domingo, 12 de octubre de 2014
CAPITULO 15
¿La? Pedro puso sus pies en el suelo por la sorpresa.
Antes de que Pablo continuara, ya tenía una sospecha de quién podría ser.
—¿Quiero saber por qué la publicista de Patricio está aquí? —exigió Pablo en voz baja.
—Ex —murmuró él, poniendo su cerveza en la mesa de café.
Pablo hizo una mueca. —Así que ya no trabaja para los asuntos de Patricio. ¿Qué demonios...?
Lo que sea que su hermano decía se perdió para él.
Pedro lo dejó de pie en la sala de estar, mientras hacía su camino a través del comedor.
La curiosidad estaba matándolo. ¿Paula lo buscó? Ni siquiera lo llamó, sino que ¿vino a su casa? Joder sí. Tal vez no sería tan difícil como pensaba.
Su curiosidad se volvió aprehensión en el momento en que la vio.
Paula se encontraba con la espalda pegada a la puerta de entrada, sosteniendo un bolso negro contra su pecho de la misma manera que había sostenido la carpeta de archivos.
Mechones de cabello color negro caían alrededor de un rostro que se veía demasiado pálido. Llevaba puesto otro traje deslucido en forma de caja que parecía tragarla completa. Sus ojos estaban imposiblemente amplios, la mirada sobre ellos herida y asustada.
—¿Estás bien? —preguntó, su voz más áspera de lo que pretendía.
Ella se sobresaltó y graznó—: Lo siento. No sabía dónde ir.
—¿Por qué lo sientes? —Se aseguró de que su voz fuera más suave esta vez mientras se acercaba—. ¿Qué pasó?
Su labio inferior tembló al tragar saliva. —Fui a casa después del trabajo para recoger algunas cosas y descubrí que alguien había entrado en mi apartamento.
—Mierda —murmuró, metiendo una mano por su pelo.
Habría atado su trasero esa noche, pero ver a Patricio en la pantalla grande era tradición.
Los músculos en su nuca se tensaron—. ¿Pero tú estás bien?
Ella dio un rápido tirón a su barbilla, pero su rostro seguía estando demasiado pálido. —Debería haber llamado, pero…
—No. Está bien. ¿Llamaste a la policía? —Cuando asintió, Pedro maldijo de nuevo—. ¿Ya tomaron tu declaración?
—Sí. Les hablé de las cartas y mi coche, pero no había realmente nada que pudieran hacer en este momento y no podía…
—¿Volver al hotel?
Ella parpadeó. —¿Cómo... cómo supiste...? Por supuesto —dijo, aturdida—, me has estado vigilando.
—He estado manteniendo un ojo en ti. Hay una gran diferencia.
Varios momentos pasaron mientras parecía tratar de entender. —No sabía qué hacer. —Respiró profundamente, estremeciendo su cuerpo—. No tengo a nadie más... —se calló, apretando los labios con fuerza y sacudiendo la cabeza.
—Joder, Paula. Te dije que no te quedaras en tu apartamento. Podrías haber estado en casa cuando…
—Lo sé. Lo siento, pero no quería...
Había reconocido que no tenía nadie a quién pudiera acudir.
Sacudiendo la cabeza, miró hacia otro lado por un segundo.
La verdad era que podría haber sido honesta, pero era malditamente demasiado terca para eso.
—¿Seguro que estás bien? ¿No había nadie allí cuando apareciste?
Negó con la cabeza.
La aprehensión se convirtió en ira en menos de un segundo. En parte debido al hecho de que alguien había estado en su apartamento de nuevo y también en parte, hacia sí mismo. Debería haberla jodidamente atado esa noche.
Paula respiró superficialmente, atrayendo su mirada. —Todo fue destruido, Chandler, mi sofá, cortinas, muebles y ropa. Sacó la comida de la nevera, la vació en el suelo, y la cama… —se interrumpió de repente, sus ojos parpadeando furiosamente—. Todo. Parecía como si alguien la hubiera apuñalado. Tengo seguro de alquiler, pero ¿hacer todo eso? Y las cartas, las dejé en el archivo en mi escritorio. Han desaparecido.
