miércoles, 22 de octubre de 2014
CAPITULO 40
El ardor en la garganta de Paula le decía que necesitaba salir de allí.
Aunque las palabras de Patricio y su actitud hacia ella no fue una sorpresa, aun así la lastimaban. Agravado por el hecho que tenía la certeza de que escuchó el puño de Pedro golpear a Patricio. La última cosa que quería era crear algún conflicto entre los hermanos.
Entrando en la habitación arrastrando los pies en la que se suponía que debía estar alojada, se detuvo en la cama, en la que apenas había dormido. Su corazón latía contra sus costillas mientras se volteaba, metiendo su cabello detrás de sus orejas.
Dios, Pedro había sonado tan feliz de ser tío. En su mente era fácil imaginarlo sosteniendo a un bebé. Sería genial como padre. Ella lo sabía.
Esto… esto había ido demasiado lejos.
Volver a su apartamento no era seguro, y no era estúpida.
Bueno, obviamente no era la más inteligente porque se encontraba en esta situación en primer lugar. Necesitaba ir a un hotel, ¿y luego qué? ¿Encontrar a alguien más para que la protegiera y asegurarse que la locura no se extendiera hacia su trabajo? La idea de meter a alguien más en esto se sentía como agujas en su piel, pero tenía que escapar.
Estaba a punto de sentarse en la cama y permitirse llorar a moco tendido; pero obligó a sus piernas a permanecer derechas.
La esencia de Pedro se aferraba a su piel, incluso cuando se quitó la camisa por encima de su cabeza y la dejó caer al suelo.
Dirigiéndose hacia el baño, abrió la ducha y prendió el calentador.
Su corazón se sentía pesado mientras entraba bajo la ducha y el chorro la mojaba. Por alguna razón, su piel se sentía en carne viva y magullada, demasiado sensible. Se movió lentamente, dejando que el rocío golpeara su espalda.
Estaba enamorada.
Se había ido y enamorado después de jurar que nunca se convertiría en su madre. ¿Porque no se detuvo a tiempo?
Paula realmente no lo sabía, pero lo que había entre ella y Pedro había ido más allá del sexo y un buen momento.
Se había transformado en una pasión ardiente que se
anudaba en su pecho.
La verdad era que, no importaba qué sentía por Pedro, no debía estar con él, y sus hermanos nunca la aceptarían. La aparición de Pedro sirvió como un brutal aviso, muy necesitado.
Paula necesitaba huir antes de que se apegara aún más, lo cual parecía estúpido, porque, ¿cuánto más apegada podría estar?
Cerrando los ojos, echó la cabeza hacia atrás y dejó que el agua y el vapor hicieran lo suyo, deseando que pudiera lavar la presencia de Pedro así como lo hizo con su esencia, pero eso era tonto, ¿cierto?
Sin embargo, esto era algo bueno, se dijo a sí misma.
Mañana regresaría al trabajo, regresaría a la realidad.
Todavía tenía su trabajo.
Todavía tenía eso.
Paula no sabía con certeza cómo se dio cuenta que no se encontraba sola. La puerta del baño no sonó cuando se abrió, y no estuvo consciente de las puertas de cristal deslizándose, pero sabía que Pedro se encontraba allí antes de que incluso abriera los ojos.
Él se quedó de pie allí, todavía sin camisa y con los pantalones colgando indecentemente bajo en sus caderas.
Su mirada recorrió ávidamente su cuerpo, demorándose en algunas zonas más tiempo que en otras. La forma en que su cuerpo respondió, la enojaba. Sus pezones se endurecieron bajo su mirada codiciosa y fuego líquido inundó sus venas.
El aire salía y entraba lentamente de sus labios mientras su mirada finalmente se posaba de nuevo en la suya.
Sintiéndose increíblemente vulnerable, lo cual parecía un poco sin sentido en ese momento, cruzó sus brazos sobre sus senos. No tenía idea de qué decir. Estar desnuda en la ducha no hacía fácil una conversación casual.
—No deberías esconderte. Eres absolutamente hermosa.
Sus palabras crearon un nido de mariposas en su estómago, pero mantuvo sus brazos cruzados. —Felicitaciones —espetó, y luego se sonrojó ante la forma tan inesperada en que salió.
Sus cejas se levantaron.
