viernes, 10 de octubre de 2014

CAPITULO 12




Cada vez que Paula entraba a su oficina en Images, recordaba exactamente de dónde venía. Lo que tuvo que superar para llegar a donde se encontraba ahora. Si su abuelita estuviera viva, habría estado orgullosa, amargada como el infierno, pero orgullosa.


Suavizando su mano sobre el escritorio de roble pulido, inhaló profundamente y soltó el aire lentamente. Nada iba a arruinar esto.


La puerta de su oficina se abrió de golpe y Raquel Baker irrumpió dentro, su pelo rubio pegándose en las sienes. Su socia de la firma de publicidad era sólo unos años mayor que ella y le recordaba a una bibliotecaria, con sus camisas con cuello y pantalones de lino prensado. — Tenemos un problema.


Paula se puso rígida detrás del escritorio. —¿Qué?


—Situación fin-del-mundo —dijo. Cerrando la puerta detrás de ella y apoyándose en esta—. Acabamos de recibir una llamada de un periodista del Washington Post, indagando sobre Polla En Una Caja.


Sus ojos se abrieron mientras su estómago cayó. Está bien. Eso podría arruinar esto. Golpeó sus manos en el borde del escritorio. — ¿Cómo?


—No sé. —Raquel avanzó, se desplomó en la silla, y levantó los brazos—. Todos los que saben sobre esto o bien han sido pagados, advertidos, o de repente enviados de vacaciones a soleados trópicos de Jamaica.


—Alguien tuvo que haber dicho algo. —Paula maldijo en voz baja mientras mentalmente repasaba todos los involucrados en las últimas travesuras—. Apuesto a que es la empleada. Te dije que iba a ser un problema. Tiene dos hijos a los que quiere poner en una escuela privada.Hay mucho dinero en esta historia.


Raquel gimió.


Que los malditos senadores y sus pollas se fueran al infierno.


La pesadilla de cada publicista era estar cargando con un político cachondo que no tenía control sobre lo que colgaba entre sus piernas. Por supuesto, Paula fue asignada al senador Grant, junto a Raquel y la última publicista. La palabra clave era última, ya no trabajaba para Images. Ese senador había estado alrededor un par de veces cuando se trataba de actividad escandalosa.


Paula creía firmemente en el hecho de que Dios y el Espíritu Santo la odiaban.


Al parecer, el nombre de Polla En Una Caja vino de hace unos dos años aproximadamente, cuando el senador sacó su polla por debajo de una caja de FedEx, dándole a una de sus falsas secretarias fácil acceso.


Alguien en la oficina le jugó la broma en Saturday Night Live y el nombre se quedó.


—El reportero preguntaba sobre la chica de compañía. —Mientras Raquel continuaba, Paula juró que los mechones escasos de su cabello estaban escapándose de su moño—. Lo disuadí, dije una mentira de mierda sobre el senador contratando nuevo personal para su casa, pero…


—Pero ahora Post estará vigilándolo. Genial. Tenemos que hablar con el senador. —Suspirando, sintió ganas de aplastar su cara en el escritorio—. ¿Piedra, papel o tijeras?


Una sonrisa apareció en el rostro de la mujer. —A la cuenta de tres.


Paula escogió papel. Raquel eligió tijeras. Era oficial. Toda la Santa Trinidad la odiaba. Empujó su silla hacia atrás y se inclinó, buscando su bolso.


El teléfono sonó, haciéndola saltar. No existía número en el
identificador de llamadas, así que tenía que ser un número externo.


Agarrando el receptor, observó a Raquel deslizarse más abajo en su asiento.


—Images. Habla Paula Chaves.


—Prefiero Señorita Chaves. Suena como que quieres castigar a alguien cuando lo dices.


Santa mierda. Era Pedro. No se veía castigándolo, pero
totalmente podía imaginarlo castigándola a ella. Sus mejillas se sentían calientes, y frente a ella, la curiosidad marcaba el rostro de Raquel.


El espacio de silencio se prolongó terriblemente. —Paula, ¿estás ahí?


—Sí. Estoy aquí. Lo siento —soltó, parpadeando varias veces—. Tú, uh, me pillaste por sorpresa. —Deseó estar sola, porque tenía que descubrir algo—. ¿En qué puedo ayudarte?


—Tu.


—¿Yo?


—Sí —respondió, en voz baja y suave—. Te quiero.
Su boca se abrió. ¿La quería?


Una risa profunda envió un escalofrío por su espalda. —No has almorzado todavía.


Por un momento, sus palabras no se procesaron, y luego lo hicieron.


¿Cómo sabía que no había almorzado? Sus ojos se clavaron en el reloj de su monitor. —Son las tres de la tarde.


—Algunas personas tienen un almuerzo tardío.


Dolorosamente consciente de que Raquel escuchaba, apretó sus dedos alrededor del teléfono. —Ya almorcé.


—Mentirosa —respondió rápidamente —. Entonces, ¿qué hay de cenar?


¿Por qué diablos estaba preguntándole por la cena ahora? — ¿Averiguaste algo sobre lo que has estado investigando?


