martes, 14 de octubre de 2014

CAPITULO 20




Después de que Mauro se fue, Pedro se aseguró de que su lugar estuviera cerrado, la alarma puesta, y luego agarró los bolsos y se dirigió escaleras arriba. Lo que Mauro dijo sobre un ex lo fastidiaba. ¿Se equivocó y Paula le ocultaba información importante?


Fuera lo que fuese, iba a descubrirlo.


Empezó a golpear la puerta de su habitación pero la encontró ligeramente abierta. Abriéndola, se deslizó dentro. 


Tal vez debería haber golpeado, ¿pero qué demonios? Esa era su casa.


Su vista cayó sobre la cama primero, se hallaba vacía. Las bolsas de las compras estaban apiladas en el suelo frente al vestidor. La habitación olía como ella, lila y vainilla. Sus ojos se movieron a la puerta del baño.


También entreabierta y una suave luz se extendía por debajo. Dejando los bolsos en el vestidor, estaba a punto de forzarse a salir de la habitación cuando un grito sobresaltado de terror estalló en el baño.


¿Qué demonios? ¿En qué tipo de problemas podría encontrarse sola en un baño?


Más que un poco preocupado, se movió hacia la puerta del baño. En su cabeza sabía que debería anunciarse, pero abrió la puerta del baño.


Y se detuvo por completo, algo apretó su pecho y causó que los músculos de su estómago se tensaran. Adrenalina pulsante corría por él, y no pudo recordar porque había subido las escaleras para encontrarla antes de escucharla gritar.


Nunca en su vida conoció a una mujer más contraria, pero en ese momento, era la encarnación de sus sueños húmedos. Vaya a saber por qué lo era cuando podría estar dormida.


Debe haber tenido una pesadilla que la rebasó. Ahora yacía en paz, pero una tormenta se desataba furiosa en su interior.


Paula se encontraba en la bañera, su cabeza descansando en una toalla enroscada, frente a la puerta. Una mirada serena prácticamente marcaba su expresión. En realidad nunca la había visto así. El tirón en su pecho esta vez fue más fuerte, acercándolo.


Su cabello estaba amontonado alrededor de su cabeza, pero no lo sostenía nada, varios mechones colgaban hacia abajo, a la deriva entre sus hombros y el agua. El aroma del gel de ducha llenaba el baño, lo cual explicaba las espumosas burbujas blancas que cubrían su cuerpo a excepción de la dulce curva de su pecho y una rodilla doblada con gracia.


Verla así era un golpe en el estómago y causaba que su ya dura polla empujara con el cierre de sus vaqueros.


Maldita sea, era lo más atractivo que había visto. Y había visto una gran cantidad de cosas atractivas en su vida, pero esto —demonios sí— era impresionante. Tal vez se trataba de las burbujas blancas que cubrían toda su piel o la forma en que sus carnosos labios se entreabrían. Podría ser la inocencia de todo aquello. Como dormía sin saber que él estaba ahí, observándola.


O tal vez era sólo por ella.


Paula se movió un poco. Dejó salir un suave y contenido suspiro que le hirvió la sangre. Su rodilla se deslizó bajo el agua, revolviendo las burbujas. Los picos de sus pechos salieron a la superficie. Pezones rosas empolvados y apretados en pequeñas protuberancias, eran absolutamente perfectos.



Santo infierno, estaba… estaba absolutamente deshecho por la mera visión.


Debió de hacer un sonido, o ella finalmente sintió su presencia, porque sus ojos se abrieron de repente y contuvo el aire con asombro.


Sus miradas se encontraron.


Paula se sacudió, metiendo sus piernas debajo de ella.


Burbujas se esparcían sobre los lados de la bañera mientras se levantaba. El agua se deslizó a raudales por su cuerpo como densos arroyos, atrayendo su mirada ardiente.


Por los mejores segundos de su vida, se congeló delante de él, completamente desnuda y espléndida. Con los brazos a sus costados, mientras pequeñas burbujas se deslizaban por su piel, y todo ese hermoso cuerpo en exhibición para devorar. Y chico, se la comió con la mirada.


Mi Dios.


Su boca se secó y sus bolas se apretaron. Como sospechaba, escondía un exuberante cuerpo debajo de esos trajes sin forma. Verdad, sus pechos eran pequeños, pero eran perfectos para su estrecha cintura.


Su cadera ensanchada, dulcemente redondeada, y sus piernas eran bien proporcionadas. En un segundo, se las pudo imaginar enganchadas a su cadera. No tenía vello entre sus piernas, excepto por ese cuidadoso camino de rizos oscuros.


Su boca una vez seca, ahora se hacía agua. Quería, no, necesitaba, tocarla, probarla. Cada glorioso centímetro de ella. Necesitaba estar sobre ella, dentro de ella. 


Especialmente entre sus piernas. Quería zambullirse
con su lengua y luego con su polla.


Sorprendentemente, había un pequeño tatuaje en su cadera a la derecha de su ombligo. Era un rosa roja, ligeramente doblada en la parte superior. Tres pétalos yacían en la base del tallo verde. Algo sobre el diseño le era familiar.


Levantó los ojos, y no había duda de la lujuria en su mirada. 


El rubor corriendo a través de sus mejillas y debajo de su garganta le dijo que ella veía su hambre. Sus pezones se tensaron aún más, y él gimió.


—Eres la cosa más jodidamente magnifica que he visto —gruñó.


Entonces esos maravillosos segundos llegaron a su fin. 


Alargó la mano, cogió una toalla y apresuradamente la envolvió alrededor de su cuerpo. Su boca se abrió y él sabía que estaba a punto de regañarlo, pero no iba a dejar que eso suceda. Todavía no.


Pedro estuvo sobre ella antes de que tomara su siguiente respiración.

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