—Por el embarazo de Mariana. Esa es una gran noticia. —Sus uñas se clavaron en sus brazos—. Estoy muy feliz por todos ustedes.
—Sí, es una gran noticia. Pablo será un padre maravilloso. —Él se inclinó contra la pared de la ducha, aparentemente inconsciente del rocío.
Ella no era inconsciente. Sus ojos siguieron el rastro de agua bajando por su pecho, sobre sus fuertes abdominales—. Pero no vine aquí para hablar de eso.
Su pecho se estremeció. —¿No?
Él negó con la cabeza. —Lo que Patricio dijo en las escaleras estuvo mal. Sin ti no se estaría casando con ella, y lo sabe. Quiero que sepas que se disculpó.
Aunque sabía que Pedro tenía buenas intenciones al decirle eso, dudaba que Patricio se hubiese disculpado antes del puñetazo en la cara. — Está bien.
—No. No lo está.
Sin tener idea de cómo responder a eso, se dio la vuelta lentamente, dejando que el chorro de agua caliente bañara su rostro. Su piel se erizó con consciencia. —No quiero hablar.
—¿Es esa una invitación?
No debería ser. Dios sabía que seguir cruzando la línea con él no era inteligente. Su cuerpo y corazón se encontraban en una batalla con su cabeza. Debería decirle que se fuera, recoger sus cosas y salir corriendo lo más pronto posible de aquí, pero…
¿Pero qué era una vez más? ¿Una noche más? No cambiaría el resultado, quedarse no cambiaría la ráfaga que con certeza iba a venir.
Simplemente no era inteligente. Por otro lado, no había sido inteligente sobre nada de esto, ¿y mira donde se encontraba? Ya existía un dolor profundo en su pecho.
—Paula…
El sonido de su nombre en sus labios cerró el trato. Era
verdaderamente seductor. Giró su nombre alrededor de su lengua como si lo estuviese saboreando. Mirándolo por encima de su hombro, se aproximó en una respiración entrecortada. —Lo es.
Pedro la miró fijamente por lo que pareció una eternidad y luego se sacó los pantalones en tiempo récord. Su excitación sobresalía orgullosamente, dura y gruesa, y lava fundida llenó su vientre.
Entró en la ducha, cerrando la puerta detrás de él. Sus manos se posaron en sus caderas y cuando habló, su voz susurró en su oído—: Sé lo que estás pensando.
Paula se estremeció. —¿Ah, sí?
—Sí. —Besó la cicatriz en su hombro, causando que su corazón se apretara ante la tierna acción—. Vas a huir.
Se quedó inmóvil, con los brazos sujetados cerca de su pecho. — No… no sé de lo que estás hablando.
—Eres una mala mentirosa. —La giró y extendió la mano entre ellos, envolviendo sus manos alrededor de sus muñecas. Hizo que retrocediera hasta que estuvo a ras con la baldosa fría—. Tienes esa mirada en tus ojos. Nunca la había visto antes, esa mirada de venado-frente-las-luces-de un- auto. Pero la tienes. Vas a huir.
—Entonces necesitas que te vea un oftalmólogo.
—Listilla —murmuró—. Aun así una mala mentirosa. ¿Y sabes qué? Eso está bien. —Pasó sus muñecas a una sola mano y colocó su mano libre en su cintura. Juntando sus frentes, respiró profundamente—. Huye si te hace sentir mejor y te ayuda a dormir en las noches. No es la peor cosa que puedes hacer.
Paula quería negarlo, porque la acusación, sin importar cuán certera era, la hacía sentir débil.
—Así que huye. No me importa. —Sus labios marcaron un camino sobre su mejilla y sus dientes se hundieron en el lóbulo de su oreja, haciéndola gemir—. Me gusta perseguir, Paula.
Un rayo de lujuria al rojo vivo se disparó de pulso directamente hacia su vientre. —No me gusta ser perseguida.
—Te gustará cuando se trate de mí. —Lentamente levantó sus manos unidas sobre su cabeza mientras deslizaba su mano libre por encima de la curva de su trasero, levantándola hasta que estuvo en las puntas de los dedos de sus pies—. Te perseguiré. Y te atraparé.
