viernes, 10 de octubre de 2014

CAPITULO 11




Dos días más tarde en su oficina, Pedro revisaba por tercera vez los resultados de los nombres que Paula le había dado. No estaba seguro de qué encontraría. Esas cosas eran como un rompecabezas y nunca ayudaba cuando la persona que necesitaba ayuda mentía.


Quedarse con un amigo.


Tonterías.


Después de dejar su apartamento, condujo por la cuadra y luego estacionó. Treinta minutos después y justo cuando estaba a punto de ir de nuevo a ese apartamento y arrastrar su culo fuera de él, un taxi apareció y Paula salió, jalando una pequeña maleta.


¿Qué tipo de hombre la dejaría tomar un taxi hasta su casa a altas horas de la noche? se preguntó, pero entonces obtuvo la respuesta un poco después.


No le creyó al principio. Paula no fue a casa de un amigo. 


Nop. Se registró en un hotel. Ni siquiera uno extremadamente grande.


Jesús.


¿Cómo podía no tener absolutamente a nadie aquí? Y si no existía ninguna persona que pudiera ayudarla en un momento de necesidad, ¿por qué demonios tuvo que mudarse a esta ciudad? Se hallaba realmente sola, y algo sobre eso no le sentaba bien.


Aún no lo hacía, dos días más tarde.


Casi había entrado a la habitación de hotel esa noche, ¿pero qué habría hecho? ¿Llevarla de vuelta a su casa? Francamente, la mujer tenía demasiado orgullo para eso, así que lo dejó pasar y siguió su culo la mañana siguiente, lo suficientemente temprano como para atraparla antes de que se fuera a trabajar.


Ella realmente caminaba al trabajo.


Y luego volvió al hotel más tarde esa noche. Sola. Con un potencial acosador observándola. Lindo.


Lo malo era que en realidad se sentía aliviado de que no estuviera quedándose con algún idiota. Rodó los ojos. Se equivocaba un montón en eso.


Iba a investigar un poco más, dado que la mayoría de los
sospechosos eran figuras públicas. Lo que consiguió no fue mucho. Solo Michelle Ward tenía algo de información de contacto, y le devolvió una llamada esta mañana.


La tenista definitivamente no era una fan de la Señorita Chaves, pero sus instintos le decían que no tenía nada que ver con la amenaza. Y en todo caso, la chica Ward se hallaba de alguna manera agradecida por la interferencia y tácticas de la señorita Chaves.


Al igual que su hermano.


Cuando Paula le habló de su trabajo, fue evidente que la mujer lo tomaba en serio y que significaba algo para ella. También era obvio que la manera en que algunos de sus clientes la veían le llegaba, lo cual lo sorprendió. De sus anteriores encuentros con ella, pensaba que tenía bolas más grandes que él.


Su mirada se desplazó a la nota envuelta alrededor del ladrillo.


¿Podría alguien más tener el mismo tipo de papel personalizado? Era más que posible, pero la probabilidad de que la persona usara el papel, sin saber que Paula tenía el mismo era tan probable como un aterrizaje ovni en el Monumento a Washington.


Se entretuvo brevemente con la idea de llamarla y comprobarla, pero ella no lo llamó. Y realmente no tenía otra razón para estar llamándola que…


Bueno, otra que no fuera escuchar su voz, y si la llamaba por esa razón, entonces le había crecido una vagina en algún momento.


—El taller de Joe llamaba. Ya sabes, sólo en caso de que te
estuvieras preguntando por qué el maldito teléfono sonaba.


Se movió al escuchar la voz de Mauro. El hombre se apoyaba en el marco de la puerta, sus brazos cruzados. 


Mauro era de la edad de Pedro,pero tenía la actitud malhumorada de un hombre viejo la mitad del tiempo.


Entró cojeando en la oficina y se dejó caer en la silla frente al escritorio de Pedro —¿Así que cuando conseguiste un Lexus? Pensé que eras un pueblerino que vivía y moría por un Ford.


Él tomó un sorbo de su café antes de contestar. —No es mío.


—Entonces, ¿quién tiene a alguien tan enojado como para hacerle un daño de miles de dólares a su auto? —Pasó una mano por su cráneo casi rapado, los dedos rozando los tatuajes que pasaban por su cuello y garganta. Mauro podría ser un aterrador hijo de puta si te lo encontrabas en un callejón oscuro—. Pensé que sólo tú molestabas a la gente de esa manera.


