Paula entendía lo que decía, pero su cerebro fue lento para
procesarlo. ¿Él no quería tener sexo con ella? Por lo menos, ¿no el sexo completo? Existía una pequeña parte de ella que se sentía estúpidamente decepcionada, pero se negó a darle mucha importancia a eso.
La mano en su espalda se deslizó más bajo, y se mordió el labio para detener el gemido que quería escapar de sus labios. ¿Qué tenía que perder por tomar lo que le ofrecían?
No iban a tener sexo realmente, y ella era una persona adulta, más que capaz de tener un poco de diversión.
No iban a tener sexo realmente, y ella era una persona adulta, más que capaz de tener un poco de diversión.
Cuando sus ojos se encontraron, Paula fue golpeada de nuevo por el hambre en su mirada. Él quería esto, la quería a ella, y había algo inequívocamente poderoso en eso.
Antes de que pudiera cambiar de opinión o dejar que el sentido común se entrometiera y la dejara toda la noche sin una dolorosa satisfacción y en un estado de ánimo aún peor por la mañana, asintió.
Pedro se quedó inmóvil, con la boca a centímetros de la de ella.
—¿Eso es un sí?
Asintió de nuevo.
—Dilo —replicó en voz baja, casi peligrosa—. Dime que quieres que te complazca.
—Sí. —Su voz era apenas un susurro y era incapaz de apartar la mirada de aquellos ojos oscuros—. Quiero que me complazcas.
Pedro no lo dudó.
Esas palabras parecieron desbloquear algo primario en él.
Deslizó un brazo alrededor de su cintura y la levantó de la bañera. Su fuerza la sorprendió, a pesar de que no debería estarlo. Cuando ella se había ocultado escaleras arriba, es decir, enfurruñado, después de regresar de su viaje de compras, le vio desaparecer en una habitación de la planta baja llena de pesas y aparatos de gimnasia. El hombre era todo músculo.
Deslizó un brazo alrededor de su cintura y la levantó de la bañera. Su fuerza la sorprendió, a pesar de que no debería estarlo. Cuando ella se había ocultado escaleras arriba, es decir, enfurruñado, después de regresar de su viaje de compras, le vio desaparecer en una habitación de la planta baja llena de pesas y aparatos de gimnasia. El hombre era todo músculo.
Sus pies no tocaron el suelo hasta que estuvieron al lado de la cama.
Con una urgencia apenas contenida, la despojó de la toalla, y el aire frío se precipitó sobre su piel enrojecida. Se movió para cubrirse, pero él la agarró de los brazos.
—No te escondas de mí. —Su mirada recorrió la longitud de su cuerpo, deteniéndose en algunas zonas más que otras—. Eres hermosa.
Ella dejó escapar una risa nerviosa. —Ya estoy desnuda, no hace falta que me halagues.
—Lo digo en serio. —La tomó de la mano y se sentó en la cama.
Levantó la cabeza y la miró. El que permaneciera completamente vestido mientras ella estaba desnuda, era una desventaja. Él se instaló entre sus muslos y luego puso las manos sobre sus caderas—. Quiero mirarte hasta
saciarme, así cuando sea tarde y esté solo, todo lo que tendré que hacer es cerrar los ojos para ver tu cuerpo mientras me corro.
Dios Santo, sus orejas quemaban.
—¿Lo haces mucho? —preguntó sin aliento.
—¿Masturbarme? —Sus labios deslizándose hacia arriba mientras movía las grandes manos a lo largo de la curva de su cintura, deteniéndose debajo de sus pechos doloridos.
Su mirada escrutadora quemó su cuerpo—. ¿O masturbarme pensando en ti? La respuesta es sí a ambas.
Su mirada escrutadora quemó su cuerpo—. ¿O masturbarme pensando en ti? La respuesta es sí a ambas.
La respiración se atascó en sus pulmones cuando él sintió el ligero peso de sus pechos, sus dedos tentadoramente cerca de sus pezones. — Estás mintiendo.
—Nunca miento. —La convicción en su voz era innegable—. Cada jodida noche desde que te presentaste en mi puerta. Huirías si te dijera lo que algunas de mis fantasías involucran.
Quería saber. Detalles, muchos detalles, pero luego sus dedos se movieron sobre sus pechos y la capacidad de hablar se fue por la ventana.
