lunes, 13 de octubre de 2014

CAPITULO 17




La conmoción irradiaba por su espina dorsal. Esa tenía que ser la única razón por la que no le pegó un rodillazo entre los muslos de buenas a primeras. Al principio, fue apenas un toque, pero sus labios se estremecían con vehemencia, como si se hubiera atrevido a besar al sol.


Sus labios recorrieron los suyos una vez más, mientras ella colocaba sus manos sobre su pecho, dispuesta a empujarlo, pero luego él mordisqueó su labio inferior. Un pequeño mordisco que dio a luz una oleada de lujuria que pareció venir de la nada. La mordisqueó en la esquina de sus labios
mientras la atraía hacia él, atrapando sus manos entre ellos.


Buen señor, la besó como un hombre hambriento por su sabor.


Trabajando en la comisura apretada de sus labios, siguió adelante, exigiendo que se abrieran para él.


No pudo evitar su reacción al beso, no importaba lo mucho que deseara no verse afectada por él. Quería permanecer ajena al asalto sensual, para seguir en completo control de sí misma, pero un anhelo profundo se levantó en su interior, extendiéndose como reguero de pólvora.


Sus labios se separaron en un suspiro, y Pedro se introdujo en el interior, explorando lentamente los recovecos de su boca. Él sabía a whisky y algo más rico, más profundo. El beso se profundizó, y en vez de apartarlo, empuñó las manos en la camisa que llevaba, sosteniéndolo en su lugar. 


La besó como si pudiera reclamarla con la lengua, y diablos si no se hallaba cerca de hacerlo.


A medida que su boca se fundió contra la de ella, sus manos se contrajeron alrededor de su camisa, y entonces sucedió. Movió tentativamente la lengua contra la suya, le devolvió el beso. Un gruñido en respuesta retumbó en el pecho de Pedro y su agarre sobre ella se tensó.


Cuando por fin levantó la cabeza, jadeaba y su mirada se encontraba fuera de foco. —Sabes cómo lo imaginaba —dijo con voz ronca, aflojando su agarre y poniendo un poco de espacio entre ellos—. Y tengo una imaginación muy vivaz. Sabes dulce.


—¿Por qué? —preguntó, colocando una mano sobre sus labios. Se sentía insegura, como si hubiera podido caer justo sobre él si todavía no la estuviera sosteniendo por la nuca.


La comisura de sus labios se elevó. —Pensé que era la única manera de conseguir que dejaras de discutir.


Paula lo miró, sorprendida de que utilizara esa táctica. —¿Me besaste para callarme?


—Básicamente. —La sonrisa satisfecha apareció mientras inclinaba la barbilla hacia abajo. Las hebras más cortas de cabello le rozaban las mejillas—. Funcionó, ¿no es así?


Ella se apartó bruscamente, rompiendo su agarre y tropezando un paso atrás. La ira infundió sus mejillas, ahuyentando el placer que sus labios le dieron. Ahora estaba ofendida. —¿Me besaste sólo para callarme?
Eres un arrogante, inapropiado hijo de p…


Pedro la atrapó una vez más y la besó de nuevo. Esta vez no hubo dulce roce en sus labios o suave contacto. Se adentró completamente, sumergiéndola en sus brazos y besándola hasta que no podía respirar. Quería explotar profundamente, sintiéndose inflamada y caliente, pero arqueó hacia atrás su brazo, y le dio un puñetazo en el
estómago.


Una carcajada brotó de él mientras le agarraba una muñeca y luego la otra, interceptándola antes de que pudiera conseguir otro golpe indignado. —Ouch, eso podría haberme lastimado.


—¡Eso quería! —Hervía, debatiéndose entre estar o no encendida—. Simplemente no puedes ir por ahí besando a la gente para conseguir que dejen de hablar.


—¿Por qué no? —La atrajo hacia él, mientras daba un paso atrás. Lo siguiente que supo, fue que él se hallaba sentado en el borde de la cama y ella sentada en su regazo—. Creo que realmente es muy divertido.


Hubo momentos en la vida de Alana en los que se preguntó cómo llegó a donde se encontraba. ¿Su trabajo? Determinación. Coraje. Derribar muros para aproximarse. ¿Pero esto? No tenía idea de cómo terminó sentada en el regazo de Pedro, con los labios hinchados por sus besos y su cuerpo quemando mientras seriamente quería ahogar la mierda de amante en él.


Pedro envolvió sus brazos alrededor de su cintura, no apretando pero sí firme. Ella no podía ir a ninguna parte, pero estaba muy segura de que no iba a quedarse allí. 


Levantó las manos, lista para hacerle daño.


—No es la única razón por la que te besé —admitió él.


Sus ojos se estrecharon mientras sus manos se congelaron en sus hombros. —¿No lo es?


Pedro bajó la barbilla, presionando su frente contra la de ella. Su cálido aliento bailaba sobre sus labios y sus manos cayeron de los hombros, los dedos clavándose en el duro músculo. —No, no lo es. He querido besarte desde que apareciste en mi puerta, buscando a Patricio.


La sorpresa estalló a través de ella como una bomba. 


¿Quiso besarla entonces? Paula sabía que no era el tipo de mujer que los hombres típicamente codiciaran durante cualquier periodo de tiempo, pero le creyó.


Lo sintió en su beso.


—Y lo digo en serio —continuó, con los labios rozando su mejilla, provocándole un estremecimiento—. No irás al hotel. Te vas a quedar aquí. —Se echó hacia atrás, de modo que su mirada se cruzó con la de ella—. No va a ser otra persona. No estarás con nadie que no sea conmigo.

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