial mientras se agachaba y abría la puerta del conductor. El vidrio se encontraba por todas partes, en los asientos, y en el piso. Empezó a estirarse dentro pero se detuvo. Tendido en el asiento del copiloto se encontraba un ladrillo. Parecía haber un papel
envuelto alrededor de él, sujeto con una goma elástica.
Por un momento, Paula permaneció completamente congelada. No se movió. La respiración se atascó en su garganta. Lo único que podía hacer era mirar fijamente ese ladrillo, y lo único que se movía era su corazón.
Latía fuertemente en su pecho, enviando adrenalina corriendo por sus venas.
Su mirada se arrastró por el interior y luego se amplió al ver el encendido. Todo el volante fue desgarrado, los alambres expuestos y colgando como pequeñas serpientes rojas y azules.
—Oh, Dios mío —susurró, sacudiendo lentamente la cabeza. No podía creer lo que veía.
La ira se vertió en su pecho, haciendo que su mano se apretara alrededor de las llaves hasta que el metal se clavó en la carne. Alguien le hizo esto a su coche, a su propiedad.
De ninguna manera iba a creer que aquello era una coincidencia. Tenía que ser el idiota detrás de las cartas,
y...
Miedo helado siguió los pasos de su furia. Su respiración salió en una exhalación entrecortada. La persona que lo hizo esto aún podría estar allí, esperando y observando. Oh, Dios mío. El corazón le saltó en el pecho dolorosamente.
Retrocedió lejos de la puerta del coche, mientras
escudriñaba la oscuridad delante de ella.
Tragó, pero el nudo de miedo lo hizo difícil. Estaba aquí, sola, y si alguien quería…
Una pesada mano cayó sobre su hombro.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)