miércoles, 15 de octubre de 2014

CAPITULO 21



Oh, santa mierda.


La ira y la vergüenza inundaron el sistema de Paula, pero también algo mucho más intenso. Llena e intoxicada por una lujuria embriagadora, sentimientos de la misma naturaleza salvaje y fuera de control que había tenido la noche anterior, cuando él la besó. Saber lo rápido que se perdió a sí misma en un simple beso, la dejó de mal humor todo el día. No existía ninguna razón para que tuviera una reacción tan fuerte por un maldito beso, y no debería estar tan atraída por él.


Pero lo estaba.


Ahora esos sentimientos regresaban, más fuertes que antes. 


Le dolían los pechos, sus piernas se sentían como gelatina, y estaba increíblemente húmeda entre las piernas.


Paula sabía que debería haberse enojado con Pedro y lo estaba, pero el hambre que sentía en su interior se reflejaba en su mirada azul brillante. Y ese anhelo era más poderoso que cualquier otra cosa que estuviera experimentando.


Sus dedos se apretaron alrededor del nudo apresurado que hizo en la toalla por encima de sus pechos. No podía respirar. Él la miraba como si fuera la única mujer en el mundo, y se había estremecido.


Cuando se movió hacia ella, rápido y grácil como cualquier
depredador acechando a su presa, no hubo lugar al que ella pudiera ir. Ni siquiera estaba segura de querer correr. 


Ningún hombre la había mirado así antes.


La hacía sentir descarada y lasciva, y le gustaba.


Hubo un breve momento en el que se preguntó si era así como se sentía su madre, si este era el primer síntoma de la pendiente resbaladiza que era la obsesión. Entonces, las manos grandes de Pedro aterrizaron en sus desnudos y húmedos hombros al mismo tiempo en el que sus labios se encontraron con los de ella.


El beso no era sobre una seducción lenta o una exploración. 


Su boca se fusionó con la suya y cuando tomó aire, él metió la lengua. Sintió temblar el cuerpo de Pedro contra el suyo y se sorprendió de que fuera él quien temblara de necesidad, necesidad por ella. Eso la asombró, y cuando una mano le acarició la nuca, fue llevada a las exquisitas sensaciones que se abrían en ella.


Paula necesitaba decirle que parara. Aquello no era apropiado. Una relación de cualquier tipo entre ellos nunca funcionaría. Puso las manos en su pecho, pero en vez de apartarlo, agarró el material suave, sosteniéndolo contra ella.


Le devolvió el beso con fiereza y con la misma necesidad con la que él reclamaba su boca. Sus pechos se apretaron e hincharon, doloridos por la falta de su toque.


Él gimió contra sus labios, haciendo que un escalofrío se deslizara sobre su piel enrojecida. —No tienes idea de lo que me haces.


Tenía la sensación de que podía decir lo mismo de él, pero en seguida la besó de nuevo y ella no pensaba más. En lo único que se centró fue en las sensaciones que se arrastraban por su cuerpo, y había algo maravillosamente liberador en ello. Cayó de cabeza, rezando para que cuando él hubiera terminado con ella, fuera capaz de resurgir.


La mano de Pedro se deslizó por su brazo desnudo y luego cayó a su cadera cubierta de tela. Echó la cabeza hacía atrás y dejó sus labios.


Un gemido de decepción escapó de sus labios, y Pedro se rio profundamente.


—No he terminado contigo. Ni de cerca —dijo, pellizcando su barbilla—. Sólo acabo de empezar.


Su estómago se agitaba como si un millar de mariposas se hubieran dado a la fuga. —¿En serio?


—Oh, sí. —Él sonrió e inclinó la cabeza hacia un lado. 


Mordisqueó un camino a lo largo de su mandíbula a su oído, para encerrar su lóbulo entre los dientes. Paula se quedó sin aliento—. ¿Te gusta eso, verdad?


No pudo responder. Sus sentidos estaban girando.


Pedro volvió a reír mientras bajaba la cabeza, abriendo una línea de calientes y húmedos besos por su cuello. Cuando llegó a su pulso, su lengua se movió sobre su piel. Ella se removió inquieta, con ganas de más, sabiendo que no lo había.


Sus labios rozaban el borde de la toalla mientras que una mano la movía hacia arriba, dejándola en su caja torácica, muy cerca de sus pechos. No la tocó allí. No, se burlaba de ella con las líneas de besos, con la forma en que su pulgar se movía en un círculo sobre la toalla, acercándose al borde, pero nunca tocándola.


—Dime que quieres esto —gruño. Alzándole la cabeza, la besó en la comisura de sus labios entreabiertos—. Dime que necesitas esto tan desesperadamente como yo, dilo y no te arrepentirás ni por un segundo de esto.


¿Pero no lo haría? Cuando todo hubiera terminado y el calor de la lujuria se desvaneciera, ¿cómo se sentiría? Ya había una parte de ella que se encontraba atraída por él, más allá de la atracción física. ¿Las cosas serían como antes? ¿Podría separar un acto de lujuria de algo más significativo? Su madre nunca fue capaz de hacer eso, así que, ¿cómo iba a ser diferente?


Pedro volvió a besarla, y el pánico arañó su pecho. De todo lo que sabía de él, no era el tipo de hombre para establecerse, y por lo que conocía sobre sus necesidades, no estaba segura de poder cumplirlas.


También estaba segura de que con cada momento que permitía que esto continuara, más se deslizaba bajo el sensual control de Pedro. Pero ella tampoco era del tipo para establecerse. Y no era una cobarde.


Quería sentir esto, fuera lo que fuera. Mientras mantuviera la cabeza sobre el agua, podría manejarlo a él y a sus propios sentimientos en conflicto. ¿No? El aleteo se trasladó desde su estómago a su pecho. Tal vez ni siquiera pensaba bien, pero, ¿quién podía culparla? Ese hombre caminaba y respiraba pecado.


—Paula —murmuró, rozando con sus labios los de ella. Su aliento era seductoramente caliente—. Dime.


Abrió los ojos parpadeando y apenas contuvo un suspiro, cuando sus ojos se encontraron. —Eres muy impaciente.


Pedro sonrió, y su pecho se estremeció por la calidad casi infantil de su sonrisa. —No tienes ni idea.


Sus manos se suavizan contra su pecho y tembló. Él no apartó la mirada, sosteniendo la de ella, con un nivel de pasión que agitaba el anhelo en su interior. —¿Debemos hacer esto? —susurró.


—Esto es lo único que debemos hacer. —Presionó su frente contra la de ella y deslizó la mano por su cabello húmedo, retorciendo los dedos entre las hebras. Las capturó en un puño—. Prometo que no habrá ni un segundo de esto que no disfrutes.


Se humedeció los labios, nerviosa y observó su mirada caliente. — ¿Qué pasará después?


—¿De qué?


Buena pregunta, pero un dolor sordo le atravesó el pecho. 


Lo apartó.


—No duermo con cualquiera.


—No planeaba cualquier cosa que recurriera a dormir.


Sus dedos se curvaron cuando sus palabras enviaron un espasmo a través de ella. —No tengo relaciones sexuales con cualquier persona.


Pedro emitió un sonido profundo de su pecho. —Estoy contento de escuchar eso. —Se movió un poco, atrayéndola más cerca del borde de la bañera—. Quieres esto tanto como yo.


La pura verdad de Dios era que sí. Su cuerpo se estremeció ante el pensamiento, pero había pasado mucho tiempo desde que estuvo con alguien, por lo que dudaba que su vagina siquiera supiera qué hacer. —Sí,pero…


Su lengua chasqueó sobre sus labios con una promesa oscura mientras que la mano por debajo de sus pechos se deslizó alrededor de la parte baja de su espalda. —¿Qué hay de esto? Nada de sexo.


—¿Nada de sexo?


Él se echó a reír. —Permíteme aclarar. Sin penetración. Tomaremos esto lentamente.

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