Capturando los pezones entre sus dedos, él la observó con atención mientras los apretaba con el pulgar y en seguida los tiraba. Se endurecieron y sufrieron por él.
—Tenías una pesadilla —dijo en voz baja, provocándola.
—¿Q-qué?
—Cuando te encontrabas en el baño. Te oí gritar —explicó—. Es por eso que vine.
—Oh. —Sus pensamientos estaban confusos en una neblina sensual—. Fue sólo un sueño.
Él la atrajo hacia sí y luego su boca estaba sobre su pecho, lamiendo sobre el pezón y tirando de él con sus dientes. El fuerte estallido de doloroso placer se calmó al instante con un lametón de la lengua. Alternó entre rápidos mordiscos y lamidas hasta que su cabeza cayó hacia atrás.
Ella gritó, su cuerpo estremeciéndose aún con esa deliciosa presión.
Pedro de repente se apartó, y sus ojos se abrieron. Ella lo miró con incredulidad. —¡Paraste!
—Por ahora. —Le envió una sonrisa fugaz y luego se quitó la camisa.
Su cuerpo… No había olvidado lo perfecto que era. Amplios y musculosos hombros, pectorales duros, y un estómago que se ondulaba y era cincelado como una roca. Él era cien por ciento hombre, ni una pulgada de flacidez en su cuerpo.
Su mirada se encontró con una arrugada cicatriz circular en su hombro, la piel de un rosa más profundo que el resto de su cuerpo. Quería preguntarle cómo la consiguió, porque
Su mirada se encontró con una arrugada cicatriz circular en su hombro, la piel de un rosa más profundo que el resto de su cuerpo. Quería preguntarle cómo la consiguió, porque
realmente parecía una herida de bala.
—Date la vuelta.
Sus cejas se alzaron. —¿Qué?
Sosteniendo la camisa entre sus manos, la giró hasta que se extendía larga y delgada. Su mirada encontró la suya y un peligroso atractivo oscuro llenó el azul de sus ojos. —Date la vuelta, Paula.
El corazón le saltó en su pecho mientras que una aguda y casi dolorosa lamida de placer pulsaba a través de ella.
Tenía los ojos fijos en su camisa, y no podía dejar de pensar en lo que quería hacer con ella y todas las cosas que escuchó acerca de cómo le gustaba dar placer a Pedro.
Una parte de ella quería estar asqueada, disgustada, pero no lo estaba.
Tenía los ojos fijos en su camisa, y no podía dejar de pensar en lo que quería hacer con ella y todas las cosas que escuchó acerca de cómo le gustaba dar placer a Pedro.
Una parte de ella quería estar asqueada, disgustada, pero no lo estaba.
Cada célula de su cuerpo se hinchó. Una pequeña chispa de miedo floreció en su pecho, pero no era que tuviera miedo de él. Más o menos tenía miedo de como respondería. Pero respiró hondo e hizo lo que le pedía.
Una mano rozó la curva de su trasero, haciéndola saltar. Lo sintió detrás de ella, de pie. El calor de su cuerpo calentándola. —¿Pedro?
—¿Confías en mí? —preguntó, rozando una mano sobre su cadera y luego por su brazo. Lo puso tras de sí—. Tienes que confiar en mí para esto, ¿vale?
El corazón le latía con fuerza en su pecho mientras tragaba.
—Sí.
—Esa es mi chica. —Le dio un beso en el hombro y luego guió su otro brazo hacia atrás.
Sabía lo que iba a hacer, pero aún así fue una sorpresa cuando sintió atar la tela sobre sus muñecas. Una emoción oscura iluminó su sangre y disipó sus sentidos. ¿Estaba él...?
Pedro apretó la camiseta, asegurando sus muñecas a la espalda.
Entonces, los rumores y las conversaciones susurradas sobre Pedro eran ciertas.
Él le dio la vuelta, pero ella mantuvo la mirada fija en la línea entre sus pectorales. —Oye —dijo, colocando la punta de los dedos debajo de su barbilla y haciéndola mirar hacia arriba—. Tienes que estar de acuerdo con esto. Si no…
—Estoy bien. —Movió los dedos y probó las ataduras. Podía mover las manos, pero no mucho. Calor corría por sus mejillas—. Sólo estoy...
—¿Jodidamente asombrada? —ofreció y en sus labios irrumpió una sonrisa. Le tocó las mejillas y bajo su boca hasta la de ella.