Pedro se presionó hacia delante, con su erección firmemente contra su estómago. Se sintió como si la estuviese aplastando, o al menos así fue como pareció por un segundo de pánico. Crudas emociones se derramaron en su pecho. Ella debería alejarlo, detener esto, pero ladeó su
cabeza contras la pared y sus caderas se movieron en lentos círculos.
—Lo que hay entre nosotros no es casual. —Su cálido aliento acarició sus mejillas, enviando escalofríos a través de su cuerpo, y luego regresando a su garganta nuevamente—. Y sabes eso tanto como yo. Simplemente no quieres admitirlo.
—No —susurró.
—Sí. —Su voz era pecado crudo, sexy y puro—. Mírate. No puedes esperar a que esté dentro de ti.
Era verdad. Estaba húmeda, lista y sus caderas se mantenían moviéndose contra él. Ya lo podía sentir dentro de ella, y era un deseo como una droga, una obsesión.
Sus ojos se abrieron mientras el pánico gélido se enrollaba en su pecho. —No es…
Su boca estuvo sobre la de ella, un beso duro y brusco. Chispas volaron desde muy dentro de ella y su lengua entró, silenciando el gemido entrecortado que se construía.
Todo se estaba saliendo de control.
Demonios, ya estaba fuera de control.
Pedro se meció contra ella mientras levantaba su cabeza, con sus labios rozando los suyos mientras hablaba—: ¿No lo sientes? —Presionó sus labios a un lado de su cuello, lamiendo con su lengua—. Sé que sí.
Paula se estremeció. Su cuerpo entero era un gigante punto caliente.
Lo ansiaba, el anhelo corría profundo, floreciendo en su pecho. Movió sus caderas de nuevo mientras sus labios recorrían su piel caliente y se arqueaba contra él. Su cuerpo la hacía tan transparente como una ventana y no había nada que pudiera hacer al respecto.
La combinación de su miedo y deseo mantenía un nivel alarmante de poder. El calor llenó un charco entre sus muslos y su centro ardía por él.
Su cabeza le daba vueltas mientras él capturaba sus labios nuevamente.
Sus dedos apretaron su trasero, apretándola mientras su lengua daba vueltas sobre su boca.
Pedro era… Dios, no había palabras para describirlo.
Levantándola, abrió más sus muslos. Ella jadeó mientras lo sentía en su contra, tan caliente y duro. Se encontraba a punto de rogarle, pero él no la hizo esperar demasiado tiempo. Oh, no, enganchó sus piernas alrededor de sus caderas, alineándola con su erección.
—Mírame —le ordenó con voz ronca.
Paula quería negárselo, pero sus ojos se abrieron por su propia cuenta. Su cruda mirada le robaba el aliento. En su mirada… no, no podía estar viendo lo que pensaba que veía. Apenas se conocían el uno al otro.
Su familia la odiaba. Fue contratado para protegerla, pero…
De repente quería llorar.
Sin romper el contacto, él embistió dentro de ella, profundo y duro, y permaneció allí, ubicado hasta el cuello. No había forma de escapar de él, y en ese momento, era la última cosa que quería hacer.
—¿Me sientes? —susurró, mordiendo su labio inferior.
Paula lo sentía en cada parte de ella. Entonces comenzó a moverse y su mundo se vino abajo. Su cuerpo se arqueó hacia el suyo y echó su cabeza hacia atrás. El gemido penetrante envió a Pedro en un frenesí de acción.
Cada embestida la deslizaba hacia arriba en la pared y luego de regreso a su longitud. No se podía mover en esta posición. Él tenía el control absoluto. Sus brazos todavía se encontraban estirados encima de su cabeza, con su cuerpo llenando el suyo y luego retirándose, sólo para bombear de nuevo dentro de ella profundamente. En cuestión de segundos, ella igualaba su ritmo. Ambos movimientos eran salvajes y un poco desesperados. Él dejó caer sus muñecas y ella envolvió los brazos alrededor de su cuello. Él acunó la parte posterior de su cabeza mientras se movía dentro de ella, incitado por la forma en que clavaba sus dedos en su piel, recorriendo su cuerpo.
