domingo, 19 de octubre de 2014

CAPITULO 32





Existía una buena probabilidad de que Paula estuviera un poco drogada después de su segunda dosis de analgésicos. 


Ella se sentía bien...


bien con todo.


Bien con ser sacada de su vehículo y casa. Bien con faltar medio día al trabajo. Bien con recibir un disparo sin ninguna razón. Bien con dejar que Pedro ayudara a desvestirla y luego vestirla con una de sus viejas camisetas. Y lo más sorprendente, bien con estar tumbada en la cama al lado de Pedro.


Mirando el techo, se preguntó cómo su vida pasó de ser
dolorosamente ordenada, con la excepción de las cartas de odio al azar, a dormir al lado del sexy y sin camisa —y oh, Dios mío, huele a jabón, especias, joder, y tan bien— hermano de un ex-cliente mientras se recuperaba de una herida de bala. ¿Exactamente cuándo cambió su vida en esa dirección?¿Y por qué permitió que Pedro la cargara como si fuera su noche de bodas y la llevara al piso de arriba a la cama — a su cama?


Oh, sí. Probablemente tiene algo que ver con el Vicodin.


Pedro dormía a su lado, o al menos ella creía que lo hacía. 


Su respiración era profunda y regular, y el brazo caliente apretado contra su hombro no lesionado, no se había movido desde hace tiempo. Estaba sin camisa, por supuesto, ¿por qué él debería cubrir todos esos hermosos músculos? Ahora había cicatrices a juego sobre sus hombros. Qué lindo.


Ella cerró los ojos, maldiciendo mentalmente sus pensamientos podridos.


De ninguna manera podría dormir así. Era del tipo de chica de dormir-de-costado y si rodaba sobre su hombro bueno, entonces estaría frente a Pedro y... luego vendría el matrimonio y un cochecito de bebé o algo parecido.


Hasta ahora había manejado las cosas malditamente bien. 


Sólo estuvo cerca de romperse cuando consiguió echarle una mirada a su departamento. Obtener un disparo se sintió como la punta de jodido un iceberg. Aunque ella fue nada más que un espectador inocente, cuando se despertó, lo único en lo que podía pensar era en cuanto se odiaba por dejar que le dispararan. Hablando de una experiencia reveladora. ¿Sus tácticas habían sido realmente malas? ¿No había ella ayudado a esas personas a largo plazo? No a todas ellas. En el silencio de la oscura habitación, podía admitírselo a sí misma. Hubo aquellos al margen cuyas vidas cambiaron después de que Paula tomara su caso. A veces eran amigos, otras veces eran amantes o familiares que tuvieron que ser cortados de la vida de otra persona para tener éxito. Y ella había hecho el corte.


¿Se arrepentía ahora? No podía, pero tal vez podría ser un poco menos dura con las cosas. Atrapar más abejas con miel. ¿O esos eran los osos? A pesar de que quería esta pequeña charla sobre cambios consigo misma, no podía. Su trabajo, bueno, era todo lo que tenía al final del día.


Esto —lo que sea que tiene con Pedro— no sería para siempre. No era tan estúpida como para creer eso, y tampoco se permitiría caer en esa trampa.


Pero durante los segundos impactantes después de que sintió el dolor punzante en el hombro, vio el horror en la mirada de Pedro, la emoción cruda la sorprendió. La miró como si estuviera perdiendo algo valioso frente a él.


Echando un vistazo al hombre a su lado, suspiró. No importaba cuan condenadamente sexy y pecaminosa fuese la trampa, seguía siendo una trampa. Porque cuando su trabajo estuviese terminado y él se aburriera de ella, él se iría y lo único que le quedaría sería su trabajo Suspirando, cerró los ojos y deseó que su cerebro se apagara y que su
corazón dejara de correr.


Unos segundos más tarde, el brazo entre ellos la levantó. —Vamos.—Cuando no se movió, refunfuñó algo en voz baja—. No le diré a nadie.