—No respondiste mi pregunta.


Reprimiendo una maldición, sonrió forzadamente a Raquel y luego se torció hacia un lado en su silla. —Probablemente estaré trabajando hasta tarde esta noche. Y como sabes, estoy en el trabajo en este momento, así que realmente no debería estar en el teléfono.


—Estoy en el trabajo y estoy en el teléfono.


Cerró los ojos con fuerza mientras se inclinaba y tomaba su bolso de nuevo. —Bueno, eres el dueño de tu negocio. Yo no.


—Es cierto —respondió, y luego lo oyó hacer un sonido que la hizo tensar el estómago. ¿Se estiraba? ¿Tocándose a sí mismo?—. Hablé con Michelle Ward. No es la culpable. Sigo buscando en eso.


Lo imaginaba tocándose ahora. Sus vaqueros desabrochados, sin camisa (no podía tener puesta una camisa en su fantasía) y su mano alrededor de su grosor, lentamente acariciándose a sí mismo. Un pulso fuerte latía entre sus muslos. Al igual que un fósforo lanzado a la gasolina, su cuerpo despertó a la vida. Su respuesta la sorprendió.


Además la emocionó.


—¿Paula? —La forma en que dijo su nombre era como si estuviera saboreándolo en su lengua—. ¿Me colgaste?


—No. Estoy ocupada. —Ocupada imaginándolo masturbándose. Su cerebro realmente necesitaba entenderse a sí mismo. Se sentó, y una vez que Raquel vio su cara, frunció el ceño—. Gracias por la actualización.
Tendré que llamarte más tarde.


—Yo te llamaré.


Con eso, se oyó un distintivo clic y Pedro se había ido.
Lentamente puso el teléfono en el receptor.


—¿Quién era?


Se debatió en mentir, pero si él terminaba trabajando para ella, iba a ser vista con él. Bien podría soltarlo ahí ahora. —Pedro Alfonso.


Raquel casi se salió de su asiento. —Al igual que el hermano de Patricio Alfonso, ¿verdad?


Asintió al levantarse. —Sabes que trabajé con su hermano hace unos meses.


—Es lo que te consiguió el trabajo aquí. —Raquel se puso de pie, con los ojos verdes centelleando—. Entonces, ¿hacías planes para almorzar con él?


La forma en que Raquel dijo “él” la incomodó. Se dirigió a la puerta.


—Me encontré con él hace unos días, cuando tuve problemas con el coche, y me echó una mano.


—Pero eso no explica el almuerzo o cena o por qué tu cara estaba roja durante toda la llamada. —Raquel se metió, bloqueando la salida—. ¿Estás saliendo con Pedro?


Paula se rió. —No. Somos amigos. —La palabra sonó poco
convincente incluso a sus oídos.


—¿Me estás diciendo la verdad?


Sus cejas se fruncieron. —Sí. Te estoy diciendo la verdad.


Pedro es una mierda caliente, ¿y las cosas que dicen sobre él y lo que le gusta hacer? —Se abanicó mientras tiraba de su cuello—. No lo echaría de mi cama por comer galletas, y estoy felizmente casada.


Su cuerpo se estremeció. Escuchó algunas de las cosas que le gustaba hacer a Pedro. Infierno, vio algunas de esas cosas a punto de suceder en Cuero & Encaje.


—Así que, ¿qué tan bien lo conoces? —preguntó.


Paula buscó paciencia. —No muy bien. Como he dicho, algo así como que nos topamos el uno al otro.


—¿Cuándo tenías problemas con el coche? Dime, cuando trabajabas con Patricio, tuviste que haber conseguido los detalles sobre Pedro. ¿Es cierto? ¿Las cosas que dicen? ¿Qué va a Cuero & Encaje y le gusta ser dominante y tener algo de sexo realmente loco?


Abrió la boca, pero la cerró de golpe. De todo lo que se había enterado cuando estuvo trabajando con Patricio y de lo que vio con sus propios ojos, todo apuntaba hacia una afirmación. Estuvo a segundos de divulgar lo que sabía. 


Después de todo, parte de ser un publicista era estar
en la cima de todos los chismes, pero algo en su interior no se lo permitió.


Su vida sexual definitivamente no era su asunto o de Raquel. —Creo que todo eso son sólo rumores —dijo finalmente, sonriendo—. No encontré nada que sugiriera que es verdad.


El rostro de Raquel cayó. —Bueno, eso apesta. Tenía la esperanza de que fueras a conectar con él y yo podría vivir a través de ti y experimentar algo de sexo extraño.


Sus labios se fruncieron. —¿Siento decepcionarte?


—Oh, bueno. Ve a darle al senador el infierno.


Diciendo adiós, Paula salió de la oficina y hacia el coche de alquiler que había recogido el día anterior. Una interesante comprensión se asomó en ella mientras tiraba su bolso en el asiento del pasajero. Debería centrarse en lo que iba a decirle al senador, pero todo en lo que pensaba era en lo que iba a disfrutar de su fantasía anterior más tarde esa noche.

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