lunes, 20 de octubre de 2014
CAPITULO 33
Pedro se despertó, lentamente procesando qué lo había
despertado exactamente. No fue su alarma ni su teléfono.
La habitación estaba silenciosa. Delgados rayos del sol mañanero se filtraban por las cortinas. Quitando su cabello de su rostro, miró de soslayo, y luego estiró su mano para abrazar el cálido cuerpo de…
El espacio junto a él estaba vacío.
Se levantó de la cama, llevando sus manos al borde de su pantalón de pijama que descansaba en lo bajo de sus caderas. Joder, ¿dónde demonios estaba ella? Si dormía en el maldito sillón del primer piso, lesionada o no, la estrangularía.
Dándose la vuelta, salió de la habitación y comenzó a dirigirse a las escaleras cuando se detuvo. Era apenas audible, el suave quejido, pero lo escuchó venir de la habitación extra que había puesto a Paula.
Un gran nudo se formó en la boca de su estómago cuando se dirigió a la habitación, abriendo la puerta.
Paula no se dio cuenta de él. Eso era claro. Usaba unas bragas de encaje rosa, y su cabello caía en suaves, oscuras olas mientras introducía un brazo en su blanca blusa. ¿En serio pensó que iría a trabajar?
—¿Qué estás haciendo?
Su barbilla se levantó cuando se giró hacia la puerta. Un leve rubor manchaba sus mejillas, sus ojos muy abiertos sin los lentes. —¿No sabes tocar?
—Es mi casa.
Sus labios se curvaron en las esquinas. —¡Aun así deberías tocar!
Entrando a la habitación, se detuvo unos cuantos centímetros frente a ella y se cruzó de brazos. —Paula, no puedes estar preparándote para trabajar.
—Como sea —murmuró, volteándose y dándole una buena vista de su trasero. Su sexo respondió, hinchándose duramente. Trató de ignorarlo, porque en serio, estar duro era inapropiado en este momento.
Inhaló profundamente, y discretamente ajustó su erección.
—Los doctores dijeron que no podrías trabajar hasta el próximo lunes. Tienes un certificado. Tu jefe ya sabe que no debe esperar que tu…
—Me siento bien —respondió, volteándose ligeramente. Su ceño se frunció, y había una desgarradora sensación en su pecho mientras la observaba intentar introducir su vendado brazo en la blusa.
Puede que se sintiese mejor, pero esto era ridículo. La gente que es disparada no iba a trabajar al día siguiente. Bueno, él lo había hecho, pero eso era un caso diferente. Caminó a su dirección, pero ella retrocedió.
—No hay nada de malo con tomarse unos días y relajarse — argumentó en un calmado tono que incluso le sorprendió a sí mismo—. Podemos descansar en la casa, ver algunas películas malas y…
—¡No! —Su voz arrastró la palabra—. Necesito ir a trabajar. Acabo de obtener ese trabajo, y a pesar que el Sr. Patricks dice que está bien, necesito estar ahí.
—No necesitas estar ahí. —Cuando comenzó a abotonar su blusa, cubriendo el sostén de encaje rosa, él se inclinó más cerca de ella—. Necesitas estar aquí.
Sus dedos se detuvieron cuando levantó la mirada. —¿Aquí?
La forma que pronunció la simple palabra, como si fuese la más terrorífica idea, era confuso y jodidamente irritante.
Abriendo su boca para mencionarlo, se detuvo cuando vio su mirada vacilar entre él y la puerta, como si estuviese midiendo la distancia. Pero, ¿para qué?
Lo golpeó entonces con la fuerza de un camión.
Paula estaba huyendo.
Huyendo de él, y la razón del por qué le parecía ridícula, pero esta mujer tenía más problemas de compromiso que sus dos hermanos juntos.
Había dormido junto a él toda la noche, y sabía sin una sombra de duda que había sido la primera vez para ella.
Algo que no debería ser un gran problema, pero lo era para ella.
Una oleada de orgullo masculino lo invadió. Estaba mal,
considerando cómo reaccionaba ahora, pero él había sido el primer chico con el que ella dormía, y joder, nadie podría quitárselo.
No dejaría que huyese de él. Esa mierda se detendría ahora. —Te quedarás aquí.
Enojó estalló en sus ojos, tornándolos casi negros. —¿Estás
diciéndome qué hacer?
—Sí. —Dejó salir una rápida sonrisa—. Alguien tiene que hacerlo.
—Nadie necesita hacerlo. —Sus manos bajaron a sus lados,
empuñándolos.
—No lo creo. ¿Ves? Ese es un problema. Has pasado toda tu vida mandando a la gente a tu alrededor, y preocupándote de la vida de otros. —Señalar que también ha pasado toda su vida huyendo de la intimidad no era una buena idea decir ahora mismo—. Eso cambia hoy. Te diré qué hacer, y cuidaré de ti.
Su boca se abrió mientras lo miraba fijamente. Luego tragó.
—No sé si debería estar enfadada o impresionada por esa declaración.
