lunes, 13 de octubre de 2014

CAPITULO 18




A quien sea que se le haya ocurrido la idea de llevar a una mujer de compras estaba jodidamente loco. Oh, sí, tenía razón. Fue su brillantemente y estúpida idea.


Paula era peor que un chico.


Pedro la tenía que arrastrar a las tiendas, que ella
convenientemente discutía que no tenían la ropa que usaría. 


Después de la quinta tienda, él se negó a dejarla irse sin comprar ropa suficiente para pasar la semana.


Y entonces comenzó la discusión de verdad.


—Eso luce como un traje de hombre. —Curvó su labio en disgusto al monótono traje negro que ella sostenía en una mano.


Paula rodó los ojos. —Claro que no.


Apuntando al traje, él frunció el entrecejo. —¿Tiene hombreras? ¿De qué año es?


Ella se movió alrededor del perchero, murmurando en voz baja. Él escuchó palabras como “cretino” y “cabrón” junto con otros dulces sobrenombres. —¿Supongo que crees que debería usar faldas?


Luchó contra una sonrisa mientras la arrinconaba entre medio de dos percheros. —¿Qué hay de malo con las faldas? Apuesto a que tienes unas piernas preciosas. —Se inclinó y cuando ella se quedó sin aliento, no confundió la repentina luz en sus ojos oscuros. Atrapando su mirada, tocó ligeramente sus labios mientras se estiraba alrededor de ella y gentilmente tiraba de un mechón suelto de cabello. 


Era suave como la seda. —Llevas tu pelo suelto.


Sus ojos brillaron con furia detrás de sus gafas. —No por ti.


—Sigue diciéndote eso. —Mientras se enderezaba, escaneó la tienda por alguna persona excéntrica. Nadie parecía fuera de lugar. El único hombre de la tienda se encontraba detrás del mostrador, con su espalda hacia ellos.


Ella apretó los dedos en una percha, hasta que Pedro pensó que rompería el plástico. Por la forma en que se veía ahora, no creería que la noche anterior realmente se había sentado en su regazo por unos momentos, calma y serena.


—La única razón porque la que tengo el cabello suelto es porque entraste ayer en mi cuarto mientras dormía, como un completo fenómeno, y tomaste todas mis horquillas y bandas para el cabello.


Apenas resistiendo la ganas de reír, abrió los ojos. —¿De verdad?


Bufó, devolviendo ese horrible traje de nuevo a su perchero. 


—Debes tener un pequeño bicho en tu casa que tiene una afinidad por las horquillas y bandas, porque también desaparecieron de mi bolso.


No lo pudo evitar entonces. Se rio y uno pensaría que estaban hasta las rodillas en un debate sobre política o algún tema relevante, en función a cuan sonrojadas lucían sus mejillas. Ella le disparó una mirada que intimidaría a la mayoría de los hombres. Eso sólo lo ponía duro como el
acero.


Tomó otros treinta minutos cargarla con vaqueros, pantalones de lino, trajes y demás, y él finalmente vio el final a la vista.


Guiándola a los vestidores, mantuvo un ojo en los alrededores y una mano en su hombro. Normalmente en sus misiones, se aseguraba que aquellos bajo protección se mantuvieran fuera de la vida pública. No podía hacer eso con ella. Solamente tenía las prendas de ropa que él le prestaba.


Demonios, le gustaba verla en su ropa. Así que esta idea era doblemente estúpida.


—¿Por qué estás frunciendo el ceño? —preguntó, la pila de ropa era casi tan alta como ella—. No eres el que está siendo empujado.


Él le dirigió una leve mirada mientras abría la puerta de un vestidor vacío. —¡Ahí tienes!


—Tengo dos ojos en mi cabeza —escupió en respuesta—. Jodido capitán obvio.


Levantando una ceja, él sonrió. —Hombre, te despertaste de gran humor esta mañana.


Era verdad. Estaba tan espinosa como un puercoespín desde que se quejó en su cocina, con su cabello un lindo desastre y su ropa arrugada.


Él debería ser el enojado porque la encontraba muy linda, como si fuera una chica o algo, pero ella le robó esos derechos de inmediato. En lugar de responder a su comentario, cerró la puerta del vestidor en su cara.