—Oh, mierda —dijo, con su boca presionada contra su garganta—. Paula, no puedo…
Ella se tensó a su alrededor, cada nervio pulsaba y se estallaba mientras él golpeaba en su interior. Sin duda su espalda estaría un poco magullada mañana, pero su grito de liberación lo dijo todo. No iba a estar molesta por tener que sentarse con cuidado. Él la siguió rápidamente, fusionando sus cuerpos. Ella se aferró a él, jadeando y experimentando las réplicas mientras su pecho se levantaba contra el suyo rápidamente.
—Paula —susurró, con la voz entrecortada.
Dejó caer la cabeza en contra de su cálido hombro, apretando los ojos contra el torrente de lágrimas calientes.
Sus brazos temblaban, pero parecía tener muy poco que ver con lo que acababan de hacer, y más con el hecho de que después de hoy, sería la última vez. Tenía que serlo antes
de que fuera demasiado tarde.
Pero una vocecita le susurró que ya era demasiado tarde.
CAPITULO 39
Se sentía absolutamente y jodidamente emocionado por su hermano menor, Pedro se quedó allí sonriendo como un maldito tonto. ¿Patricio iba a ser papá? ¿Él iba a ser tío? No jodas. Mejor que tuviera un niño. Si era una niña, ningún hombre tendría la oportunidad de un cubo de hielo en el infierno de poder pasar la aprobación de ellos tres.
Patricio parecía a punto de saltar a otro tema cuando lo que sonó como una silla en la cocina chocando con la mesa atrajo su atención.
Giraron al mismo tiempo.
Paula se encontraba de pie a unos pocos metros de la mesa, con la cara roja como un camión de bomberos y los ojos muy abiertos. Bajó la mirada, y se tragó un gemido.
Maldita sea, si no amaba verla en su ropa.
Sin embargo, no le gustaba la idea de Patricio viéndola prácticamente desnuda.
Y realmente no se sentía listo para hablar con sus hermanos sobre Paula, que era por lo cual estuvo pasando la semana fingiendo que nadie se encontraba en casa cuando ellos llamaban. Era obvio que sus dos hermanos iban a chismear como dos viejas enfermeras sobre sus pacientes, y Paula, bueno, ella era demasiado personal e importante para
él para exponerla a esos dos idiotas.
Los ojos de Patricio se volvieron tan enormes como los de un niño en la mañana de navidad. Miró fijamente a Paula como si nunca la hubiera visto antes. Y nunca hubiera visto a su ex publicista así antes. Si lo hubiera hecho, Barbara iba a terminar con un recién casado muy infeliz, porque Pedro le cortaría la polla a su hermano. Patricio enfrentó lentamente a Pedro —¿Qué demonios está pasando aquí?
Cruzó los brazos otra vez, dando a su hermano la mirada de “no jodas conmigo”. —¿Qué crees que está pasando?
—Oh, tengo una muy buena idea, pero estoy rezando equivocarme.
Ira pinchó la piel de Pedro, y tenía que decirse a sí mismo que se trataba de su hermano, así que no sería apropiado patear su trasero. — Ten cuidado con lo próximo que dices —advirtió en voz baja—. No estoy bromeando.
Una mirada de incredulidad cruzó la expresión de Patricio mientras se apartó de la mesa, mirando hacia el comedor. —Esto es una mierda, señorita Chaves
Sus manos se cerraron en puños. —Patricio…
—Estoy seguro de que no has olvidado que cada vez que ella estuvo cerca de mí sentí la necesidad de cuidar mis bolas. ¿O el hecho de que chantajeó a Barbara? ¿O que es peor que la maldita Medusa con su periodo?
Eso fue todo. Iba a golpear a su imbécil e ingrato hermano, y estaba a medio segundo de distancia de hacerlo cuando la voz de Paula lo detuvo.
—Tus bolas estuvieron siempre seguras a mí alrededor —dijo, su voz tensa mientras le dirigía una fría mirada a Patricio. Para cualquier otra persona, parecía inafectada. Pero Pedro atrapó el ligero temblor de su labio inferior, y la rigidez en la manera es que se contenía—. Por favor,
dale mis felicitaciones a Pablo. Lamento entrometerme.
Pedro la observó girar y salir de la habitación. Queriendo ir tras ella pero necesitando encargarse de algo más primero, se enfrentó a su hermano. Inclinó hacia atrás su brazo. Su puño saludó su mandíbula.
Patricio giró hacia un lado, agarrándose a la mesa. —Jesús.
—Se irguió, apretando su mandíbula—. ¿Por qué demonios fue eso?
—¿Eres realmente tan estúpido que tienes que hacer esa pregunta? —Pedro se puso furioso. ¿El idiota se golpeó en la cabeza con tantas bolas rápidas?—. Mira, entiendo que no te guste del todo, pero deja de ser un imbécil. Sí, chantajeó a tu chica. Fue algo perra. Estoy de acuerdo. —
Se puso justo en la cara de Patricio, forzándolo a mantener el contacto visual—. Pero si no fuera por Paula… No, cierra la puta boca. No he terminado. Si no fuera por ella no habría una Barbara. Todavía estarías follando con Dios sabe quién. Y si Paula no hubiera obligado a Barbara a salir contigo sabes muy bien que no la tendrías.
—Bueno, eso fue una especie de insulto.
—Es la verdad. —Se obligó a retroceder un paso antes de que lo golpeara de nuevo—. Tienes que agradecerle a Paula, y en su lugar, la tratas como si fuera una terrorista. Esa mierda termina ahora. Ella merece tu maldita gratitud y respeto. Y un gran maldito agradecimiento por la que va a ser-tu-esposa, y el nuevo contrato de varios millones de dólares que tu feliz trasero acaba de firmar.
La mandíbula de Patricio se contrajo mientras sacudía la cabeza. — Entiendo lo que dices, y sí, actué como un cabrón. Pero…
—¿Pero?
—Sí. —Sus ojos brillaron con ira—. Ella avergonzó a Barbara. La hizo sentir como escoria y a pesar de que forzarla a meterse conmigo funcionó a nuestro favor, me es difícil superar como actuó con respecto a Barbara.
Pedro no podía argumentar que Paula no tenía las más grandes habilidades a la hora de tratar con la gente, pero como Patricio la trataba no era correcto.
—¿Estas durmiendo con ella? Mierda. Esa es una pregunta
estúpida. Llevaba tu camisa. Creo que te la di para una navidad.
—Cállate, Patricio.
Patricio nunca sabía cuándo callarse. —¿Sientes algo por ella? Santa mierda, si los tienes…
—Recibió una bala por mí, jodida mierda, así que, ¿qué tal si cierras la puta boca?
Su hermano dejó de parlotear, entrecerrando los ojos. —¿Qué quieres decir?
Medianamente tentado a simplemente echarlo de su casa, cogió el sartén de la isla y le dijo a Patricio lo que ocurrió el lunes pasado. El diminuto destello de respeto que apareció en los ojos de Patricio fue lo único que hizo que Pedro no quisiera golpearlo en la cabeza con el sartén.
—Maldita sea. —Patricio se frotó un sitio por encima de su pecho—. No sé qué decir. Es solo que…
—No necesitas decir nada —refunfuñó, volviendo a la estufa—. Así que a menos que quieras hacerme enojar más, voy a hacer el desayuno.
—¿No estoy invitado?
Lanzó una mala mirada sobre su hombro.
Patricio se alejó lentamente. —Está bien. Lo siento. Tienes razón. Estoy siendo un idiota.
—No soy a quien necesitas decirle eso.
Su hermano era tan terco como él, y aunque sabía que Patricio era sincero en su disculpa, no lo imaginaba diciéndoselo a Paula en el corto plazo. Su hermano se fue poco después de eso, dejando su estómago revuelto. Golpeó el sartén contra la estufa, irritado. Sus hermanos tenían que acostumbrarse a Paula, porque ella no iría a ninguna parte.
CAPITULO 38
Reconociendo la voz de Patricio, se congeló en el comedor.
La puerta estaba allí mismo, y un segundo después, vio a Pedro pasar a través de la cocina, sin camisa, pantalones de pijama colgando bajo, llevando un sartén.
Querido señor, se veía caliente llevando un sartén.
Está bien. Enfócate. Lo caliente que se encontraba Pedro no era la preocupación en ese momento. Como llegar al piso de arriba sin ser vista lo era.
—He estado muy ocupado —respondió Pedro secamente—. Y escuchaba tus mensajes. No era nada importante. No como algo que tuviera que ver con tu boda o cualquier cosa. Ninguno murió.
—No jodas, idiota. —Patricio apareció a la vista, entando a la cocina — oh dios, la mesa de la cocina.
Imágenes de lo que habían hecho en esa mesa asaltaron el cerebro de Paula. Tenía que salir de allí, pero se quedó clavada en el suelo. Un ruido incorrecto, y Patricio la vería en la ropa de su hermano y bueno, esa mierda seria incómoda.
—Ni siquiera has estado respondiendo a las llamadas de Pablo — Acusación zumbó en el tono de Patricio, y Paula frunció el ceño—. Y deberías haberlo hecho.
—¿Por qué? —apuntó Pedro, deteniéndose frente a su hermano, cruzando sus fuertes brazos. De pie uno al lado del otro, Pedro era el más musculoso y alto de los dos, pero era fácil ver el parecido. El mismo pelo oscuro, pero el de Patricio era más corto, desordenado y puntiagudo.
Sus perfiles era casi idénticos —amplios pómulos, mandíbula fuerte—. ¿Déjame adivinar? ¿Él es como tú y no sabe cuándo ocuparse de sus propios asuntos?
Pedro ladeó la cabeza hacia un lado. —Eres nuestro hermano, y por consiguiente es nuestro asusto.
—Mentira.
—Así es como tú nos has tratado.
—Cuando tenías dieciséis putos años. —No había calor real en las palabras de Pedro, pero Paula se sintió como una intrusa.
Bueno, obvio, lo era, y realmente necesitaba sacar su culo de ahí.
—Tecnicismos. —Patricio le lanzó la sonrisa que hacía a las mujeres en todo el país bajar sus bragas, aun cuando ahora solo se interesaba en las bragas de una sola mujer. El jugador de béisbol suspiró—. Hombre, definitivamente algo está pasando. Pablo dijo que no irías a jugar cartas anoche…
—Ah, ¿los niños pequeños extrañan a su hermano mayor?
—Tal vez
Pedro sonrió. —A veces creo que ustedes dos tienen en pleno funcionamiento sus vaginas. —Paula apretó sus labios.
—Vete a la mierda. —Patricio estiró las piernas y cruzó los tobillos—. En serio, deberías hablar con Pablo.
Pedro suspiró. —Mira, lo que estoy haciendo no es…
—Mariana está embarazada, idiota.
La boca de Paula se abrió en el mismo segundo que la de Pedro lo hizo. Él dio un paso atrás, y solo la mitad de él se veía. Sus brazos cayeron a los costados. —No jodas.
—Sí, es por eso que te ha estado llamando. Quería compartir las buenas noticias y esa mierda. —Patricio golpeó sus palmas sobre la mesa.
Una pequeña sonrisa apareció—. Sus padres van a matarlo, pues ni siquiera están comprometidos todavía.
—Pablo eligió el anillo. Sabes eso. Esperó el momento adecuado o algo así. —Hubo una pausa—. Supongo que esperó demasiado tiempo.
—Sí, pero, ¿ellos no saben eso? —Se echó a reír Patricio—. Debo admitir que estoy tan ansioso por presenciar esa conversación con el señor Gonzales.
—Va a comerse a Pablo vivo.
—Sí. —Patricio sonrió.
Otro momento de silencio. —Hombre, cuando Pablo estuvo aquí la última vez dijo que pensaba que Mariana tenía gripe.
Guau. Esto es… no se ni que decir. —Sorpresa y felicidad genuina llenaban la voz de Pedro—.¿Pablo va a ser papá?
—Nosotros vamos a ser tíos.
—¿Tío? —Rió Pedro—. Hombre, eso es muy muy impresionante.
Allí de pie, escuchando cosas que no tenía que escuchar, Paula sintió esta… esta profunda agitación en su pecho, y esta necesidad de unirse a los chicos, para felicitarlos y envolver sus brazos alrededor de Pedro. Quería ser parte de su felicidad, porque quería compartirla con él.
Oh, Dios.
No podía negar lo que sentía.
La sangre se drenó rápidamente de su rostro. Las paredes que la rodeaban parecían moverse, presionándola. El techo tenía que haber descendido varios metros, porque sentía que no podía mantenerse erguida.
Presión reprimiéndose sobre su pecho. ¿Tenía un ataque al corazón? Oh no, era algo mucho peor que eso
Estaba enamorada de Pedro Alfonso.
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