viernes, 24 de octubre de 2014
CAPITULO 44
A medio camino a la oficina de Paula, escuchó un golpe seco. El instinto rugió a la vida y corrió, apresurándose hacia su puerta cerrada.
Paula gritó.
El sonido lo perforó directo en el pecho. Alcanzó la puerta,
encontrándola bloqueada, y maldijo. —¡Paula!
Hubo otro grito, pero fue cortado por el sonido de algo golpeando el suelo. Una voz masculina explotó desde el interior de la habitación. ¿Cómo había entrado allí? La entrada trasera era la única forma. Pero nada de eso importaba en ese momento.
El pánico apretó sus intestinos mientras retrocedía y se lanzaba hacia delante, golpeando la puerta con su hombro.
Las bisagras se quejaron pero no sucumbieron. Retrocedió una vez más y plantó su embotado pie cerca del centro de la puerta, entre las bisagras. La puerta cedió, el seguro rompiéndose mientras se abría.
Un jarrón de flores y la pantalla de una computadora se hallaban destrozados en el suelo. Junto al destruido vidrio y plástico, Paula luchaba con un hombre. Él tenía un agarre en la parte trasera de su cuello. Un horrible cardenal rojo estaba germinando en su mejilla, pero la entrenada mirada de Pedro notó el cuchillo que el hombre tenía en la mano,
encima de su cabeza, el mortífero borde fijo en Paula.
La ira se disparó a través de él como un martillo y su respuesta fue fría y rápida. Corrió hacia delante, poniendo una mano en el hombro del hombre y sacudiéndolo.
El agresor de Paula se giró, blandiendo el cuchillo y balanceándolo en un alto arco. El instinto le hizo reaccionar y Pedro se agachó, quitándole el cuchillo, y levantándose de golpe detrás de él. El tipo se giró, y Pedro cogió su brazo. Alzando una rodilla, plató su pie en el estómago del hombre, enviándolo a volar. El agresor retrocedió, golpeándose en la cabeza con el borde del escritorio, y eso fue todo. Estaba fuera.
—Oh, Dios mío —dijo Paula, presionando una mano en su mejilla mientras levantaba su sorprendida mirada—. Oh, Dios mío, Pedro, era él. No pensé que fuera alguien como él.
Dio un paso a un lado y tropezó. Corriendo hacia ella, la cogió por la cintura y la giró, así no tenía que ver al hombre.
Era bueno para el tipo que Pedro no tuviera su pistola con él, porque le habría disparado y disparado hasta matarlo.
—No lo sabía —dijo con voz temblorosa, y siguió repitiendo—. No quería que fuera él. Él dijo… dijo que estaba comprometido. Era mentira. Yo no…
—Shh. Está bien. —Pedro puso su cabeza debajo de su barbilla, contra su pecho. La forma en que sus hombros se movían incluso aunque no estaba haciendo ningún sonido lo estaba matando. Deslizó una mano por su espina dorsal, antes de enterrarla profundamente en su cabello—. Todo va a estar bien.
CAPITULO 43
Pedro se encontraba fuera de la firma de Paula, vigilando
obsesivamente. Ya era bien pasada la hora en la que debería de haber dejado el trabajo, pero ella aún no salía.
Había una entrada trasera a la oficina, pero daba a un callejón, y el aparcamiento se encontraba en la calle. Y su auto de alquiler aún estaba en el aparcamiento. Lo había
comprobado dos veces hasta ese momento.Impaciente, se alejó de la pared y entró al piso principal del aparcamiento.
El que no hubiera ninguna seguridad monitoreando las
entradas y salidas después de las cinco de la tarde le ponía los nervios de punta.
Subió hasta el tercer piso y divisó el sedán de color café.
Ella aún estaba allí.
Pedro se detuvo en medio del aparcamiento, dividido entre querer ir a su oficina y esperarla allí afuera. Sabía que ella no iba a estar feliz de verlo, pero tendrían que poner sus emociones a un lado. No había forma de que fuera a permitir que alguna otra grillada empresa de seguridad se metiera en su camino y la protegiera.
Esperó otros buenos diez minutos antes de que su paciencia hubiera alcanzado el límite, y comenzó a caminar hacia la puerta principal. De una forma u otra, iba a entrar, buscar a su mujer y llevarla a casa, donde estaría a salvo.
****
Elias no lucía como la última vez que lo había visto. No había rastro del peinado cabello y el afeitado rostro. Sus gafas yacían torcidas en el borde de su nariz, y sus lentes lucían sucios, como si no las hubiera limpiado en días. Su camisa estaba abotonada desigualmente y se aferraba a su nervuda forma.
La preocupación la llenó mientras lo estudiaba. —¿Todo está bien, Elias?
—¿Dónde diablos has estado? —La puerta se cerró detrás de él, golpeándose como el chasquido de un trueno, haciendo que saltara—. ¡Respóndeme!
Parpadeó lentamente, las manos colgando a sus costados.
—No… no entiendo.
Él se detuvo frente a su escritorio, su rostro sonrojado. —¡¿Dónde has estado?! —le gritó, y Paula saltó una vez más, sorprendida—. No has estado en tu apartamento. No has estado en el trabajo. ¡¿Dónde has estado?!
Oh, Dios mío…
Su instinto llameó a la vida y retrocedió un paso. Al principio, creyó que algo terrible le había sucedido. Quizás alguien en su familia había muerto, pero en ese momento… oh, no, sus pensamientos iban a un terrible y oscuro lugar.
—¿Te olvidaste de llamarme? —Se burló, avanzando hacia ella—. Pero es verdad. No tenías intención de hacerlo.
—Pensé… —Tragó duro—. Estás comprometido.
Elias se rio, y el sonido se oyó extrañamente duro. —No estoy comprometido. No hay nadie más. Nadie aparte de ti.
Un frío terror colmó el pecho de Paula, un tipo de terror que nunca antes había sentido. Se deslizó a través de sus venas, convirtiendo su sangre en aguanieve y congelándola donde se encontraba. Su cerebro no podía procesar lo que sucedía. Se rehusaba a creer que Elias había sido la persona responsable de las cartas, el vandalismo a su auto y apartamento, y en ese momento estaba allí, solo con ella.
Los pequeños vellos en su nuca se erizaron mientras su mirada se deslizaba hacia la puerta. ¿Podría lograrlo?
Estaba más que segura de que lo intentaría.
—Arruinaste todo —aseguró, bordeando el escritorio—. ¡Y no tenías ni idea!
Retrocedió otro paso, chochando contra la silla. —Lo siento, Elias, pero yo no…
Él se movió tan rápido que no tuvo oportunidad. O tal vez estaba tan poco preparada para lo que sucedía que no reaccionó como debía. Su puño voló en el aire, chochando contra su mandíbula.
El dolor estalló a lo largo del costado de su rostro y dio un traspié hacia un lado, golpeando su escritorio. Luces se apiñaron en su visión y, por un segundo, el dolor se convirtió en todo, disparándose por su cuello, haciendo que su pulso se acelerara rápidamente.
Elias alargó un brazo, agarrando un puñado de su cabello y
sacándola del escritorio. Un violento calor se disparó por su cuero cabelludo mientras él la llevaba alrededor del escritorio, arrastrándola.
—Te amaba y me dejaste —dijo, su puño apretándose en su cabello, haciendo que aullara—. No signifiqué ninguna maldita cosa para ti. Sólo desapareciste y me dejaste, como si no fuera nada.
Su mente daba vueltas mientras trataba de romper el agarre que mantenía en su cabello. Su pie se salió del zapato, haciendo que perdiera el balance. Sinceramente, le importaba una mierda cuál era su raciocinio en ese momento. Todo lo que quería era librarse y salir de esa oficina.
Divisando la pesada perforadora de papel en su escritorio, alargó una mano hacia ella, pero Elias tiró de su cabeza hacia atrás.
Con un golpe de su brazo, botó la perforadora de la esquina de su escritorio, junto al envase que contenía sus lápices. Cayeron en el suelo, rodando a través de la alfombra.
—Ni siquiera pensaste en mí, ¿no? Toda mi vida se fue por el garete, y seguiste adelante sin siquiera pensarlo. No es justo. —Elias buscó detrás de él con su mano libre—. Ni siquiera crucé tus pensamientos. ¿Ni una vez?
—No —jadeó, sus dedos enterrándose en su mano—. No pensé en ti ni una vez.
—Bueno, ¿sabes qué? —demandó, blandiendo un cuchillo—. Nadie va a volver a pensar en ti de nuevo.
Paula miró el amplio cuchillo, su corazón hundiéndose mientras un grito se construía en su garganta. En un instante, se dio cuenta de que iba a morir.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)