miércoles, 8 de octubre de 2014
CAPITULO 6
Gritando, se dio la vuelta, dejando caer la carpeta y lanzando la mano que sostenía la llave de vástagos que había creado.
—¡Jesucristo, mujer! —Una voz profunda explotó cuando una mano se cerraba sobre su muñeca.
Una parte de su cerebro reconoció la voz, pero la adrenalina y el miedo habían pateado a su respuesta de lucha y una vez desatada, le tomaba a su cerebro preciosos segundos ponerse al día sobre cómo su cuerpo estaba reaccionando.
Trató de sacar su brazo mientras levantaba la rodilla, apuntando a cualquier parte del cuerpo a la que pudiera hacer daño. Con suerte a las pelotas.
Excepto que no lo logró.
Un segundo después, su espalda estaba contra la camioneta estacionada al lado de su coche, y un amplio y firme cuerpo se presionaba contra el suyo. Gruesas, musculosas piernas le hicieron imposible patear.
Ambas muñecas se encontraban capturadas en un agarre seguro, clavadas cerca de sus hombros en un tiempo récord. Las llaves golpearon el suelo en algún lugar bajo sus pies.
Santo Dios, fue incapacitada rápidamente.
Hubiera sido más impresionante si no estuviera a segundos de tener un ataque cardiaco en toda regla.
—¿Ya terminaste? —le preguntó, con la voz llevando un borde duro—. Podrías haberme sacado un ojo…
A medida que su ritmo cardíaco se ralentizó, su cerebro finalmente comenzó a trabajar de nuevo. Alzó la cabeza y se encontró cara a cara con Pedro, una vez más. No sólo cara a cara, sino más bien cuerpo a cuerpo.
—Lo siento —graznó con voz ronca y luego se preguntó por qué en el infierno se disculpaba—. ¡Me asustaste! Apareciste sobre mí.
—¿Aparecer sobre ti? —Un músculo palpitó en su mandíbula, visible incluso en la mala iluminación—. No me estaba escabullendo. No soy parte ninja.
Teniendo en cuenta que no lo había oído, no estaba de acuerdo con esa declaración. Y el hombre tenía los reflejos de un felino salvaje. —Parte ninja o no, es de noche y pusiste tu mano sobre mí en medio de un oscuro estacionamiento sin previo aviso. Perdóname por…
—¿La reacción exagerada? —sugirió, sus cejas oscuras bajaron—. ¿Es así como normalmente respondes?
¿Estaban realmente discutiendo sobre esto? Por cómo se veía, la respuesta sería un sí. Sus dedos se cerraron con impotencia y respiró profundo. La acción hizo que sus senos se rozaran contra el pecho de Pedro, y no pudo evitar la sacudida eléctrica que silbó a través de ella, ni la forma en que sus pezones se endurecieron ante la sensación.
Ay Dios, su reacción era totalmente equivocada, considerando todas las cosas.
Iba a culpar al trauma residual de ver su coche arrasado. —
Suéltame —dijo, tomando otro aliento e inmediatamente deseando no haberlo hecho. La sacudida la golpeó de nuevo, más fuerte—. Ahora.
—No estoy seguro de querer hacer eso. —Y así como así, el
comportamiento de Pedro cambió. Todo en él cambió. Su cuerpo se relajó en una forma que dijo que estaba listo para entrar en acción, pero se centró exclusivamente en ella. Las líneas de su rostro se suavizaron, y sus ojos adquirieron una caída, de naturaleza perezosa—. Es posible que trates de golpearme de nuevo.
Un conjunto diferente de advertencias se disparó en el fondo de su cabeza a medida que el aire se plagaba con un tipo de tensión que no tenía nada que ver con el coche, o el hecho de que casi lo había cegado momentos antes. Casi todas las partes de sus cuerpos que importaban estaban alineadas. Su aliento era cálido contra su frente y alrededor de sus muñecas, sus pulgares comenzaron a moverse en lentos círculos ociosos. Un sutil temblor patinó sobre su piel mientras su pulso se agitaba bajo sus dedos. Todo lo que hacía, desde la forma en que la sostenía contra el coche hasta cómo su intensa mirada la alcanzaba, capturaba, y luego la quemaba, rezumaba cruda sexualidad, casi primitiva. Nunca conoció a nadie que la afectara a ese nivel.
Fue así la primera vez que lo conoció y luego otra vez en el apartamento de su hermano.
Pedro movió sus caderas, y ella tomó una aguda respiración. Lo sintió contra su vientre, largo y duro. El calor hervía a fuego lento bajo su estómago y luego cayó más abajo, como lo hizo dentro de la sala. Excepto que no habían estado tocándose entonces, y aunque realmente no estaba haciendo nada ahora, su cuerpo reaccionaba a él en una manera que la sorprendía.
Era un momento tan poco apropiado para eso. A pesar de que dudaba que alguien quisiera venir tras ella ahora que Pedro estaba aquí, y si alguien lo hiera definitivamente tenía deseos de morir, pero aun así... existían cosas más importantes en las que centrarse.
Pero el instinto le decía que si echaba la cabeza hacia atrás,
Pedro con mucho gusto aceptaría la tácita invitación. No importaría que apenas se conocieran. Ya había declarado con toda claridad lo que quería de ella, aunque no lo creyera. La besaría, y ya sabía que sería besada de una manera que nunca experimento antes.
Su corazón se disparó con la idea de sus labios moviéndose contra los suyos. Un beso y sería masilla en sus, sin duda, cualificadas manos.
Paula no era fácil, pero con este hombre, probablemente se arrojaría sobre su espalda.
Sus manos cayeron de las muñecas, aterrizando en sus caderas, y mientras se inclinaba, su nariz le rozó la mejilla, sacándola de su estupor.
¿Qué, en el nombre de Dios, estaba haciendo?
Colocando las manos sobre su pecho, un increíblemente duro pecho, lo empujó. —Retrocede, amigo.
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