viernes, 24 de octubre de 2014

CAPITULO 43



Pedro se encontraba fuera de la firma de Paula, vigilando
obsesivamente. Ya era bien pasada la hora en la que debería de haber dejado el trabajo, pero ella aún no salía. 


Había una entrada trasera a la oficina, pero daba a un callejón, y el aparcamiento se encontraba en la calle. Y su auto de alquiler aún estaba en el aparcamiento. Lo había
comprobado dos veces hasta ese momento.Impaciente, se alejó de la pared y entró al piso principal del aparcamiento. 


El que no hubiera ninguna seguridad monitoreando las
entradas y salidas después de las cinco de la tarde le ponía los nervios de punta.


Subió hasta el tercer piso y divisó el sedán de color café. 


Ella aún estaba allí.


Pedro se detuvo en medio del aparcamiento, dividido entre querer ir a su oficina y esperarla allí afuera. Sabía que ella no iba a estar feliz de verlo, pero tendrían que poner sus emociones a un lado. No había forma de que fuera a permitir que alguna otra grillada empresa de seguridad se metiera en su camino y la protegiera.


Esperó otros buenos diez minutos antes de que su paciencia hubiera alcanzado el límite, y comenzó a caminar hacia la puerta principal. De una forma u otra, iba a entrar, buscar a su mujer y llevarla a casa, donde estaría a salvo.




****



Elias no lucía como la última vez que lo había visto. No había rastro del peinado cabello y el afeitado rostro. Sus gafas yacían torcidas en el borde de su nariz, y sus lentes lucían sucios, como si no las hubiera limpiado en días. Su camisa estaba abotonada desigualmente y se aferraba a su nervuda forma.


La preocupación la llenó mientras lo estudiaba. —¿Todo está bien, Elias?


—¿Dónde diablos has estado? —La puerta se cerró detrás de él, golpeándose como el chasquido de un trueno, haciendo que saltara—. ¡Respóndeme!


Parpadeó lentamente, las manos colgando a sus costados. 


—No… no entiendo.


Él se detuvo frente a su escritorio, su rostro sonrojado. —¡¿Dónde has estado?! —le gritó, y Paula saltó una vez más, sorprendida—. No has estado en tu apartamento. No has estado en el trabajo. ¡¿Dónde has estado?!


Oh, Dios mío…


Su instinto llameó a la vida y retrocedió un paso. Al principio, creyó que algo terrible le había sucedido. Quizás alguien en su familia había muerto, pero en ese momento… oh, no, sus pensamientos iban a un terrible y oscuro lugar.


—¿Te olvidaste de llamarme? —Se burló, avanzando hacia ella—. Pero es verdad. No tenías intención de hacerlo.


—Pensé… —Tragó duro—. Estás comprometido.


Elias se rio, y el sonido se oyó extrañamente duro. —No estoy comprometido. No hay nadie más. Nadie aparte de ti.


Un frío terror colmó el pecho de Paula, un tipo de terror que nunca antes había sentido. Se deslizó a través de sus venas, convirtiendo su sangre en aguanieve y congelándola donde se encontraba. Su cerebro no podía procesar lo que sucedía. Se rehusaba a creer que Elias había sido la persona responsable de las cartas, el vandalismo a su auto y apartamento, y en ese momento estaba allí, solo con ella.


Los pequeños vellos en su nuca se erizaron mientras su mirada se deslizaba hacia la puerta. ¿Podría lograrlo? 


Estaba más que segura de que lo intentaría.


—Arruinaste todo —aseguró, bordeando el escritorio—. ¡Y no tenías ni idea!


Retrocedió otro paso, chochando contra la silla. —Lo siento, Elias, pero yo no…


Él se movió tan rápido que no tuvo oportunidad. O tal vez estaba tan poco preparada para lo que sucedía que no reaccionó como debía. Su puño voló en el aire, chochando contra su mandíbula.


El dolor estalló a lo largo del costado de su rostro y dio un traspié hacia un lado, golpeando su escritorio. Luces se apiñaron en su visión y, por un segundo, el dolor se convirtió en todo, disparándose por su cuello, haciendo que su pulso se acelerara rápidamente.


Elias alargó un brazo, agarrando un puñado de su cabello y
sacándola del escritorio. Un violento calor se disparó por su cuero cabelludo mientras él la llevaba alrededor del escritorio, arrastrándola.


—Te amaba y me dejaste —dijo, su puño apretándose en su cabello, haciendo que aullara—. No signifiqué ninguna maldita cosa para ti. Sólo desapareciste y me dejaste, como si no fuera nada.


Su mente daba vueltas mientras trataba de romper el agarre que mantenía en su cabello. Su pie se salió del zapato, haciendo que perdiera el balance. Sinceramente, le importaba una mierda cuál era su raciocinio en ese momento. Todo lo que quería era librarse y salir de esa oficina.


Divisando la pesada perforadora de papel en su escritorio, alargó una mano hacia ella, pero Elias tiró de su cabeza hacia atrás.


Con un golpe de su brazo, botó la perforadora de la esquina de su escritorio, junto al envase que contenía sus lápices. Cayeron en el suelo, rodando a través de la alfombra.


—Ni siquiera pensaste en mí, ¿no? Toda mi vida se fue por el garete, y seguiste adelante sin siquiera pensarlo. No es justo. —Elias buscó detrás de él con su mano libre—. Ni siquiera crucé tus pensamientos. ¿Ni una vez?


—No —jadeó, sus dedos enterrándose en su mano—. No pensé en ti ni una vez.


—Bueno, ¿sabes qué? —demandó, blandiendo un cuchillo—. Nadie va a volver a pensar en ti de nuevo.


Paula miró el amplio cuchillo, su corazón hundiéndose mientras un grito se construía en su garganta. En un instante, se dio cuenta de que iba a morir.

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