miércoles, 22 de octubre de 2014

CAPITULO 37



No importaba cuántas veces Pedro la probara o se deslizara
profundo en su interior, nunca era suficiente. Era adicto a ella, a la forma en que se movía en su contra, cómo su boca le provocaba placer y luego lo sacó de quicio segundos después cuando hablaba sucio, o la forma en que gritaba su nombre mientras se venía. Él no podía quitarle las manos de
encima, no cuando estaba despierto o dormido.


Los días se convirtieron en un borrón de una forma que no afectaron Pedro.


En las mañanas se levantaba a su lado, sorprendido por lo bien que eso se sentía, y sabía que era así como debían sentirse sus hermanos. No era nada menos que sorprendente darse la vuelta, pasar la mano por las suaves curvas del cuerpo caliente a su lado, y sentir ese trasero tentador presionarse contra su ingle.


Cada mañana la tomaba antes de decir su primer palabra, y ella se encontraba siembre deliciosamente lista.


Se deslizaría en ella por detrás, enganchándole la pierna sobre la suya. La tomaba en las mañanas a un ritmo lento y lánguido que siempre rápidamente se salía de control, dejándolos a ambos jadeando por el siguiente aliento y sus corazones latiendo desbocados.


Y luego se ducharían. Cada vez, Paula discutiría que probablemente sería más beneficioso si se duchaban por separado, pero después de un beso, cedería. Dejando la conservación del agua a un lado, el sexo en la ducha nunca fue una tarea fácil, especialmente no con su hombro, aunque sanaba bien. La tomaría por detrás o se arrodillaría, dándole la liberación con la boca y dedos. O ambos terminarían en el suelo de la amplia ducha, ella sentada firmemente en su regazo, montándolo y llevándolo a donde sólo Paula era capaz de llevarlo.


En algún punto, desayunarían. Algunas veces en la cama. Otras en la cocina. Cada vez terminaba con él consiguiendo su postre favorito. Y cada noche que se iban a la cama, él no podía estar fuera de ella.


Normalmente su apetito sexual se iba al lado sucio de las cosas, pero con el hombro, se encontró a sí mismo no queriendo arriesgarlo, y por primera vez en muchos años no tenía problemas con el sexo vainilla. Mientras estuviera envuelto en su calor resbaladizo se hallaba en el cielo, y el sexo era más que suficiente para satisfacerlo. Hasta que se acababa y volvía a quererla de nuevo. Él siempre la quería.


Pero era más que sexo.


Por primera vez Pedro se encontró queriendo que le hablara, que le dijera lo que pensaba, que le compartiera sus recuerdos, y que lo involucrara en su vida. Típicamente esto significaría el punto en una relación en la que se cerraría o saldría pitando, pero como con el sexo, simplemente no podía tener suficiente de ella. Era lo mismo con él. Le compartía cosas en el curso de la semana que sólo sus hermanos sabían.


Lo que existía entre ellos creció rápidamente más allá de la atracción física y hacia algo muchísimo más fuerte que “atracción” o algo casual.


Pedro no sabía bien en qué momento exacto aceptó que se había enamorado —y caído como un maldito árbol— de Paula. ¿Lo que él sentía en su pecho y lo que quería de ella? Era amor.


La palabra de cuatro letras más peligrosa.


Lo más loco era que sus pelotas no temblaban con el pensamiento de haberse enamorado de la mujer más terca y con fobia al compromiso.



Él sabía con bastante certeza que ella se sentía igual, pero lograr que lo admitiera no era algo de lo que fuera capaz de obligarla. Todo lo que podía hacer era mostrarle cómo se sentía y probarle que sentía lo mismo, sin que huyera.


Por lo que mantuvo lo que sentía, verbalmente, para sí mismo.


Mauro recuperó el correo del departamento de Paula el viernes.


Había dos cartas del idiota que la acosa. Ambas vagamente amenazantes, advirtiéndole que se encontrarían pronto. No le mostró las cartas a Paula.


Durante el tiempo con él, la mujer por fin comenzaba a relajarse. Rayos,incluso usaba vaqueros más seguido. Él no quería quitarle eso.


A pesar de todo el tiempo que pasaba con Paula y cómo al final del día follaban sin sentido, un malestar se formó en su intestino y creció con cada día que pasaba. Cada vez que era contratado para un trabajo, siempre sabía quién era el enemigo, pero ¿con esto? No se hallaba más cerca de encontrar a quién andaba detrás de todo esto que el primer día en que Paula entró a su vida. Esa cancioncilla lo fastidiaba, y por la información que extrajo de Paula sobre sus relaciones pasadas, ninguna parecía estar a la altura del psicópata. Por otra parte, las personas que parecían ser promedio y amable podrían ser asesinas.


El miércoles buscó a dos más de la lista cuando Paula dormía la siesta en la sala. Ninguno de ellos siquiera recordaba quién era Paula, y él sintió honestidad en sus voces. A finales de la próxima semana serían capaces de hablar con la chica Jennifer, pero él sabía que sería una pérdida de tiempo.


No apostaría su dinero a que se trataba de Elias, especialmente ya que el tipo avanzó y Pedro fue capaz de rastrear la conexión de Brent a un tío en la ciudad —un tío quien no había visto a Brent en años. Así que si el hijo de puta estaba aquí, no era para visitar a la familia. Desde
entonces, el tipo era un fantasma.


Sólo para estar seguro sobre Elias, sacó el número del teléfono de ella cuando descansaba más temprano. Todo el tiempo que lo hizo, con facilidad podía imaginarla pateándole las bolas por tomar lo que no era suyo, pero necesitaba ese número. Una rápida llamada a Mauro y unas cuantas búsquedas detalladas más adelante, consiguió una dirección.


Haría una visita pronto.


Su departamento fue limpiado y quedaba lo que pudo salvarse. Se encargó de ordenar él mismo una alarma, y la instalarían a finales de semana, pero aun así, no se sentiría cómodo con que ella regresara a su casa hasta que supieran quién andaba detrás de todo esto.


En dos días, ella volvería al trabajo y otra vez eso sería peligroso.


Protegerla sin saber exactamente de qué la protegía era malditamente casi imposible.


Y la comprensión lo hizo desesperarse.


Encontró a Paula en su cocina, limpiando después de la cena de comida china para llevar. Él no recordaba haber ido a su habitación, tomar una de las corbatas que nunca usó y ponerla en su bolsillo, pero al caminar detrás de ella mientras se encontraba en el fregadero, se sentía malditamente agradecido de que su lado pervertido le gustara planear con antelación.


Poniéndole las manos en las caderas, empujó su espalda contra él a medida que agachaba la cabeza, acariciándole el lado del cuello. Sonrió cuando ella tembló y ladeó su cabeza, dándole más acceso. —¿Adivina qué?


Las manos de ella aterrizaron en sus brazos y le clavó las uñas en la carne. —¿Quieres el postre ahora?


Pedro se rio entre dientes. —Algo así.


Echándole la cabeza hacia atrás, hizo una mueca. —Creo que estoy decepcionada.


Él le atrapó el suculento labio inferior entre sus dientes y lo mordió.


—No creo que lo estés en unos minutos.


Paula tembló mientras sus dedos abrían el botón de sus vaqueros.


Desabrochándolos, él casi le gruñó al pequeño sonido de la cremallera y luego los bajó por sus curvilíneas piernas, junto con sus bragas. Luego la camisa le siguió más rápido de lo que corre el diablo de la iglesia. No había sostén. Excelente.


Acunándole los senos, rodó los pezones entre sus dedos mientras bajaba la cabeza, besándole la pequeña piel arrugada en el hombro. —¿No deberías estar usando una venda?


—No lo creo —le dijo, su voz ronca—. Ahora ya no duele.


—Umm… —Besó la pequeña fea cicatriz una vez más y luego le besó su desbocado pulso—. Me gustas así.


—¿Qué? —Arqueó la espalda, empujándole los senos en las manos.


Tiró de sus pezones, sonriendo cuando ella se quedó sin aliento. — Desnuda de pie frente a mi fregadero.


Una suave risa iluminó la cocina. —¿Están las persianas cerradas?


—Por supuesto. —Movió las caderas contra su trasero, gruñéndole en el oído—: Si te viera así cada maldito día, mi vida sería perfecta.


—¿Cada día? —Músculos se tensaron contra él, y maldijo por lo bajo.


Sin querer darle tiempo para que se obsesionara por ese comentario, curvó las manos alrededor de su garganta, guiando su cabeza hacia atrás,y besándola. En lo que lamía el camino hasta su boca, sacó la corbata.


—Cierra los ojos.


Ella se alejó un poco, las cejas bajando al mirarlo sobre su hombro.


—¿Por qué?


Él sonrió. —Confía en mí. Vas a disfrutarlo.


Un segundo pasó y luego exhaló con fuerza. Cerrando los ojos, cruzó los brazos debajo de sus pechos. —¿Qué estás tramando?


—Ya lo verás. Mantenlos cerrados. —Atándole la venda alrededor de la cabeza, sintió su polla saltar con la suave inhalación de aire que le siguió. Le gustaba. Le gustaba mucho.


—¿Pedro? —Emoción nerviosa le llenaba la voz al levantar las manos, sus dedos suspendidos sobre el borde de la venda.


La giró y su mirada se movió por su cuerpo, sonriendo en tanto las oscuras puntas de sus pechos se tensaban. —Eres hermosa.


—Estoy completamente desnuda y vendada, y tú estás vestido.


—Cierto. —Capturó sus siguientes palabras con su boca. No estaría vestido por mucho tiempo—. ¿Estás lista para mí?


Ella se mordió el labio, asintiendo lentamente.


Agarrándole las caderas, la levantó. La chica era inteligente. Le envolvió las piernas alrededor de la cadera y ciegamente le encontró la boca. Llevándola a la mesa de la cocina, la sentó. Chilló cuando su trasero tocó la fría madera. Dando un paso atrás, se empapó de su vista. Ella se aferró a los bordes de la mesa, sus muslos abiertos, y él podía ver el brillo entre sus piernas.


Algo sobre la forma en que se sentó ahí, confiando ciegamente, mezclado con la comprensión de cuán profundos eran sus sentimientos por ella, lo volvieron loco. 


Él quería alargar esto, seducirla lentamente, pero esperar seguramente lo mataría.


—¿Pedro? —Su pecho se levantó rápidamente, y él gimió.


Arrancándose la ropa, fue por ella. Reclamándole la boca con besos profundos y mojados, bajando por su garganta, abriendo un camino hacia sus pechos y más abajo aún, donde consiguió todo con su boca y lengua.


Su sabor lo volvía loco, hasta el borde del abismo. Ella se vino, sus caderas meciéndose en su contra, su nombre era un grito ronco en sus labios hinchados.


Las manos de Pedro temblaban a medida que la sacaba de la mesa, guiándola hasta sus rodillas. La belleza en lo que ocurrió después fue que él no necesitaba decir lo que quería. Enredando los dedos en su cabello, gimió mientras su boca caliente se cerraba alrededor de su polla.


Ella chupó, chupó duro, tomándolo tan profundo como podía, pasando la lengua por la parte inferior de su longitud en lo que le acunaba las bolas, masajeándolas de la forma en que él le mostró que le gustaba.


—¡Oh, joder! —gruñó, las caderas bombeando al tiempo que ella le daba un buen apretón a sus bolas. No quería venirse así. No, quería estar profundamente en ella.


Necesitaba estar allí.


Alejándose, la agarró del brazo y la levantó. Su cuerpo temblaba, su polla latía cuando la volteaba e inclinaba sobre la mesa. Sus piernas abiertas en tanto él envolvía un brazo debajo, levantándola en sus pies.


Pasándole la mano por la columna, se detuvo justo encima de los firmes globos de su trasero.


—No puedo esperar —le dijo, presionando contra ella hasta que la cabeza de su polla separó sus pliegues—. Esto va a ser rudo.


Ella levantó la cabeza. —Puedo soportarlo.


Un rayo de pura lujuria lo atravesó, y joder si no escuchó eso como un hermoso coro en su cabeza. Un sonido gutural vino desde el fondo de su pecho mientras empujaba, acomodándose en su interior. Ella gritó ante la profunda penetración, arqueando la espalda. Saliendo unos centímetros, volvió a repetirlo una vez más y otra, dentro y fuera, hasta que no podía soportarlo más y perdió todo sentido del ritmo. Golpeó dentro de ella en el momento en que se doblaba, sellando el pecho contra su espalda. La mesa arañó el suelo y él dejó caer la mano de su espalda hasta sus caderas, sus dedos clavándose.


—Oh, Dios —gimió, moviéndose hacia él con desesperación—. ¡Pedro!


Sus paredes apretadas convulsionaron a su alrededor y eso fue todo.


Todo lo que necesitó. Dejó caer la cabeza a la altura de la nuca, sus caderas golpeando hacia adelante cuando su liberación explotó a través de él. Joder, le destrozó. Ella lo destrozó.


Una eternidad pasó antes de que sus piernas se sintieran lo
suficientemente fuertes como para sostenerla. Él salió de ella y la giró.


Después de desatar la corbata, la sostuvo cerca, envolviendo los brazos a su alrededor y presionando la frente en su contra.


Ella temblaba, los ojos cerrados y las manos en pequeños puños contra su pecho.


Preocupación radiaba de él. —¿Estás bien?


Paula asintió pero no habló.


Su corazón le latía desbocado en el pecho. Había sido rudo. Joder, movieron la mesa de roble unos buenos treinta centímetros. —¿Te lastimé,Paula?


—¡No! —Sus ojos se abrieron de golpe. Un leve rubor tiñó sus mejillas—. Mejor dicho todo lo contrario. Es sólo que eso fue… guau. Creo que freíste algunas células neuronales.


Echando la cabeza hacia atrás, se rio. —¿Freído algunas células neuronales?


—Sí. —Sonrió mirando a través de sus gruesas pestañas—. Me gustó cuando tú…


Se volvía a poner duro. —¿Cuándo yo qué?


Ella bajó la barbilla, adorablemente tímida. —Cuando en cierta forma perdiste el control. Me gustó.


Oh, joder, necesitaba estar en ella otra vez. —También me gustó. — Poniéndole la punta de los dedos debajo de su mejilla, le levantó la mirada hasta la de él—. Y me encantó cuando perdiste el control


Su boca se abrió, como si fuera a negarlo, pero la besó antes de que pudiera negar lo que era tan obvio. La quería arriba y en su cama, pero llegaron a mitad de camino de las escaleras, y él terminó entre sus muslos, los brazos a lo largo de su espalda, tomando el ardor de los movimientos de balanceo.


Más tarde, mucho más tarde, llegaron a la habitación. Ambos se encontraban exhaustos, y él sentía como si hubiera corrido una maratón.


Él arrastró perezosamente una mano arriba y abajo de su columna.


Cada vez que alcanzaba la ligera curva de su espalda baja, sus dedos le rozaban la curva del trasero y temblaba. Por supuesto, siguió haciéndolo.


Ella frotó la mejilla contra su pecho, dejando salir un suspiro
contenido. —Lo que hiciste abajo, en la mesa donde la gente se sienta a comer, no fue muy apropiado.


Pedro se rio profundamente. —¿Qué pasa contigo y lo apropiado?


Sus labios se curvaron. —Sermoneo a la gente constantemente sobre el comportamiento apropiado, así que supongo que siempre sentía que debía comportarme de esa forma.


—¿Sentías?


Ella se rio. —Sí, ya no creo que pueda ser muy apropiada contigo.


Su corazón se sacudió como si hubiera golpeado un rayo y
murmuró—: Malditamente cierto. —Y luego la acercó tanto como pudo, haciendo una promesa silenciosa de que nadie se acercaría y la lastimaría de nuevo.




*****



Paula despertó el domingo, sus músculos adoloridos de una manera agradable, y por primera vez en muchos años, no esperaba ansiosa la mañana del lunes. Quería otra semana de Pedro y sus dedos, su lengua, boca y todo lo relacionado con él.


Sonriendo como una completa boba, rodó sobre su lado y hacia el lugar que Pedro ocupó minutos antes. 


Estirándose, arrastró su mano sobre la sábana. Su teléfono celular se encendió, despertándolos a los dos. Él no contestó. En cambio, él… él le había hecho el amor, dulce y
lentamente, llevándolos a los dos a un clímax demoledor.


El teléfono aun descansaba sobre la mesita de noche, sin tocar.


Con suerte no era una emergencia, porque Pedro se encontraba abajo, haciendo el desayuno de nuevo. 


Realmente debía sacar su culo perezoso de la cama y tomar una ducha, pero sus huesos se sentían como gelatina.


Mmm. Ducha. Jamás pensaría en los baños de la misma manera otra vez.


Un repentino nudo de inquietud se formó bajo su pecho mientras se dejó caer sobre su espalda. Sus ojos de repente ampliándose, fijos en el techo. Mentalmente haciendo un recuento de su semana —El sexo, las conversaciones, la comida.


Maldita sea, Pedro sabía cocinar.


Nada de lo que hicieron era casual. ¿A menos que fuera una aventura de una semana en lugar de una aventura de una noche? ¿O una aventura de trabajo?


Golpeando sus manos sobre su cara, gimió. Apenas había pasado algún tiempo pensando en lo que los llevo a estar juntos. Y eso tenía que ser muy estúpido. Alguien por ahí quería asustarla, tal vez incluso hacerle daño, y todo lo que estuvo haciendo durante la última semana era conseguir ser follada por todo el lugar desde el domingo, y jugar a la casita.


En lugar de estar sintiendo remordimiento, sintió una pizca de satisfacción, y eso solo la hizo sentir un montón de miedo.


Se sentó, sosteniendo la sábana contra sus pechos mientras su mirada parpadeaba alrededor de la habitación. 


La semana pasada…


bueno, estuvo maravillosa, pero tenía que llegar a su fin. El corazón le dio un vuelco dolorosamente en su pecho, y el pavor transformó la sangre en sus venas en hielo. Cuando todo estuviera dicho y hecho, ¿Dónde los dejaría a Pedro y a ella? Su corazón quería decir que habría un futuro,
pero su cerebro le decía a su corazón que cerrara la boca, porque no era tan optimista.


Saliendo de la cama, buscó su ropa antes de darse cuenta de que no usó ninguna dentro de la habitación en bastante tiempo. Suspirando, recogió una camiseta y la deslizó sobre su cabeza. Un dolor sordo estalló en su hombro con el movimiento, fácil de ignorar, y por mucho menos fuerte que el sentimiento en su pecho.


Ahora, después de todos estos años y de hacer todo lo posible para evitarlo, finalmente sabía cómo se sentía su madre cuando…


—Detente —dijo en voz alta, frotando las manos sobre su cara. El pánico era como un trago amargo en la parte de atrás de su garganta—. No estás enamorándote…


Negándose a terminar incluso esa declaración, respiró hondo varias veces y se dirigió al cuarto de baño. Nudos formándose en su estómago cuando agarró su cepillo de dientes de entre sus cosas. Esto… todo esto era tan serio, pero ¿Lo era para él? ¿Para ella?


Cepillándose los dientes rápidamente, salpicó agua sobre su cara y puso todo junto. Sus neuróticas y ultra idiotas tendencias donde no fueran a meterse y hacer de este feliz, divertido y sexy dúo un cuarteto de pesadilla. Ninguno había profesado sentimientos eternos por el otro y nadie terminaría lastimado. Todo estaba bien. No era como su madre. No estaba obsesionada.


Recogiendo su cepillo, rápidamente lo pasó por su cabello,
diciéndose a sí misma que cerrara la maldita boca, y lo colocó de nuevo en su lavabo.


Bajó a la planta baja y casi dentro de la cocina antes de que oyera las voces.


—No has respondido a una sola de mis llamadas telefónicas, como,en una semana. ¿Qué mierda pasa con eso?


Oh, mierda.

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