Al verla valientemente conteniendo las lágrimas, algo se trastornó en su pecho. Paula era fuerte y terca, pero en el transcurso de su carrera, había visto a la gente quebrarse por cosas menos terribles. Tener su casa destrozada en varias ocasiones y encontrar destruidos sus artículos personales era suficiente para poner a cualquiera en estado de shock, especialmente a alguien como Paula, que trataría de controlar la trayectoria de un tornado.
Algo como esto, enviaba un mensaje claro: el delincuente era el único con el control. También decía que la persona había ido más allá de las amenazas peligrosas. Alguien quería asustar a Paula lo suficiente como para hacerla huir, algo que dudaba que ella hiciera a menudo, y lo había conseguido.
A la mujer parecía que sus piernas le fallarían en cualquier
momento. El impulso de tomarla en sus brazos lo golpeó duro. Quería abrazarla. Más que eso, quería protegerla. Esa necesidad repentina iba más allá de su trabajo, pero se resistió. Algo le dijo que lo más probable era que ella reaccionara como un animal salvaje acorralado si la abrazaba.
—Vamos —dijo en voz baja. Tomando su brazo en un apretón suave, la condujo al salón para que pudiera sentarse.
Las cejas de su hermano casi alcanzaron su cabello cuando miró a Pedro guiar a una callada Paula hasta el borde del sillón. Metió las manos entre las rodillas, pero todavía podía verlas temblar.
Un sentimiento de impotencia lo asaltó, una sensación a la que no estaba acostumbrado para nada. Pedro sabía cómo proteger a la gente.
Se ganaba la vida haciendo eso, pero hasta el momento, había hecho un pobre y jodido trabajo con Paula.
Volviéndose a su hermano, curvó sus manos en puños. —¿Puedes ir a conseguir un vaso de whisky?
Pablo abrió la boca, pero la cerró y luego fue a hacer lo que se le pidió. Decisión muy sabia, porque si algún comentario de mierda hubiera salido de su boca sobre Paula, lo habría acostado sobre su maldito trasero.
Hermano o no.
Los ojos de Paula siguieron la forma de Pablo alejándose.
—Él no entiende por qué estoy aquí.
—Que se joda.
Su mirada rebotó de nuevo a la suya. —¿En serio?
—Sí. —Se sentó frente a ella en la mesa de café—. Esta es mi casa, entonces que se joda.
Una risa seca vino de ella. —Realmente lo siento. No sabía qué hacer. ¿Al ver todas mis cosas destruidas así? —Se mordió el labio y cerró los ojos un instante. Cuando los volvió a abrir, su mirada se fijó sobre su hombro.
Pablo regresó con un vaso de líquido color ámbar.Pedro no le dio la oportunidad de dárselo a ella. Interceptando el vaso, esperó hasta que Paula levantara las manos. —Bebe esto —le ordenó, un poco sorprendido cuando obedeció.
Paula tomó un gran trago e inmediatamente escupió.
—Lentamente —Se rio Pedro—. Es un poco fuerte.
—Sí —murmuró ella, tomando otro sorbo.
Pablo se quedó merodeando por ahí, sus cejas contraídas. —¿Está todo bien?
Abrió la boca, pero Paula levantó la mirada. —Sí. Todo está muy bien. Yo sólo... —Tomó otro sorbo, su mirada, una vez más, fija sobre el hombro de Pedro—. ¿El juego de Patricio?
Ambos hombres miraron hacia atrás, olvidando lo que estaban viendo. Pablo se cruzó de brazos. —Sí. Está en Atlanta.
Sus nudillos se pusieron blancos de lo apretado que sostenía el vaso. —¿Cómo está? ¿Y Barbara?
Pedro sabía lo que hacía. Reorientaba las preguntas. Le siguió la corriente. —Lo están haciendo muy bien. Gracias a ti.
Su hermano abrió la boca de nuevo, pero Pedro lo interrumpió con una mirada de advertencia.
—¿Qué tal van los planes de la boda? —preguntó ella, inconsciente del intercambio silencioso entre los hermanos.
Pablo se aclaró la garganta. —Van.
—Planean casarse en junio —dijo Pedro, dándole un poco más de detalle. Ignoró la forma en que su hermano se tensó. Maldita sea, empezaba a molestarse. Sí,Paula no había sido indulgente con Patricio, y chantajeó a Barbara, pero no era una maldita terrorista empeñada en destruir sus vidas—. Creo que están pensando en postergar la luna de miel hasta que acabe la temporada.
—Eso tiene sentido. —Terminó el whisky, mirando la pantalla—. Eso es todo... muy lindo. Hacen una gran pareja.
Diez niveles de incómodo silencio descendieron sobre la habitación, y cualquier persona con una onza de sentido común se habría ido, pero Pablo parecía como pegado a su lugar. Volviéndose a su hermano, Pedro lo inmovilizó con una mirada hasta que Pablo rodó los ojos.
—Está bien. Bueno, voy a ir a buscar un poco de ginger ale y galletas saladas. —Pablo se dirigió al comedor, deteniéndose el tiempo suficiente para mirar otra vez a Pedro—. Te llamaré.
Pedro lo ignoró, tomando el vaso de las manos de Alana. —
¿Cómo te sientes? Lucías un poco temblorosa.
—Estoy bien. —Sonrió, pero era forzada dolorosamente—. ¿Ginger ale y galletas?
—Mariana está enferma. —Se contuvo, probablemente dándose cuenta que no sabía de quién hablaba—. Mariana Gonzales. Ella es…
—Sé quién es. Todos ustedes son muy cercanos a su familia, ¿verdad?
Asintió lentamente, inclinándose hacia adelante hasta que sus rodillas se presionaron contra las de ella. —Los Gonzales son la única familia que mis hermanos y yo realmente proclamamos. Pasamos la mayor parte de nuestra juventud con ellos. En realidad, básicamente nos criaron, además de a Mariana y a su hermano.
—Yo fui criada por mi abuela. Mi mamá no se encontraba en
condiciones para hacerlo. Ella era... Bueno, tenía problemas. —Sus rasgos se contrajeron, ya que al parecer se dio cuenta de la pequeña pieza que estaba compartiendo. Levantó una mano a su cabello, alisando las pequeñas hebras. Pedro la atrapó en el camino hacia abajo, capturando su mano mucho más pequeña entre las suyas.
Ella tiró hacia atrás, pero no pudo liberarse—. ¿Qué estás haciendo?
—Tu mano está helada, Paula.
Se humedeció los labios y sus ojos se enfocaron en ellos. A pesar de lo obviamente estresada que se encontraba, su polla se hinchó en respuesta. Quería saborear esos labios con la lengua.
Quería probar mucho de ella.
Pero eso, desafortunadamente, iba a tener que esperar.
Levantando la mirada, la mantuvo en ella mientras tomaba su otra mano. Tomó las dos, lentamente frotándolas entre las suyas, calentándolas. —¿Qué tipo de problemas?
Sus ojos oscuros se encontraban borrosos detrás de las gafas. — ¿Qué?
Un lado de los labios se levantó. —Tu madre. ¿Qué tipo de
problemas tenía?
Color invadió sus mejillas y un poco de nitidez volvió a su mirada. —Esa es una pregunta personal.
—Tú sacaste el tema. —Deslizó sus manos arriba, sus dedos alcanzando los puños de la chaqueta del traje—. No es mi culpa.
Le sostuvo la mirada y pasaron varios segundos. —Tenía un
problema con la bebida. Y un problema de drogas. Y un problema de novio.
—Esos son un montón de problemas —murmuró, sin duda,
sorprendido. Por alguna razón, imaginó que Alana provenía de un hogar de dos padres. Severa. Sensata. Un poco aburrida, pero no obstante, una familia totalmente funcional—. Nuestra madre tenía un problema con la bebida y un problema con pastillas recetadas. Mi padre también tenía un problema de novia.
—Eso tuvo que ser duro. El problema de novia, considerando que estaba casado.
Pedro sonrió. —Lo fue.
La mirada de paula finalmente parpadeó, y bajó sus pestañas. Por un momento, se sentó allí, dejándolo frotar sus manos. Se hallaban calientes ahora, pero él no podía detenerse. Su piel era suave, sus manos delicadamente formadas. No le tomó nada imaginar el resto de su cuerpo tan hermosamente formado.
—¿Y eso no te molesta? —le preguntó en voz baja.
Encogiendo un hombro, extendió sus muslos un poco, dándose espacio a sí mismo. ¿Cómo podía todavía ser difícil hablar de esa mierda que estaba más allá de él? —¿Apestó para nuestra mamá y nosotros como niños? Joder, sí, lo hizo, pero esa es la forma en que es la vida a veces. Jodió un poco a Pablo y Patricio.
—¿Pero a ti no?
—La gente se casa cuando no deberían hacerlo. Lo hacen porque piensan que lo necesitan o que es lo que se espera de ellos. Sucede todos los días, varias veces al día. Dos personas que no deberían estar juntas se unen. Soy lo suficientemente inteligente como para darme cuenta de que
hay casos en que las personas se conocen y deben estar juntos, y sólo porque mis padres jodieron sus vidas, eso no quiere decir que yo lo haré o debería hacerlo. —Hizo una pausa, pero mantuvo las manos moviéndose sobre la de ella—. Es lo que es.
Una sonrisa irónica apareció, apenas alcanzando sus ojos.
—Eso es lo que dicen.
Se acercó, usando su rodilla para deslizarse entre las suyas.
La posición era íntima, lo que ella notó cuando sus ojos volaron de nuevo a los suyos. Jaló las manos de nuevo y esta vez él las dejó ir, pero no se alejó. Sabía que se acercaba a ella.
—Lo siento. —Comenzó a levantarse—. No debería estar
molestándote con esto, nada de esto. Tú sólo acordaste revisar los nombres que te di. Puedo ir a un hotel hasta que, bueno… hasta que esto termine. Debería…
—No —dijo, sus músculos tensándose, preparado para enfrentarla de ser necesario.
Paula se congeló y sus ojos se abrieron detrás de sus gafas. La mirada embrujada todavía se hallaba allí. —¿No?
—En este momento, no es seguro para ti regresar a ese hotel. —Casi sonrió cuando sus ojos se abrieron como platos—. Y este acosador también sabe dónde te estás quedando, y lo tomó de tu apartamento.
Cruzando los brazos sobre el pecho, Paula levantó la barbilla una fracción de una pulgada. —Entonces, ¿qué se supone que debo hacer si no voy a un hotel? No tengo a nadie a quién acudir. ¿De acuerdo? Mi único familiar, incluso declaró estar muerto y no tengo amigos cercanos aquí con los que me sentiría cómoda descargando esta basura. Entonces, ¿qué diablos debo hacer exactamente? ¿Dormir en mi oficina o mi coche de alquiler?
—Tomaré el trabajo —declaró, Pedro.
—¿Qué?
—Sé que entendiste lo que dije. Tomaré el trabajo como tu
guardaespaldas. Nadie más en mi empresa. Yo. Y no te quedarás en el hotel por más tiempo. —Tan pronto como surgió la idea en su cabeza, se sentía correcto. Era lo que quería, por diversas razones. Algunas no tenían nada que ver con el psicópata dando vueltas por ahí, haciendo su vida un infierno viviente, y mientras esto podría convertirlo un tipo de bastardo, él simplemente la quería allí.
Paula lo miró fijamente, con los labios entreabiertos.
—Tan entretenido como es discutir contigo, eso no va a pasar de nuevo. Ningún hotel —repitió, en tono firme—. Tú te quedas aquí.
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