El beso fue diferente. Más lento. Más profundo. La probó,
arrastrándola más profundo en él, y se fundió en su toque.
Con un profundo gemido animal, cambió de posición, y al segundo siguiente se encontraba de espaldas y él se cernía sobre ella. La mirada en sus ojos hizo que el aire se le estancara en la garganta.
Con un profundo gemido animal, cambió de posición, y al segundo siguiente se encontraba de espaldas y él se cernía sobre ella. La mirada en sus ojos hizo que el aire se le estancara en la garganta.
—Mírate. —Deslizó una palma entre sus pechos, deteniéndose debajo de su ombligo—. Podría mirarte por siempre.
—Espero que no.
—Paciencia —murmuró, bajando la cabeza.
La paciencia no era una virtud que apreciaba, pero Pedro no iba a ser apresurado. Se tomó su tiempo besando sus labios, y luego corrió su boca a lo largo de su mandíbula, bajando por su garganta, y entre sus pechos. Lamió la suave ondulación de su pecho, viajando hacia arriba y luego alrededor del adolorido punto. Llegaba tan cerca, pero siempre se alejaba en el último segundo. Sus pezones estaban enfurruñados, duros y doloridos para el momento en que su cálida boca cubrió uno.
Su espalda se arqueó despegándose de la cama cuando él succionó profundo y mordisqueó, yendo y viniendo entre sus pechos hasta que su cabeza dio vueltas.
Justo cuando estaba a punto de rogarle que se detuviera, por más, besó un sendero hasta su ombligo. Su lengua revoloteó dentro y sintió una sacudida de respuesta entre los muslos.
—¿Por qué esto? —le preguntó, trazando el tatuaje con su malvada lengua.
Sus manos se cerraron impotentemente detrás de ella mientras cerraba los ojos. —Porque...
—¿Porque qué?
No quería contestar, porque era bastante embarazoso.
Pedro se rio entre dientes. —Me lo dirás eventualmente.
—No, no lo haré.
—¿Ese es un reto? —Besó cada uno de los tres pétalos marchitos.
Una sonrisa tiró de sus labios mientras el gesto también tiraba de su corazón. Los besos... Eran tiernos. —¿No hay algo más que podrías estar haciendo con la boca además de hablar?
—Oh, te escucho. —Los labios de Pedro dejaron su estómago y abrió los ojos a tiempo para verlo gatear hasta ella. Sus ojos eran como piscinas azules—. Tengo algo para esa boca. —Bajó la cabeza y la besó profundamente—. Que planeo poner en uso muy pronto.
Respiró entrecortadamente y las puntas de sus senos le rozaron el pecho. Los dispersos vellos la provocaban. —¿Estás seguro? Podrías quedarte dormido antes de eso.
Pedro rió, dejando caer la cabeza para acariciar su cuello con la nariz. Hizo su camino de regreso por su cuerpo, mordisqueando y lamiendo hasta que niveló la cabeza entre sus muslos. Su respiración salía rápida y desigual para entonces. Los hombres habían ido abajo en ella antes, y nunca fue una gran fan de eso, pero sabía que con Pedro sería diferente. El sexo antes nunca fue así.
La miró mientras descansaba de lado, con un brazo enganchado bajo un muslo y sus hombros separando sus piernas. Pasó un dedo por el parche de pelo. —Háblame del tatuaje.
—No.
Su dedo se movió más abajo y ella se tensó. —¿Cuándo te lo hiciste?
Cerró los ojos y apretó los labios, deseando sólo poder agarrar su cabeza y darle a su boca un mejor uso. —Pedro.
—Dime cuándo. —Su dedo viajó por el interior de su muslo,
deteniéndose justo debajo de su calor—. ¿Qué edad tenías?
El bastardo era implacable. Su piel quemada y su cuerpo palpitaba con anhelo. —Tenía dieciocho —dijo entre dientes—. ¿Feliz?
—Sí. —La ahuecó entre los muslos, cubriendo su centro palpitante.
—¿Feliz?
Su espalda se inclinó mientras sus caderas inmediatamente
empujaron contra su mano. —Quédate allí...
—Mmm. —Presionó un beso en el pliegue de su muslo mientras giraba la palma, provocándole un ronco gemido—. ¿Borracha o sobria?
—¿Qué? —jadeó.
Presionó la mano contra ella. —¿Estabas borracha o sobria cuando te hiciste el tatuaje?
Quiso negarse, pero entonces él levantó la mano. El aire frío la rozó y masculló una maldición. Pedro rió. —Estaba un poco borracha — admitió, y fue recompensada con un largo dedo deslizándose por sus inflamados pliegues—. Oh Dios...
—¿Un poco borracha? ¿Al igual que estás un poco húmeda en este momento?
Tenía las mejillas sonrojadas. —Algo así.
—La rosa me resulta familiar —dijo casualmente, mientras deslizaba su dedo dentro de su opresión—. ¿De dónde es?
Paula se arqueó, aspirando una profunda respiración. Él movió lentamente su dedo dentro y fuera mientras presionaba contra el manojo de nervios. Todo su cuerpo temblaba y sus pechos se tensaban, alzándose.
Y añadió otro dedo, extendiéndola. —Maldita sea, estás tan
apretada.
Cada parte de ella se sentía increíblemente tensa, como si estuviera a segundos de reventar. Su estómago se estremeció y finos dardos de placer zigzaguearon a través de ella. La liberación enrollada profundamente dentro de ella, atrayendo su cuerpo a un punto clave.
Entonces se detuvo, retirando aquellos maravillosos dedos. — ¿Paula?
Sus ojos se abrieron en ranuras. Él le devolvió la mirada, la suya sonreía, pero con un hambre oscura en sus ojos.
Alargaría esto hasta que ella se volviera loca y le encantaba cada segundo de ello. Pero no podía tomar el sublime dolor por más tiempo.
Alargaría esto hasta que ella se volviera loca y le encantaba cada segundo de ello. Pero no podía tomar el sublime dolor por más tiempo.
—Es la rosa de La Bella y la Bestia —admitió.
—¿Qué?
—¿Ya sabes? ¿La rosa que se marchita y está encantada? —Dejó caer la cabeza hacia atrás y cerró los ojos—. Era mi película favorita cuando era una niña y una noche me emborraché. Terminé con el tatuaje.
El silencio se extendió hasta el punto en que temió que se hubiera aburrido de ese juego, pero al siguiente segundo sintió su cálido aliento moverse sobre ella y todo su cuerpo se tensó.
Entonces, la besó donde le dolía tanto.
Un grito ahogado salió de sus labios, aumentado con un
pecaminosamente profundo golpe de su lengua. El intenso placer floreció mientras continuaba lamiéndola, deslizándose profundamente dentro y luego saliendo, rodeando la sensible protuberancia. Luego deslizó un dedo
dentro de ella y apretó su clítoris, haciendo coincidir las embestidas de sus dedos con las de su boca.
Pedro nunca sintió algo tan intenso como esto. La presión se cerró sobre ella, arrastrándola hacia abajo. Luchó desesperadamente contra su respuesta, pero sus caderas se retorcieron y luego empujaba contra su hábil mano y boca sin pudor, su cabeza moviéndose de aquí para allá
mientras la respiración se aceleraba en su pecho.
—Suéltalo —la instó Pedro con vehemencia—. Sólo déjalo ir y déjame complacerte. Vamos.
Cada tirón de su boca la hizo gritar. Con las manos atadas, no podía agarrarse a nada, no podía centrarse en medio de las fuertes olas de placer. Era absolutamente impotente ante él y ante los deseos que asolaban su cuerpo. Pedro introdujo otro dedo, sus dientes raspando su carne sensible y luego lo soltó.
Paula explotó. La tensión se deshizo tan rápidamente en su interior que gritó su nombre mientras los espasmos atormentaban su cuerpo. Se rompió y voló, sacudida hasta la médula cuando su liberación era como chispas atravesándola. La contuvo a través de todo, empapando cada rodante cresta de placer suya.
Sólo cuando se hundió de nuevo en el colchón, sin huesos y sin aliento, él se detuvo. Presionando un beso en la cara interna de su muslo y luego debajo de su ombligo, se levantó, tomando su boca. El sabor de él y el suyo era como ser intoxicada.
Dios, esperaba no terminar con un tatuaje de una taza de té
cantando para el final de la noche.
Pedro la acarició con la palma por su costado, ahuecando un pecho. —Hermosa —dijo, frotando la punta de su nariz sobre la de ella—. Eres absolutamente hermosa cuando pierdes el control.
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