Sus labios se curvaron en las esquinas, pero todavía no se movió. Si lo hacía, podía no parecer una gran cosa a los demás, pero para ella era un paso monumental.


También otro clavo en el ataúd.


Pedro suspiró. —Esperando.


Y él la esperaba. Con el brazo en el aire, su cara se giró. En la oscuridad, ella sintió su mirada buscando la suya. Su cuerpo y el músculo a veces traicionero en su pecho anhelaban poder hacerlo. ¿Había realmente algo malo en ello? Probablemente. Y si era sincera consigo misma, no quería nada más. Más tarde podría echarle la culpa a las pastillas para el dolor.


Respirando hondo, decidió que haría frente a las consecuencias más tarde. En este momento, era lo que necesitaba y quería. Colocándose sobre su hombro sano, ella puso su cabeza en el hueco del brazo de Pedro y suspiró. El sonido agrietó tan fuerte como un trueno en el silencio y esperó a que hiciera algún comentario listillo, pero no lo hizo. Su enorme mano se posó en su cadera y la acercó a él. Después de un poco de meneo, se ajustó a su lado en una forma que le hizo preguntarse si sus dos cuerpos fueron diseñados justo para eso.


Definitivamente las pastillas para el dolor hablaban ahora.


Moviendo el brazo con cuidado, ella puso su mano sobre su pecho desnudo y cerró los ojos. Varios momentos pasaron y entonces sintió su mano pasearse a lo largo de su cadera. 


El peso era sofocantemente íntimo, acogedor y…


No. Ella se obligó a tomar un respiro. No era sofocante en absoluto.


A decir verdad, era relajante y nada como las otras veces que trató de tener un poco de caricias.


—¿Puedo hacerte una pregunta? —preguntó ella, mirando fijamente a la luz de la luna.


—Lo que sea.


Su corazón se aceleró a su respuesta rápida. Pedro era... bueno, era nada de lo que había esperado.


—¿La cicatriz en tu hombro? ¿Te dispararon?


Su pulgar recorrió suavemente su cadera, y a ella le gustó ese toque.


—Sí. Hace unos cuatro años


—¿Cómo? —Se estremeció, sintiéndose incómoda—. Lo siento. Eso no es de mi incumbencia.


—Está bien. Yo hacía un trabajo en Chicago. Uno de cuello blanco, el sujeto estaba por entregar pruebas estatales y quería protección antes de reunirse con la policía. Pensamos que el tipo era un paranoico, pero resultó que no lo era. —Su pecho se movió en respiraciones lentas, profundas, el efecto era adormecedor—. Cuando lo llevaba a recoger a su hija en la escuela, algún bastardo apuntó al vehículo con armas de fuego.
Recibí dos balas, pero el cliente ni un rasguño.


—Cristo. —Ella levantó la cabeza, bajando la mirada hacia él. La forma en que lo dijo fue como si no hubiese sido la gran cosa—. ¡Pudiste haber muerto!


—Pero no lo hice. —Sus labios se curvaron las esquinas—. Pudiste haber muerto hoy.


Ella trató seriamente de no pensar en ello o porque lo había
empujado con tanta facilidad del camino. —No lo hice, pero tú... tú haces esto todos los días.


—Lo que hago es mi trabajo. —Movió la otra mano, ahuecando su mejilla suavemente—. No es todos los días, y lo que hago no es barato.


Ni siquiera hablaban del precio todavía, pero tumbados en la cama juntos no parecía el momento adecuado para tocar el tema. Dejó que guiara su mejilla de nuevo a su pecho y su mano se quedó en su mejilla.


—¿Puedo hacerte una pregunta? —preguntó él.


Ella se tensó. —Sí.


—¿Creciste con tu abuela, cierto? Has dicho algunas cosas sobre tu mamá, pero ¿qué le pasó?


