miércoles, 8 de octubre de 2014

CAPITULO 8




Pedro se encontraba oficialmente preocupado.


Paula no dijo ni una palabra desde que le dio las instrucciones para llegar a su apartamento. Teniendo en cuenta lo bocazas y absolutamente frustrante que por lo general era, su silencio tenía que ser una mala cosa.


La miró mientras se acercaba a un semáforo, el rojo de la luz iluminando su perfil. Miraba por la ventana, mordiéndose el labio inferior.


Tenía los brazos cruzados, manteniendo el archivo apretado contra su pecho como un escudo.


No protestó cuando llamó a Mauro para que consiguiera una grúa.


Y tampoco preguntó por qué no contactó a la policía.


Pedro sabía que probablemente la tratarían de la misma forma que él lo había hecho cuando le pidió su ayuda. 


Bueno, a excepción del comentario sobre “querer follar”. Claro, irían a su casa y la comprobarían en algún momento esa noche. La ciudad estaba llena de delincuencia y
vandalismo, y una posible irrupción no sería prioridad en su lista de preocupaciones.


Dios, se sentía como un idiota gigante por no darle importancia.


No creía que su vida estuviera en peligro, las cartas y un coche destrozado no era suficiente, pero algo definitivamente pasaba. Qué era exactamente y en qué medida iba a suceder, no estaba seguro todavía. La nota se hallaba doblada en su bolsillo, prácticamente haciendo un agujero en él. Quería verla de nuevo, ver si había cualquier cosa además de esa palabra. Su hipótesis inicial seguía siendo una llamada de atención. Nada demasiado serio, tal vez algún ex novio cabreado, o un cliente, nada como para contratar a un guardaespaldas. Pero si su apartamento realmente fue asaltado, entonces eso era una historia diferente.


Había una parte de Pedro —lo reconocía— que sólo quería que todo aquello fuera un montón de nada. La idea de que alguien en serio quisiera herir a la mujer sentada en silencio junto a él le retorcía el intestino de una manera a la que no quería prestarle atención. Era mucho mejor para la paz de su mente creer que se trataba de una broma de algún
ex-cliente descontento, que algo mucho más peligroso.


Pedro estacionó su camioneta en el garaje junto al aparcamiento de los departamentos de gran altura. Su observación inmediata del edificio señaló varios riesgos en la seguridad. Era un buen barrio, no conocido por una gran cantidad de delitos graves, pero no vio ningún portero, lo que significaba que cualquiera podía ir y venir a su antojo. 


No parecía haber cámaras de seguridad en la entrada del garaje o en el interior, al menos ninguna que fuera evidente y convenciera a los posibles autores. La iluminación en el garaje apestaba, lo que hacía que fuera fácil para cualquiera estar escondido. No le gustaba nada eso.


Mientras estacionaba la camioneta y apagaba el motor, la observó. — ¿Estás bien? —La pregunta lo puso extrañamente incómodo.


Paula finalmente encontró su mirada y asintió brevemente. —Estoy bien.


Eso era discutible.


Aclarando su garganta, ella tomó la manija de la puerta. —Gracias por traerme a casa, pero puedo llamar a la policía y dejar que ellos se encarguen de aquí en adelante.


—Vine hasta aquí, así que voy a revisar tu apartamento.


Ella se hallaba fuera de la camioneta con sorprendente rapidez, dando un portazo.


Pedro maldijo entre dientes y salió, encontrándola de pie cerca de su lado, con la mano extendida.


—Voy a necesitar la nota, por favor. —Su voz era cortante,
profesional y fría.


Los ojos de Pedro se estrecharon. En lugar de entregarla, caminó alrededor de ella y se dirigió hacia la entrada del ascensor. —Estoy comprobando tu apartamento y luego hablaremos. Lo digo en serio. No voy a discutir contigo.


Hubo un momento en el que creyó que iba a quedarse allí y él iba a tener que volver y arrastrarla a su apartamento.


—Maldita sea, eres molesto —resopló ella, alcanzándolo—. Un dolor en mi culo.


Sus labios temblaron mientras luchaba contra una sonrisa. 


—Me encantaría estar en tu…


—Ni siquiera termines esa declaración —le espetó ella.


Él se rio entre dientes, feliz de ver un poco de color regresando a sus mejillas. —¿Qué piso?


—Dieciséis. —Permaneció en silencio mientras entraban en el ascensor—. ¿Ahora me crees?


Pedro no respondió de inmediato, y ella hizo un sonido que le recordaba a un pequeño animal indefenso y descontento. 


Cuando llegaron a su piso, le dijo su número. —Quédate en el ascensor hasta que te dé el visto bueno —advirtió.


Sus ojos se estrecharon. —¿Por qué?


—Porque yo lo digo. —Se dirigió hacia la puerta, pero se detuvo—. Lo digo en serio, Paula. Quédate aquí.


Ella inhaló profundamente. —Está bien. Me quedo.


Le sostuvo la mirada por un momento y luego se dirigió hacia la puerta. Probando el picaporte, se encontró con que estaba cerrado con llave. Eso era una buena señal. —Arrójame tus llaves.


