martes, 14 de octubre de 2014

CAPITULO 19




Era la tarde cuando Mauro tocó la puerta, y el temperamento de Pedro se afinó. El whisky que tomaba no hacía mucho para ayudar.


—Ya era hora, maldita sea.


Mauro sopló. —Esa no es la forma en que deberías contestar la puerta.


Sin estar de humor para tonterías, cortó con la mierda. —
¿Encontraste algo?


Avanzó más allá de él, mientras Mauro arrastraba dos grandes bolsos. —Traje cualquier objeto personal femenino que pude encontrar.


Tomó un tiempo. El lugar era un completo desastre.


—¿Así que es tan malo como pensamos? —Guió a Mauro hacia la cocina, lo más lejos posible de las escaleras. 


Esperaba que Paula no bajara, porque cualquier referencia a la condición de su departamento seguramente no la pondría de mejor humor.


Mauro depositó los bolsos en el mostrador. —Absoluta y
jodidamente destrozado. Usó un cuchillo en todo lo que podía ser despedazado, incluso las paredes. El hijo de puta incluso vació la nevera.


Ese es un caso importante de ira.


Pedro se frotó el dolor en su hombro. La vieja herida le daba
problemas de vez en cuando. —¿Entró de la forma que pensé?


Asintió. —A través de las puertas corredizas de vidrio. La mujer necesita un sistema de alarma y debe reemplazar esa puerta. Son los posibles peores pedazos de mierda.


—¿Descubriste algo más? —Agarró su vaso de whisky.


—Hablé con William Manafee. El hombre no tenía nada agradable que decir sobre la Señorita Chaves.


Un destello de ira lo invadió rápidamente. —¿Qué dijo?


—¿Aparte de que la Señorita Chaves es una perra de primer nivel y que destruyó su matrimonio? —Mauro cruzó la cocina—. Nada más. Pero no creo que haya sido él. Aun cuando no es un fanático de la pequeña publicista, hubo un nivel de reticente respeto en su voz.


Eso hizo poco para calmar su creciente ira. Desde su experiencia personal, sabía que Paula era difícil de tratar, pero ella ayudaba a esas personas, incluso su hermano, y a un gran costo para sí misma. ¿Era él la única persona que parecía entender eso?


—Incluso seguí adelante y probé con el agente de Van Gunten — continuó Mauro—. Dijo que Jennifer no podría hablar conmigo hasta dentro de dos semanas. Está en el set de una película en Australia, o una mierda así. No fui capaz de rastrear a ninguno de sus amigos, excepto por ese tipo, Ryan. Definitivamente no fue él.


—¿Cómo es eso?


—Debido a una sobredosis hace tres meses. —Sirviéndose a sí mismo, Mauro agarró una cerveza de la nevera y apoyó la cadera contra el mostrador—. ¿Mencionó algo sobre un mensaje?


Las cejas de Pedro bajaron. —No. ¿Qué mensaje?


Hizo saltar la tapa de la botella, dio un trago rápido antes de
responder. —En la oficina de su casa, las palabras “puta mentirosa” se encontraban talladas en la pared.


La mano de Pedro se apretó alrededor de la copa. —No. No mencionó eso.


—Tal vez no lo vio.


La ira lo azotó como púas de ácido. —Parece algo difícil para pasar por alto.


Mauro lo miró de cerca. —Todo depende en si ella fue a su oficina y cuán sorprendida estaba por ver su departamento. Te lo digo, hombre. El lugar estaba jodido. Pudo no haberlo notado. —Tomó otro trago de cerveza y luego tiró la botella a la basura—. ¿Estás seguro de que está siendo honesta contigo?


—¿Sobre qué exactamente? —Terminó su vaso de whisky, agarró la botella y luego lo pensó mejor. Emborracharse no era la más brillante de las ideas.


—¿Estás seguro de que no hay un ex involucrado en esto? Sé que te dijo que no lo hay, pero la cantidad de daño era sustancial. ¿Y llamarla una puta mentirosa? Parece demasiado personal.


Deseaba que Mauro dejara de decir “puta mentirosa” porque le provocaba querer golpear a alguien en la garganta. Y ya que Mauro era la única persona frente a él, era el único objetivo y eso apestaba. Le gustaba el tipo.


—Sé que ella aparentemente enoja a la gente a diario, pero esto es personal —añadió Mauro.


—Ella no enoja a la gente a diario. —Le quemaba su nuca—. Los ayuda.


Mauro abrió la boca y luego sus ojos se estrecharon. Varios
segundos pasaron. —¿Dónde se está quedando?


—Aquí.


Silencio. Se extendió por tanto tiempo que Pedro se preguntó si el hombre perdió la capacidad de hablar, pero finalmente dijo—: ¿Estás jodidamente hablando en serio?


La quemazón en su nuca incrementó. —¿Lo estás tú?


—¿Se está quedando aquí? —La voz de Mauro bajó—. ¿En tu casa?


—A no ser que haya un significado diferente para “aquí” del que no esté al tanto, entonces sí.


Mauro lo miró como si hubiese sacado su pene y comenzado a dar vueltas. —¿Por qué no un hotel o algo menos personal? Como normalmente haríamos en esta situación. O no lo sé, ¿Qué se quede con su familia y nosotros le llevaríamos los detalles?


—No tiene a nadie más —dijo, tratando de defender lo que él hacía por ella. Pero en el momento en que las palabras dejaron su boca, se arrepintió.


—¿Te tiene a ti? —disparó Mauro en respuesta.


Los ojos de Pedro se estrecharon peligrosamente, pero su voz permaneció nivelada. —Eso no es asunto tuyo.


Mauro abrió la boca.


—Lo digo en serio, amigo. No me presiones en esto. Se está
quedando aquí conmigo y eso es todo lo que voy a discutir.


Levantando las manos, Mauro sacudió su cabeza. —Como sea. Si crees que esto es una buena idea, entonces sigue adelante. No voy a juzgarte.


Pedro no respondió, pero no se relajó con esas palabras.


—¿Dónde está ella de todos modos? ¿Escondiéndose de ti?


Sus labios se torcieron ante eso. —Tal vez.


—No la culparía por eso. —Mauro se dirigió a la puerta—. Te dejaré saber si descubro algo más sobre la celebridad y sus amigos.


—De acuerdo. —Empezó a cerrar la puerta pero se detuvo—. Oh, y puedes…


—¿Llamar y hacer que limpien su departamento? —Mauro sonrió ampliamente, y por alguna razón, lo hizo lucir aterrador—. Ya está hecho. También ordené un sistema de alarma para ella.


Los músculos de su espada se aliviaron un poco. —Eres asombroso.


—Lo sé.

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