Sonriendo, Pedro bajó su taza. —Nop. Aparentemente hay
personas ahí fuera que tienen una personalidad más encantadora que la mía.


Mauro resopló. —¿Trabajando en un nuevo caso? —El otro hombre se hallaba acostumbrado a que Pedro no dijera nada—. ¿Cuáles son los detalles? Porque tengo curiosidad. Tienes el nombre de William-hijo-deputa-Manafee escrito.


Viendo que no había manera de lograr que Mauro se fuera de su oficina sin contarle la verdad,Pedro le contó rápido y de forma precisa sobre el posible caso.


—Mierda. —Mauro se sentó de nuevo, frotándose la barba en el rostro—. ¿Estás hablando de la publicista de Patricio?
Asintió.


Una lenta sonrisa apareció mientras Mauro dejaba caer su mano sobre la silla. —¿Está su nombre en la lista de sospechosos?


—Sí.


—Increíble. —Mauro rió—. ¿Crees que el idiota detrás de esto va en serio?


—No lo sé. —Movió su mirada a la pantalla—. Sólo he sido capaz de comunicarme con una persona y descartarla. Paula es una rompe bolas, no hay duda de ello, ¿pero esta persona va en serio? Es difícil de creer.


—¿Paula? ¿Es su primer nombre?


—Cállate —dijo, pateando las botas sobre el escritorio—. Y ya sabes, a pesar de que sus tácticas pueden molestar a la gente, repara sus imágenes, finalmente los deja en una mejor situación de en la que estaban antes. ¿Cómo en serio puedes odiar lo suficiente a alguien que hace eso por ti como para querer lastimarla?


—¿Entonces, estás seguro de que es un cliente? —preguntó, sus oscuros ojos chispeando con el interés de un nuevo caso, y todas las maravillosas y jodidas posibilidades.


—Podría ser un ex. Sé que ella dijo que no tiene ninguno, pero sabes tan bien como yo que a veces se necesita hacer la pregunta una o dos veces para conseguir una respuesta directa. —Pero no creía que Paula hubiera mentido sobre eso. La mujer tembló cuando vio la nota. Dudaba que le ocultara información importante, como un ex-novio psicópata.


—¿Así que has estado siguiéndola?


Asintió. —Está en el trabajo en este momento.


—¿Quieres que vea si puedo rastrear algunos de los números? Tengo un amigo que es un amigo de un jugador de los Falcons. Y obviamente, no puedo hacer otra cosa que sentarme detrás de un escritorio.


Pedro rio mientras le empujaba la lista. —¿A quién conoces?


—¿Recuerdas a la porrista de los Redskins de hace dos años? ¿La que estaba siendo acosada por ese ex-recluso? Bueno, nos hemos mantenido contacto. Estoy seguro de que puede hacer un par de llamadas y señalarnos la dirección correcta.


Pedro sacudió la cabeza. —Sí, apuesto a que el contacto que has estado teniendo ha sido totalmente profesional y no involucra a tu polla.


—No voy a hablar contigo sobre mi polla.


Los ojos de Pedro se entrecerraron. —¿Necesito recordarte la regla número uno?


—Lo que sea. —Mauro se levantó—. ¿Necesitas que te la recuerde?


—Cierra la maldita boca.


Mauro se rio al salir de la oficina, cerrando la puerta tras de sí. Mirando de vuelta a la pantalla, Pedro dejó pasar unos cinco segundos antes de que sus ojos se posaran en la pequeña tarjeta apoyada en su teclado. Pensó en el camisón que había estado tendido en la cama de Paula y sus pantalones se apretaron.


Pedro conocía las reglas. Él las escribió, joder.


Sólo que no siempre las seguía.


Además, técnicamente no había sido contratado por la Señorita Chaves, así que al demonio.


Recogiendo la tarjeta, una lenta sonrisa se extendió por su rostro.


Quería decir que habría hecho alguna diferencia si ella lo hubiera contratado, pero Pedro nunca hizo un hábito el mentirse antes.


¿Por qué empezar ahora?


Había algo acerca de la pequeña señorita Paula Chaves que le llegó, se metió bajo su piel, y lo hacía actuar peor que Pablo y Patricio combinados.


No sabía lo que era o lo que significaba, pero lo averiguaría.


Porque a diferencia de sus hermanos, cuando quería algo, no jodía por ahí y pasaba tiempo mintiéndose a sí mismo. 


Cuando Pedro quería algo, iba directo a ello.


Y quería a Paula.

No hay comentarios:

Publicar un comentario