—Digo que vayamos con impresionada.
Volteándose, levantó su brazo y presionó su mano en su frente. — Yo… aprecio lo que intentas hacer, pero necesito ir a trabajar.
—Eso es la última cosa que necesitas hacer. —Dio otro paso, capturando el olor de lilas y vainilla—. Vamos, no discutas conmigo. Todo menos con esto. Te dispararon ayer, Paula. Por el amor de Dios, déjame cuidarte.
Su pecho se elevó rápidamente. —¿Por qué… por qué querrías hacerlo?
¿En serio había preguntado eso? —¿Por qué no querría hacerlo?
Mientras lo observaba irónicamente, su labio inferior tembló.
Fue la primera emoción real que mostró y por un momento, pensó que cedería, que la mujer finalmente lo escucharía, pero entonces sacudió su cabeza, y volvió a abrochar los botones.
Buscó en lo profundo de su ser algo un poco de la paciencia que realmente no tenía, pero parecía que tomaba todo de sí cuando estaba con Paula, de manera que cerró la distancia entre ambos, luego se detuvo en seco cuando vio la pequeña gota deslizarse por su rostro.
Como si alguien le hubiera apretado el corazón, cerró sus manos alrededor del aire. —Paula, nena…
Ella parpadeó rápidamente mientras retrocedía, golpeando el final de la cama. —No. Estoy bien. Puedo ir a trabajar.
Estaba perdiendo en qué hacer, así que todo lo que pudo hacer fue tratar de entenderla. —¿Por qué? ¿Por qué tienes que hacer esto?
Sus dedos temblaban cuando bajó sus manos. —Porque es mi trabajo.
—Eso no una razón suficiente.
Su garganta se cerró, y cuando parpadeó otra vez, sus pestañas estaban húmedas. —Es lo único que tengo. ¿Es una razón suficiente para ti, Pedro? Mi trabajo es todo. No hay nada más, y concentrarme en mi trabajo, bueno, me permite no enfocarme en el hecho que realmente no tengo a nadie. No soy como tú. No tengo hermanos, y no tengo una familia suplente. Yo… —Se quebró, sus lágrimas libremente cayendo por sus mejillas. La frustración salió de sus labios mientras cerraba los ojos fuertemente—. No sé qué más decir, y no quiero pensar en eso. No quiero pensar en nada.
Pedro hizo lo único que pudo pensar en ese momento, porque todo lo que quería es que dejase de llorar.
Ahuecando sus mejillas, apartó las lágrimas. Sus ojos se encontraron, y el parpadeo de deseo en su mirada fue mucho mejor que la desilusión que también vio.
—Me tienes a mí —dijo, diciéndolo en serio. En el momento que dijo esas palabras, supo cuán verdaderas eran. Lo tenía a él.
Su boca se abrió, pero envolvió un brazo alrededor de su cintura, y suavemente la empujó contra sí y la besó.
La besó de una manera que nunca había besado a una mujer antes.
Era un suave roce de labios y presión tierna, un beso de reverencia, y lo golpeó hasta la médula. Su manó tembló mientras acariciaba lentamente su mejilla con su palma, lentamente profundizando el beso.
Esperó que pelease con él, pero sus labios se abrieron y su lengua se filtró con la suya. Su lujuria oleó duro y con fuerza, pero lo apaciguó, esperando no lastimarla o provocar que huyera de nuevo.
Pero ella no huiría de nuevo.
Paula envolvió su lesionado brazo en su cuello, su mano perdiéndose en su cabello, aferrándose a él. El beso se tornó más feroz, más duro, y todo por ella.
—Quédate aquí —La persuadió, dejando su mano deslizase desde la curva de su pecho hasta su cadera—. Quédate aquí, y me aseguraré que no pienses en nada.
Paula se estremeció contra él, y sus húmedas pestañas bajaron.
Besó la esquina de sus labios. —Déjame cuidar de ti, Paula.
Sus dedos se apretaron en su cabello, provocando agudas, deliciosas chispas de dolor en su cuero cabelludo. Síp, eso lo calentó. —¿Por qué? — susurró contra su boca—. ¿Por qué?
—Porque quiero. —Presionó sus labios en su cien—. Tan simple como eso. Quiero hacerlo. Y si me dejas, no te arrepentirás. No pensarán en nada. Te lo prometo.
Ella estaba silenciosa y quieta, luego apartó su mano de su cabello.
Su estómago se tensó y se preparó para otra ronda de discusión.
Pero entonces ella presionó su mejilla contra su desnudo pecho y dejó salir un profundo, tembloroso suspiro. —De acuerdo —susurró—. De acuerdo.
Sin perder tiempo alguno, especialmente con esta mujer, deslizó sus brazos bajo sus rodillas y la cargó, así su brazo lesionado no estaría puesto contra su pecho. Ella no dijo nada, simplemente acercó más su mejilla de su pecho. Su corazón golpeó con fuerza cuando sintió sus labios presionarse contra su piel.
Oh, sí, ella no pensaría en nada muy pronto.
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