Metiendo la mano en su bolsillo, Paula sacó las llaves, sonrió, y luego las arrojó.


Directo a su rostro.


Le tomó un segundo antes del impacto. Ella sonrió cuando sus ojos se estrecharon. Tenía la sensación de que si pasaba en su presencia otros quince minutos, ella iba a terminar encima de su rodilla.


Haciendo frente a una paciencia que normalmente no le ofrecería a nadie, Pedro abrió la puerta y luego deslizó las llaves en su bolsillo.


Necesitaba su mano libre para otra cosa. Llegando a su espalda, sacó su pistola.


—¿Tienes un arma? —preguntó ella entre dientes, con los ojos muy abiertos.


Pedro le lanzó una mirada burlona. —Mi trabajo requiere algo de eso, y te dije que te quedaras en el ascensor.


Ella abrió la boca, pero luego la cerró mientras retrocedía,
sosteniendo ese maldito archivo contra su pecho. Le envió una última mirada de advertencia y luego entraron a su apartamento. Era dudoso que alguien todavía estuviera allí, pero quería asegurarse de eso antes de que ella pusiera un pie molesto en el lugar.


Moviéndose en silencio por la puerta de entrada, comprobó la cocina. Una puerta corrediza de cristal daba a un balcón, junto a una escalera de incendios. No era bueno. La puerta cerraba desde adentro, pero sabía por experiencia que cualquiera con un brazo fuerte podía abrir una de esas. 


Luego desvió su atención hacia la sala de estar.


Una pequeña lámpara se encontraba encendida al lado de un sofá, emitiendo un resplandor suave. No se sorprendió por el diseño simple, minimalista, y por cómo no parecía haber una almohada fuera de lugar en el sofá, o una sola pieza de nada en el suelo. La Señorita Palo en el Culo
probablemente nunca tuvo un zapato fuera de lugar.


Considerando la sala de estar y la cocina vacías, procedió por un pasillo, controlando un cuarto de baño y una oficina antes de entrar en el dormitorio principal. La habitación olía a Paula. Lila y vainilla, se dio cuenta, espiando las pequeñas botellas de loción en su tocador. Y entonces su mirada cayó sobre su cama.


—Cristo —murmuró.


Descansando sobre el edredón, cuidadosamente escondido, estaba un camisón negro. Apenas un pedazo de material que, él se imaginaba, no cubriría mucho.


Se forzó a continuar hasta el cuarto de baño y luego revisó el vestidor. Ambos vacíos. Había vuelto a enfrentar esa maldita cama, cuando una voz vino desde los recovecos del pasillo.


—¿Encontraste algo?


—¡Jesús! —Pedro se dio la vuelta, metiendo el arma en la funda situada en su espalda—. ¿No te dije que esperaras afuera?


Hizo caso omiso a la pregunta mientras asomaba la cabeza en el dormitorio. —¿Lo hiciste?


Al pasar junto a ella, él la agarró por el brazo y la condujo de vuelta a la sala de estar. —¿Has dejado las luces encendidas?


—Sí. —Quitó su brazo en un movimiento tan dramático, que él se preguntó cómo no se arrancó el brazo—. Así que, ¿no hay nada fuera de lugar?


—Tú dime. —La vio mirar alrededor, totalmente imaginándola en ese camisón. Sip. Su pene estaba duro otra vez.


—Todo se ve bien para mí —dijo.


Sus labios se fruncieron, y entonces ella se alejó por el pasillo.


Pedro se quedó por un momento y luego la siguió, encontrándola delante de un escritorio de roble de tamaño mediano. El archivo todavía estaba apretado en una mano, y ella tenía un bloc de notas en la otra cuando lo enfrentó.


—Mira —dijo, e hizo un gesto como si estuviese sosteniendo los archivos triturados de Watergate. Sus gafas estaban ligeramente torcidas sobre la nariz. La necesidad de acomodarlas le salió de la nada, ¿qué coño pasaba con eso?—. Este es mi bloc de notas. Lo hicieron especialmente
para mí —agregó.


Preguntándose quién se tomaba el tiempo de conseguir un bloc de notas personalizado, Pedro sacó la nota y la desdobló. Definitivamente coincidían. La palabra había sido escrita en una letra torpe e infantil.


Sus ojos se encontraron con los de ella. Una parte de él quería decirle que podría ser una coincidencia. Obviamente, esperaba que fuera el caso. A pesar de que Patricio creía que la publicista era el anticristo, a Pedro no le gustaba la idea de que esto fuera algo más que una cosa inofensiva y ordinaria de un lunático.


Pero él era un hombre lógico. A menos que Paula hubiera escrito la nota y lanzara el ladrillo a través de su propio parabrisas, alguien entró en su apartamento en algún momento y tomó la papelería de su escritorio.


Eso tenía que ser tomado en serio.


Paula acomodó sus gafas, su labio inferior temblando mientras habló. —Alguien ha estado en mi apartamento.


El pecho de Pedro se apretó cuando verdadero miedo se deslizó por su columna vertebral. —Creo que es hora de que vea esas cartas.

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