La inquietud formó pequeños nudos en su estómago. Hablar de su familia era duro, pero ella lo guió ahí y abrió la puerta por así decirlo. —Me fui a vivir con mi abuela cuando tenía siete años. Se hizo evidente que mi madre no podía cuidar de mí. Nos visitó ocasionalmente hasta que tuve trece años, luego...


La mano en su cadera comenzó a moverse de nuevo. —¿Qué?


—Murió de una sobredosis. —Cerró los ojos—. Mamá... bueno, ella estaba enamorada de estar enamorado, ¿sabes? Pasó de un individuo a otro, y cada uno siempre era "el indicado" y nada terminaba bien. Pero cada vez que conocía a alguien, le daba un trozo de sí misma hasta que ya no quedó nada.


—Lo siento.


Ella suspiró. —Gracias. Es sólo que... La cosa es que yo amaba a mi mamá. A pesar de que no me crió, cada vez que llegaba, ella estaba feliz de verme. No deje de pensar que quizás pude haber hecho algo para, no sé, solucionar su necesidad de amar. Eso sí, yo…


—No había nada que pudieras haber hecho de otra manera —dijo apasionadamente—. Confía en mí, lo sé. No existe ni una maldita cosa que mis hermanos o yo pudiésemos haber cambiado cuando nuestros padres terminaron. Ellos decidieron su propio futuro. Nosotros no éramos sus prioridades. Lo mismo contigo. Tú no tienes nada que ver con la forma en que tu madre decidió vivir su vida.


Además de las heridas de bala, tenían más en común de lo que Paula pensaba. Ambos tenían padres que estaban demasiado envueltos en sus propias vidas como para prestar atención a la de ellos. Si alguien quisiera entender de dónde venía Paula, ese sería Pedro.


—Gracias —susurró.


La mano en su cadera se calmó. —¿Por qué?


Ella no respondió, sin saber si podría ponerlo en palabras. 


Después de unos minutos, Pedro comenzó su acribillarla con preguntas y ella se encontró respondiéndolas con poca reserva. Como que su abuela siempre creyó que Paula debió haber nacido hombre y que debido a la caótica vida
de su madre estaba obsesionada con mantener las cosas en orden. Le habló de la noche en que se hizo el tatuaje.


—¿Significa la rosa algo para ti? —preguntó él, y ella podía oír la sonrisa en sus palabras.


—No. —Se rio en voz baja—. La vi en la televisión esa noche y me recordó a mi mamá. Al igual que ella, ya había empezado a marchitarse, pero si yo pudiera mantenerla en un jarrón… ella estaría bien.


—Suena como si la rosa significara algo para ti.


Arrugó la nariz. —Ah, buen punto.


Pedro cambió de tema, diciéndole como pasaban las festividades en casa de los Gonzales y como todo el mundo supo que la pequeña Mariana había estado enamorada de Pablo desde el momento en que se cruzaron.


Ella sonrió ante las historias de la infancia. Era obvio que Pedro fue la influencia paternal de los tres, manteniendo a los dos más jóvenes fuera de problemas y, básicamente, cuidando de ellos. Eso la entristeció, porque
ella temía que él no hubiese disfrutado su infancia y, probablemente, no hubiera tenido una si no fuese por los padres de Mariana. Su casa era fría y estéril, pero los chicos habían hecho lo mejor con ella y se apoyaron el uno al otro por encima de todo. Pablo se hizo cargo del negocio familiar, expandiéndose de una manera que su padre nunca pudo. Patricio pasó todas esas tardes jugando a la pelota y lo convirtió en su carrera estelar. Y Pedro terminó haciendo lo que siempre había hecho: cuidar de los demás.


Pocos minutos pasaron después de que la última palabra fuese dicha y ella ya había comenzado a delirar. Sin saber si soñaba o no, sintió los suaves y aterciopelados labios de Pedro rozar su frente, y se hundió un poco más en el sueño y un poco más en Pedro

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