Pedro gruñó bajo en su garganta, sorprendiendo a la mujer
sentada en una banca detrás de él.


—No me asustas —vino la voz apagada de Paula a través de la puerta—. Has todos esos ruidos de animales que quieras, no soy yo quien parece necesitar una vacuna contra la rabia.


—No estoy de acuerdo —murmuró, dejándose caer en otro banco directamente frente a su probador.


Ese era el sábado más largo de la historia.


Ya había evitado dos llamados de Patricio, lo cual le dijo que lo primero que Pablo hizo cuando el juego de Patricio terminó fue llamarlo y cotillear como una mujer. Debería hablar con Patricio en algún momento, pero ahora mismo, no había una necesidad urgente de ello. Horas pasaron desde que habló con Mauro y le pidió que comprobara el departamento de Paula y que recogiera la mayor cantidad de objetos personales como le fuera posible. No sabía nada de él, así que se preguntó si habían arrestado a Mauro por entrar furtivamente en el departamento de Paula.


También se sentía cansado, hambriento y caliente. Tan jodidamente caliente que era como tener dieciséis años de nuevo. Se iba a la cama duro, se levantaba duro, y ahora se encontraba sentado fuera de un vestidor, duro.


Había pasado un largo tiempo, si es que había sucedido alguna vez, desde que deseó tanto a una mujer.


Inclinando la cabeza contra la pared divisoria, escaneó esas compras en la tienda. La noche anterior, apenas había dormido sabiendo que Paula se encontraba cruzando el pasillo, y ahora pagaba por eso. La mitad de aquello era su culpa. Hizo sus movimientos con ella ayer, besándola. Al
principio ella se congeló, pero cuando se metió en ello, demonios si no respondió. Sólo pensar en Paula deslizando su lengua contra él lo tenía a punto de explotar. Quería entrar en el vestidor, llevarla a casa y ponerla de rodillas. Tal vez incluso atar sus muñecas, abrir sus piernas…


—¿Qué demonios?


La cabeza de Pedro se sacudió al momento en que vio un trozo de encaje rojo volar sobre la puerta del vestidor. Sus labios se partieron con una sonrisa. Cuando Paula discutía sobre los vaqueros que escogió, él había deslizado el camisón en su pila de ropa.


Un segundo después la puerta se abrió, revelando la mirada de Paula y sus mejillas rosas. Sus hombros estaban desnudos salvo por los dos pequeños breteles marfil. —¡Eres un cerdo! No voy a dormir en algo que una desnudista usaría cuando baila en el caño.


Ahora imaginaba a Paula con el camisón en el caño. Con sus anteojos puestos.


Sus ojos se estrecharon peligrosamente, como si supiera la dirección de sus pensamientos.


—Está bien. —Estiró las piernas, cruzando sus tobillos. Se equivocó antes. El final no estaba a la vista—. Puedes dormir simplemente desnuda.Honestamente me gusta más esa idea.

CAPITULO 17




La conmoción irradiaba por su espina dorsal. Esa tenía que ser la única razón por la que no le pegó un rodillazo entre los muslos de buenas a primeras. Al principio, fue apenas un toque, pero sus labios se estremecían con vehemencia, como si se hubiera atrevido a besar al sol.


Sus labios recorrieron los suyos una vez más, mientras ella colocaba sus manos sobre su pecho, dispuesta a empujarlo, pero luego él mordisqueó su labio inferior. Un pequeño mordisco que dio a luz una oleada de lujuria que pareció venir de la nada. La mordisqueó en la esquina de sus labios
mientras la atraía hacia él, atrapando sus manos entre ellos.


Buen señor, la besó como un hombre hambriento por su sabor.


Trabajando en la comisura apretada de sus labios, siguió adelante, exigiendo que se abrieran para él.


No pudo evitar su reacción al beso, no importaba lo mucho que deseara no verse afectada por él. Quería permanecer ajena al asalto sensual, para seguir en completo control de sí misma, pero un anhelo profundo se levantó en su interior, extendiéndose como reguero de pólvora.


Sus labios se separaron en un suspiro, y Pedro se introdujo en el interior, explorando lentamente los recovecos de su boca. Él sabía a whisky y algo más rico, más profundo. El beso se profundizó, y en vez de apartarlo, empuñó las manos en la camisa que llevaba, sosteniéndolo en su lugar. 


La besó como si pudiera reclamarla con la lengua, y diablos si no se hallaba cerca de hacerlo.


A medida que su boca se fundió contra la de ella, sus manos se contrajeron alrededor de su camisa, y entonces sucedió. Movió tentativamente la lengua contra la suya, le devolvió el beso. Un gruñido en respuesta retumbó en el pecho de Pedro y su agarre sobre ella se tensó.


Cuando por fin levantó la cabeza, jadeaba y su mirada se encontraba fuera de foco. —Sabes cómo lo imaginaba —dijo con voz ronca, aflojando su agarre y poniendo un poco de espacio entre ellos—. Y tengo una imaginación muy vivaz. Sabes dulce.


—¿Por qué? —preguntó, colocando una mano sobre sus labios. Se sentía insegura, como si hubiera podido caer justo sobre él si todavía no la estuviera sosteniendo por la nuca.


La comisura de sus labios se elevó. —Pensé que era la única manera de conseguir que dejaras de discutir.


Paula lo miró, sorprendida de que utilizara esa táctica. —¿Me besaste para callarme?


—Básicamente. —La sonrisa satisfecha apareció mientras inclinaba la barbilla hacia abajo. Las hebras más cortas de cabello le rozaban las mejillas—. Funcionó, ¿no es así?


Ella se apartó bruscamente, rompiendo su agarre y tropezando un paso atrás. La ira infundió sus mejillas, ahuyentando el placer que sus labios le dieron. Ahora estaba ofendida. —¿Me besaste sólo para callarme?
Eres un arrogante, inapropiado hijo de p…


Pedro la atrapó una vez más y la besó de nuevo. Esta vez no hubo dulce roce en sus labios o suave contacto. Se adentró completamente, sumergiéndola en sus brazos y besándola hasta que no podía respirar. Quería explotar profundamente, sintiéndose inflamada y caliente, pero arqueó hacia atrás su brazo, y le dio un puñetazo en el
estómago.


Una carcajada brotó de él mientras le agarraba una muñeca y luego la otra, interceptándola antes de que pudiera conseguir otro golpe indignado. —Ouch, eso podría haberme lastimado.


—¡Eso quería! —Hervía, debatiéndose entre estar o no encendida—. Simplemente no puedes ir por ahí besando a la gente para conseguir que dejen de hablar.


—¿Por qué no? —La atrajo hacia él, mientras daba un paso atrás. Lo siguiente que supo, fue que él se hallaba sentado en el borde de la cama y ella sentada en su regazo—. Creo que realmente es muy divertido.


Hubo momentos en la vida de Alana en los que se preguntó cómo llegó a donde se encontraba. ¿Su trabajo? Determinación. Coraje. Derribar muros para aproximarse. ¿Pero esto? No tenía idea de cómo terminó sentada en el regazo de Pedro, con los labios hinchados por sus besos y su cuerpo quemando mientras seriamente quería ahogar la mierda de amante en él.


Pedro envolvió sus brazos alrededor de su cintura, no apretando pero sí firme. Ella no podía ir a ninguna parte, pero estaba muy segura de que no iba a quedarse allí. 


Levantó las manos, lista para hacerle daño.


—No es la única razón por la que te besé —admitió él.


Sus ojos se estrecharon mientras sus manos se congelaron en sus hombros. —¿No lo es?


Pedro bajó la barbilla, presionando su frente contra la de ella. Su cálido aliento bailaba sobre sus labios y sus manos cayeron de los hombros, los dedos clavándose en el duro músculo. —No, no lo es. He querido besarte desde que apareciste en mi puerta, buscando a Patricio.


La sorpresa estalló a través de ella como una bomba. 


¿Quiso besarla entonces? Paula sabía que no era el tipo de mujer que los hombres típicamente codiciaran durante cualquier periodo de tiempo, pero le creyó.


Lo sintió en su beso.


—Y lo digo en serio —continuó, con los labios rozando su mejilla, provocándole un estremecimiento—. No irás al hotel. Te vas a quedar aquí. —Se echó hacia atrás, de modo que su mirada se cruzó con la de ella—. No va a ser otra persona. No estarás con nadie que no sea conmigo.