miércoles, 22 de octubre de 2014

CAPITULO 39




Se sentía absolutamente y jodidamente emocionado por su hermano menor, Pedro se quedó allí sonriendo como un maldito tonto. ¿Patricio iba a ser papá? ¿Él iba a ser tío? No jodas. Mejor que tuviera un niño. Si era una niña, ningún hombre tendría la oportunidad de un cubo de hielo en el infierno de poder pasar la aprobación de ellos tres.


Patricio parecía a punto de saltar a otro tema cuando lo que sonó como una silla en la cocina chocando con la mesa atrajo su atención.


Giraron al mismo tiempo.


Paula se encontraba de pie a unos pocos metros de la mesa, con la cara roja como un camión de bomberos y los ojos muy abiertos. Bajó la mirada, y se tragó un gemido. 


Maldita sea, si no amaba verla en su ropa.


Sin embargo, no le gustaba la idea de Patricio viéndola prácticamente desnuda.


Y realmente no se sentía listo para hablar con sus hermanos sobre Paula, que era por lo cual estuvo pasando la semana fingiendo que nadie se encontraba en casa cuando ellos llamaban. Era obvio que sus dos hermanos iban a chismear como dos viejas enfermeras sobre sus pacientes, y Paula, bueno, ella era demasiado personal e importante para
él para exponerla a esos dos idiotas.


Los ojos de Patricio se volvieron tan enormes como los de un niño en la mañana de navidad. Miró fijamente a Paula como si nunca la hubiera visto antes. Y nunca hubiera visto a su ex publicista así antes. Si lo hubiera hecho, Barbara iba a terminar con un recién casado muy infeliz, porque Pedro le cortaría la polla a su hermano. Patricio enfrentó lentamente a Pedro —¿Qué demonios está pasando aquí?


Cruzó los brazos otra vez, dando a su hermano la mirada de “no jodas conmigo”. —¿Qué crees que está pasando?


—Oh, tengo una muy buena idea, pero estoy rezando equivocarme.


Ira pinchó la piel de Pedro, y tenía que decirse a sí mismo que se trataba de su hermano, así que no sería apropiado patear su trasero. — Ten cuidado con lo próximo que dices —advirtió en voz baja—. No estoy bromeando.


Una mirada de incredulidad cruzó la expresión de Patricio mientras se apartó de la mesa, mirando hacia el comedor. —Esto es una mierda, señorita Chaves


Sus manos se cerraron en puños. —Patricio…


—Estoy seguro de que no has olvidado que cada vez que ella estuvo cerca de mí sentí la necesidad de cuidar mis bolas. ¿O el hecho de que chantajeó a Barbara? ¿O que es peor que la maldita Medusa con su periodo?


Eso fue todo. Iba a golpear a su imbécil e ingrato hermano, y estaba a medio segundo de distancia de hacerlo cuando la voz de Paula lo detuvo.


—Tus bolas estuvieron siempre seguras a mí alrededor —dijo, su voz tensa mientras le dirigía una fría mirada a Patricio. Para cualquier otra persona, parecía inafectada. Pero Pedro atrapó el ligero temblor de su labio inferior, y la rigidez en la manera es que se contenía—. Por favor,
dale mis felicitaciones a Pablo. Lamento entrometerme.


Pedro la observó girar y salir de la habitación. Queriendo ir tras ella pero necesitando encargarse de algo más primero, se enfrentó a su hermano. Inclinó hacia atrás su brazo. Su puño saludó su mandíbula.


Patricio giró hacia un lado, agarrándose a la mesa. —Jesús. 
—Se irguió, apretando su mandíbula—. ¿Por qué demonios fue eso?


—¿Eres realmente tan estúpido que tienes que hacer esa pregunta? Pedro se puso furioso. ¿El idiota se golpeó en la cabeza con tantas bolas rápidas?—. Mira, entiendo que no te guste del todo, pero deja de ser un imbécil. Sí, chantajeó a tu chica. Fue algo perra. Estoy de acuerdo. —
Se puso justo en la cara de Patricio, forzándolo a mantener el contacto visual—. Pero si no fuera por Paula… No, cierra la puta boca. No he terminado. Si no fuera por ella no habría una Barbara. Todavía estarías follando con Dios sabe quién. Y si Paula no hubiera obligado a Barbara a salir contigo sabes muy bien que no la tendrías.


—Bueno, eso fue una especie de insulto.


—Es la verdad. —Se obligó a retroceder un paso antes de que lo golpeara de nuevo—. Tienes que agradecerle a Paula, y en su lugar, la tratas como si fuera una terrorista. Esa mierda termina ahora. Ella merece tu maldita gratitud y respeto. Y un gran maldito agradecimiento por la que va a ser-tu-esposa, y el nuevo contrato de varios millones de dólares que tu feliz trasero acaba de firmar.


La mandíbula de Patricio se contrajo mientras sacudía la cabeza. — Entiendo lo que dices, y sí, actué como un cabrón. Pero…


—¿Pero?


—Sí. —Sus ojos brillaron con ira—. Ella avergonzó a Barbara. La hizo sentir como escoria y a pesar de que forzarla a meterse conmigo funcionó a nuestro favor, me es difícil superar como actuó con respecto a Barbara.


Pedro no podía argumentar que Paula no tenía las más grandes habilidades a la hora de tratar con la gente, pero como Patricio la trataba no era correcto.


—¿Estas durmiendo con ella? Mierda. Esa es una pregunta
estúpida. Llevaba tu camisa. Creo que te la di para una navidad.


—Cállate, Patricio.


Patricio nunca sabía cuándo callarse. —¿Sientes algo por ella? Santa mierda, si los tienes…


—Recibió una bala por mí, jodida mierda, así que, ¿qué tal si cierras la puta boca?


Su hermano dejó de parlotear, entrecerrando los ojos. —¿Qué quieres decir?


Medianamente tentado a simplemente echarlo de su casa, cogió el sartén de la isla y le dijo a Patricio lo que ocurrió el lunes pasado. El diminuto destello de respeto que apareció en los ojos de Patricio fue lo único que hizo que Pedro no quisiera golpearlo en la cabeza con el sartén.


—Maldita sea. —Patricio se frotó un sitio por encima de su pecho—. No sé qué decir. Es solo que…


—No necesitas decir nada —refunfuñó, volviendo a la estufa—. Así que a menos que quieras hacerme enojar más, voy a hacer el desayuno.


—¿No estoy invitado?


Lanzó una mala mirada sobre su hombro.


Patricio se alejó lentamente. —Está bien. Lo siento. Tienes razón. Estoy siendo un idiota.


—No soy a quien necesitas decirle eso.


Su hermano era tan terco como él, y aunque sabía que Patricio era sincero en su disculpa, no lo imaginaba diciéndoselo a Paula en el corto plazo. Su hermano se fue poco después de eso, dejando su estómago revuelto. Golpeó el sartén contra la estufa, irritado. Sus hermanos tenían que acostumbrarse a Paula, porque ella no iría a ninguna parte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario