martes, 21 de octubre de 2014

CAPITULO 36





Las cosas no fueron tan incómodas como Paula pensó que serían a la mañana siguiente. Usando una de las viejas camisas de algodón de Pedro y nada más, se sentó en el taburete de la cocina mientras él mostraba otra habilidad maravillosa.


Friendo tocino sin camisa, arreglándoselas para no salpicarse grasa por todo ese hermoso pecho suyo.


Paula acunó una taza de té mientras le lanzaba largas miradas a los firmes músculos estirándosele en la espalda al voltear el tocino. Los sonidos chisporroteantes le recordaban lo que estuvieron haciendo sus células cerebrales la noche anterior.


Pedro se volteó, entregando un plato de tocino. —Come.


Ella esperó hasta que se le unió al otro lado de la isla. El tocino se hallaba perfectamente crujiente y cuando lo mordió, casi gimió.


Pedro sonrió mirándola. —Bueno, ¿verdad?


—Sí.


—¿El toque especial? Azúcar morena. —Levantó una rodaja, y por unos minutos comieron en un cómodo silencio.


Paula nunca hizo algo como esto. Tener sexo con un hombre, dormir con él y luego permitir que le preparara el desayuno y compartirlo juntos mientras usaba la ropa de él. Todo esto era nuevo.


Y era tan… tan bueno. Tan escalofriante —como el infierno de aterrador— como era, se podía ver a sí misma acostumbrándose a esto.


Pedro terminó su plato, el cual consistía en tocino digno de
medio cerdo. En tanto alejaba el plato y cruzaba los brazos sobre la cima de la isla, la mirada en su cara decía que las cosas se pondrían serias.


El estómago de Paula dio un vuelco. —¿Qué?


—Necesitamos volver a los negocios —le dijo, y su estómago se tambaleó incluso más. De alguna forma —Dios, era una idiota— se olvidó por qué se encontraba ahí. No porque ambos fueran normales, sino porque lo contrató como guardaespaldas—. Como dije antes, creo que es algo personal. Le estamos ladrando al árbol equivocado al investigar a los clientes.


Paula masticó su tocino, dándose unos segundos para sacar la cabeza de su vagina. —¿Por personal te refieres a…?


—Ex novios —dijo, encontrando sus ojos—. Alguien que te conoce íntimamente.


Ella negó con la cabeza. —No creo que sea eso. En todas mis relaciones, las cosas nunca… bueno, no llegamos a ningún punto que justifique este tipo de… —Se fue desvaneciendo, y luego regresó, el mismo pensamiento que tuvo antes del disparo. Sacudió la cabeza una vez más, las cejas juntas.


—¿Qué? —Sus labios eran finos—. De nuevo tienes esa mirada. ¿En qué piensas?


De repente ya no tenía hambre, volvió a colocar el último pedazo de tocino en el plato. —Es sólo… es una estupidez.


—Nada que pienses o pudieras decir va a ser una estupidez, Paula.


Su aliento se atascó. —Me encontré con un ex el otro día. —
Tomando una respiración profunda, le contó a Pedro por cuánto tiempo salieron y cómo terminaron las cosas. En lo que ella hablaba, una mirada oscura y peligrosa tomó posesión de su dura y hermosa cara.


—¿Por qué no podría ser este Elias?


—Primero, está comprometido, y la ruptura… Bueno, él no lo esperaba, pero siguió adelante. —Levantó el último pedazo de tocino—. Obviamente siguió adelante. ¿Y segundo? No soy el tipo de mujer por el que los hombres se obsesionan.


Su mandíbula parecía haberse vuelto de granito. —¿Qué?


Ella rodó los ojos. —Mira, sé que no hay un cierto tipo de mujer para obsesionarse y que esto no tiene que ver con que yo sea mujer. Se trata del hombre y sus problemas. Da igual. Yo nunca he tenido relaciones profundas.


—Soy el primer hombre con el que verdaderamente duermes la noche entera. —La petulancia de su voz era difícil de pasar por alto.


—Él no tiene razones para estar tan… tan enojado conmigo —le dijo, limpiándose la punta de los dedos con la servilleta que él le alcanzó—. Y ha seguido adelante, así que…


Pedro se meció hacia atrás en el taburete con los brazos
cruzados. —Quizá yo necesite hablar con él.


Una sonrisa tensa apareció en los labios de Paula al imaginárselos hablando. Dudaba que involucrara mucha charla. Seguro muchos puños.


Sin desear ni esperar, un escalofrío le atravesó la columna mientras su mirada se encontraba con la de azul profundo de Pedro. Habían nubes oscuras ensombreciendo sus rasgos. Toda su subsistencia dependía de su extraña habilidad en la lectura de la gente y ver a través de sus gestos, pero ¿podía ella alejarse tanto cuando se trataba de algo personal?


¿Que el culpable detrás de las cartas, el vandalismo y el allanamiento se hallara justo frente a ella?


¿Estaba tan lejos?

4 comentarios: