martes, 21 de octubre de 2014

CAPITULO 35



Paula comenzaba a tener una buena idea de cuán emocionado estaba Pedro cuando fijó su mirada en la rugosa, gruesa erección mientras se colocaba el condón. 


Buen Dios, estaba duro e increíblemente grande, y además estaba bastante segura que iba a follar cada problema que atormentaba su cabeza en cosa de segundos.


Cuando despertó esa mañana, había entrado en pánico. 


Todas las cosas que le dijo anoche se había sentido como amarga ceniza sobre su lengua esa mañana. No es que nunca haya hablado de su madre o nada con otro hombre, pero lo había hablado con Pedro, y a pesar que le
encantaría culpar a las pastillas para el dolor, ellas no tenían nada que ver con él.


Y nunca se había despertado junto a un hombre antes, tampoco.


Los muros que había construido a su alrededor se habían destruido, y cuando yacía ahí, observando fijamente a Pedro mientras él dormía,se permitió sentir lo que se construía dentro suyo.


El ajetreo de emociones no era nada menos que desastroso. 


Dios, lo deseaba, y no sólo de una manera física. Deseaba un mañana y un fin de semana. Deseaba una próxima semana y un próximo mes. Deseaba un futuro, y nunca había deseado eso antes.


La tumefacción que se había instalado en su pecho fue mucho.


Entró en pánico y se apresuró por salir de la cama, necesitando lo conocido —su trabajo— pero Pedro hizo otra cosa que nadie más había sido capaz de hacer.


La detuvo, la tomó en sus brazos, y la presionó contra sí.


Y ahora aquí estaba, y no estaba huyendo.


Pedro se abalanzó, besándola profundamente, y trayéndola de vuelta al presente. El sabor de sus labios se detuvo mientras situaba sus manos bajo sus caderas. Cuando se enderezó, la llevó consigo, poniéndola en su regazo.


—Dime si lastima tu hombro —dijo, acunando sus caderas—. Dime cualquier cosa, y haré lo que quieras.


Su corazón latió ante sus palabras, ante la sensación de él
punzando en su entrada. El aire entraba y salía de su garganta tan rápido que le impedía hablar. La besó de nuevo, saboreando sus labios y su boca.


—He querido esto desde la primera vez que te vi —dijo, ahuecando sus pechos—. Hubiera sacado el trasero de Patricio de la casa y follado ahí en el vestíbulo.


Ante esas palabras, su cuerpo se humedeció y estuvo lista. 


—¿En el vestíbulo?


—Mierda, sí —gimió contra sus labios abiertos—. Hubiera quitado esas bragas tuyas, arrodillarte y follarte por detrás; mis manos sosteniendo tus pechos mientras te follo fuerte y prolongadamente.
Cuando te recuperes, tendré que vivir mi fantasía.


Oh, Dios… —¿Lo prometes?


—Lo prometo.


La necesidad se instaló en su entrepierna ante las imágenes de él follándola por detrás duramente en el suelo. Bajó su mano entre ellos dos, tomándolo y manoseando a la dura, caliente longitud y sus caderas se elevaron en respuesta.


—Dios —gimió, dejando un camino de besos por su cuello—. Si sigues haciendo eso estaré dentro de ti en dos segundos.


—No me estoy quejando. —Movió su dedo sobre su cabeza,
deleitando con el líquido ya formando ahí.


Soltó una profunda risa, pero tomó su mano, alejándola. —Quiero disfrutar esto. —Su mirada se paseó por todo su rostro—. Quiero darte una probada de cómo será conmigo.


Ella se encogió de hombros mientras recorría sus manos por sus tensos abdominales. —¿No es así como será normalmente?


Una malvada, engreída mirada de repente apareció en su rostro, y sintió el pulso entre sus piernas. —Oh, será así, pero habrán otras veces en las que querré amarrarte de nuevo. Te gustó la última vez, ¿no?


—Sí —contestó, cerrando sus ojos.


Tomó su labio inferior con sus dientes, y sus caderas presionaron su erección. —Dilo otra vez.


Sin respiración, arqueó su pelvis, esperando y necesitándolo. —Sí.


—Esa es mi chica. —Paseó una mano entre sus pechos, sobre su tembloroso estómago hasta su trasero. Un segundo después, su mano golpeó sólidamente su culo, provocando que su cuerpo se sacudiese y que cada parte de su cuerpo temblara de necesidad—. Sip, también te gusta eso.


Golpeó su culo de nuevo, y Paula gritó, su cuerpo y mente dando vueltas. —Oh, Dios…


Su mano bajó una vez más, y lo besó sin ninguna cohibición, desvergonzada en cuan húmedo y exuberante su cuerpo se volvió en respuesta por sus burlescos golpeteos.


—Definitivamente, haremos algo de eso. —Su mano acarició su culo,calmando la quemadura—. Y luego te follaré contra la pared. El suelo. La encimera de la cocina. ¿Y eso? —Sus dedos se deslizaron entre la abertura de sus mejillas del culo, gentilmente probándola.


Los ojos de Paula se abrieron mientras la presión se transformaba en placer con un poco de dolor. —Pedro


Sus ojos sostenían una promesa sensual. —Sí, puedo asegurar que te va a gustar también. —Su mano se alejó, curvándose sobre su cadera.


La elevó, donde su excitación yacía, orgulloso y reclamando. Se tomó a sí mismo con su otra mano, tocándose lentamente—. Dime lo que quieres.


—A ti. —Pasó sus manos sobre sus hombros, ignorando la punzada de dolor en su hombro mientras veía su mano moverse. En respuesta, su cuerpo se tensó.


—Creo que puedes decirlo mucho mejor.


Su mirada se elevó, y entrecerró sus ojos. —A ti.


Subiendo. Bajando. —Mucho mejor que eso.


—Quiero…


Su larga mano bombeaba. Pedro gimió mientras su espalda se arqueaba. —Vamos, nena.


Su boca se hizo agua cuando acercaba más su cuerpo, sintiéndolo a través de su humedad, y luego se retiró.


—Traviesa —murmuró, su agarre tensándose en su cadera,
ajustándola justo sobre él. Justo a un empuje de distancia—. Dime.


Quería continuar empujando, pero ardía en llamas por dentro.


Entonces se detuvo y su cabeza se presionó contra ella. Un espasmo pasó a través de ella, e intentó de deslizarse contra él, para tomarlo completamente, pero la mantenía quieta.


Paula quería empujar al chico, pero lo quería dentro de ella mucho más. —Te quiero a ti.


—Eso es todo lo que alguna vez tienes que decir. —Se empujó hacia arriba, y Paula gritó cuando la penetró en un profundo y largo empuje de sus caderas. La presión de él llenándola era casi arrollador, y se quedó quieta mientras se cuerpo se ajustaba a él.


—Nunca he sentido algo tan… —Sacudió su cabeza, sus ojos abiertos y posándose en ella. Una mano rodeó el reverso de su cuello, guiándola a su boca. La besó, atrayéndola mientras movía sus caderas otra vez—. Eres tan jodidamente perfecta.


Paula dejó que esas palabras la envolvieran mientras se apoyaba en sus rodillas, y lentamente comenzó a montarlo, igualando sus empujes. El placer se enrollaba apretadamente cuando se retiraba y luego volvía a penetrarla. Nunca antes se había sentido tan llena. El lento ritmo aumentó, y sus caderas se estrellaban contra los de ella mientras se apoyaba de sus hombros, igualándolo. 


Fragmentos de placer la golpearon.


Gritó cuando el orgasmo la atravesó, profundo y rápido, y lleno de estremecimientos.


Su liberación aun pasaba por su cuerpo cuando inesperadamente, Pedro la levantó. Se quejó ante la pérdida de plenitud, pero luego la volteó. En cada movimiento, estuvo consciente de su hombro mientras ella lo había olvidado. ¿Balazo? Lo que sea. En todo lo que estaba concentrada era en el hombre ahora detrás de ella, susurrando cosas que enrojecían sus mejillas y orejas. El hombre era rudo y primitivo. El hombre sudaba sexo y placer como la mayoría de los hombres respiraban.


Pedro la guiaba tanto que su espalda estaba contra su pecho.


Abrió sus muslos, y se sentó, penetrándola más profundo.


Gimió ante la plenitud de la nueva posición, y luego se tensó cuando acopló su pecho, rodando su pezón y presionándolo hasta que dolía deliciosamente. Su otra
mano bajó sobre su estómago, sus dedos fácilmente encontrando el bulto de nervios en la unión de sus muslos, y luego se comenzó a mover de nuevo.


—Oh, Dios —jadeó, sus ojos amplios, su boca abierta.


El roce de él entrando y saliendo, junto con ambas manos
trabajando con ella, era mucho en su sensible piel. Quería que se detuviera, que aumentara la velocidad, y era mucho y a la vez nunca suficiente. La segunda vez que se vino, se le unió. Cuando apoyó su cabeza contra su ileso hombro, sus empujes se volvieron irregulares, ardiente y profundo. 


Se tensó y se contrajo a su alrededor mientras se venía, su
duros músculos flexionándose contra su espalda.


Cuando la tormenta pasó, podía sentir su corazón latir tan rápido como el suyo. Sus labios rozaron contra su cuello, tan tierno y dulce. — ¿Estás bien? —preguntó con voz ronca.


—Sí. —Temblaba, y cuando salió de ella, hubiera caído de golpe en su rostro si no hubiese estado aferrado a ella.


Pedro los acostó en la cama, enclavando su frente en su pecho, su mano en su desnuda cadera. —¿Estás segura?


Aparte de sentirse absolutamente destruida y como una inservible pila de baba, se sentía bien. Una soñolienta sonrisa apareció en sus labios.


—Estoy segura.


Se inclinó, besándola suavemente, y cuando se alejó, la acercó más de manera que sus piernas se entrelazaban. —Me vendría bien una siesta.


Se rio, sin avergonzarse por el sonido. —Acabamos de despertar.


—Sí. Aun así me vendría bien una siesta.


Cerrando sus ojos, escuchó su corazón latir lentamente. —De acuerdo, a mí también.


—¿No vas a huir a la otra habitación, y encerrarte adentro?


Su sonrisa creció. —No.


Él abrió un ojo. —¿Lo prometes?


—Lo prometo.

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