domingo, 19 de octubre de 2014
CAPITULO 31
Una vez solo, la mirada de Pedro viajó por la línea tensa de su boca y cejas. ¿Sufría? Los doctores le habían dado algo y tenía una prescripción hecha, pero no parecía estar haciendo mucho. Él sabía cómo se sentía una herida de bala, no importa cuán insignificante fuera, ardía como ser apuñalado con un atizador caliente.
No estaba seguro de cuánto tiempo pasó antes de que su nariz se arrugara y sus pestañas revolotearan. Podrían haber sido minutos, pero se sintió como años para Pedro.
Ella gimió suavemente, y él se acercó más, con la maldita tentación de meterse a la cama con ella.
—Paula —la llamó. Sus pestañas se agitaron y parpadeó hasta que sus ojos se clavaron en su rostro. Sintió sus labios estirarse en una sonrisa tensa—. Hola, ¿cómo te sientes?
—Como si... —Hizo una pausa, mojando sus labios—. Como si me hubiesen disparado.
—Bueno, eso suena como la verdad. —Le apretó la mano y miró como la mirada de ella bajaba hacia sus manos—. Fue una herida superficial. Nada demasiado grave. Serás capaz de volver a casa conmigo en breve.
—¿Nada grave?
Le gustaba que ella no pusiera en duda la parte de ir a casa con él.
—Te desmayaste, probablemente de sorpresa y dolor.
Hizo una mueca. —Demasiado embarazoso.
Él sonrió. —No es nada de lo que avergonzarse.
Su pecho se levantó con una respiración profunda y su frente se arrugó aún más. —Yo... yo ni siquiera llevaba mi ropa interior. Tú... la tomaste.
Una carcajada brotó de él y si pudiese levantarla sin hacerle daño, lo habría hecho. —Sí, pero no creo que eso le preocupara a nadie.
—No me gusta ver, ni oler la sangre —Explicó ella, y él se emocionó al ver el color rosado de sus mejillas. Ella tomó aire y se estremeció otra vez mientras miraba su hombro vendado—. Auch.
—¿Qué tan malo es el dolor? —Empezó a alejarse, pero el agarre en su mano se apretó—. Puedo ir a buscar una enfermera…
—No, estoy bien. Es un dolor sin importancia, de verdad. Quiero sentarme.
Deslizando un brazo alrededor de su hombro sano, él la ayudó a incorporarse y después hizo clic en el botón de la cama para que ella se pudiese reclinar. —¿Qué te parece ahora? —preguntó, sentándose al lado de sus piernas—. ¿Mejor?
Ella asintió mientras su mirada se dirigía al vaso con agua.
Inclinándose, él tomó el vaso y se la llevó a sus labios.
Debían ser los medicamentos para el dolor, porque peleo porque le ayudara, ni cuando deslizó el pulgar debajo de su labio, ahuyentando una pequeña gota de agua.
Cuando ella se echó hacia atrás, el agotamiento tiró de su
exuberante boca. —¿Qué están bombeando a través de esta intravenosa? —Levantando su mano, ella frunció el ceño—. Me siento liviana.
Pedro rio entre dientes mientras los músculos de su cuello y
hombros por fin empezaban a relajarse. —¿Algunas cosas realmente buenas?
—Lo son. —Se recostó contra la almohada plana, mirando donde él todavía sostenía su mano. Por una de las primeras veces en su vida, realmente quería saber lo que pensaba una mujer—. ¿Atraparon al tipo?
Y luego sus músculos se tensaron de nuevo. —Sí, los policías lo detuvieron un segundo después de que hiciera otra ronda de disparos.
—¿Quién era él? Yo no lo reconocí en absoluto. ¿Dijo por qué…?
—No es nuestro hombre, Paula. —Estirándose, tiró de la manta, sintiéndose como una niñera—. Básicamente, era de esas cosas de lugar equivocado, momento equivocado.
—¿Qué?
Él asintió, recordando lo que los agentes le dijeron mientras
suturaban a Paula. —Fue algún idiota que acababa de robar una tienda a dos cuadras. Iba a pie y la policía cree que en realidad él quería dispararles a ellos. Estuvimos en el lugar equivocado.
Ella lo miró fijamente por un momento y no escondió la decepción que llenó su mirada turbia. Él lo entendió. No que ella quisiera tener a alguien disparándole o a alguien que la odiara tanto para hacerle algo tan horrible, pero al menos se habría terminado.
Esto para nada había terminado.
—Él pudo matarte. —Su cara se deslizó en una mueca temblorosa que era más linda que amenazadora—. ¿Y por qué? ¿Nada?
—¿Matarme? —Sorpresa irradió a través de él—. Te dispararon. A mí no. Hablando de eso, soy tu guarda espaldas, pedazo de idiota. Se supone que yo debo protegerte, no a al revés.
Una sonrisa irónica torció sus labios.—Si yo no te hubiera
empujado te hubiesen disparado en la espalda y yo...
—¿Y tú qué?
Ella encontró su mirada y luego la apartó mientras presionaba los labios juntos. —Así que casi te disparan...
—A ti te dispararon.
—De todos modos —murmuró, agitando su mano con desdén, como si recibir una bala no fuese un gran problema—. ¿Nos dispararon porque estábamos en el lugar equivocado? ¿Qué tan jodidamente malo es eso?
—Bastante mal. —Sonrió. A algunos chicos no les gusta cuando una mujer maldice más que ellos. A Pedro le encantaba. Vio sus pestañas bajar hasta casi rozar sus mejillas. Había habido algo —algo importante— que ella iba a decirle antes del disparo, pero podía esperar.
—Oye —dijo en voz baja, deslizando su mano sobre su mejilla fría.
Sus pestañas se precipitaron hacia arriba y una encantadora sonrisa apareció en sus labios. —Oye tú.
Pedro inclinó la cabeza, presionando un beso en la comisura de sus labios. —Si alguna vez haces algo tan estúpido como eso otra vez, te pondré sobre mis rodillas y... pero gracias. Gracias por muy probablemente salvarme la vida.
Los ojos de Paula estaban muy abiertos mientras él se retiraba, y lo supo en ese momento, tenía que tener cuidado cerca de ella, porque era el tipo de chica que podría robarle el corazón.
La cosa era que, él no estaba seguro de querer ir con cuidado.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario