domingo, 26 de octubre de 2014

EPILOGO




Barbara Rogers, que pronto será Barbara Alfonso, interpretaba a una novia absolutamente impresionante. Su melena de pelo rojo vibrante se encontraba recogida y sus suaves rizos caían en todas las direcciones.


Perlas adornaban el estilo, coincidiendo con los bordes del vestido.


Mechones tenues rodeaban su rostro ruborizado de entusiasmo.


Las lágrimas ardían detrás de los ojos de Paula. Nunca había visto a alguien más enamorada, o más feliz.


Bueno, eso no era correcto.


Cuando Paula se miraba en el espejo todos los días, veía los mismos ojos vidriosos y sonrisa suave, distraída, y lo más sorprendente, no la asustaba o hacía que quisiera salir corriendo. Cuán absoluta e irritantemente estúpida había sido. Estar enamorada de un hombre que merecía esos sentimientos y se los ganó era verdaderamente increíble. Y
fue una jodida idiota por rechazar a Pedro, pero había rectificado eso rápidamente; ayer por la noche y esta mañana, y en el viaje en coche a la iglesia...


Paula se sonrojó. Pensar en el sexo en una iglesia era muy
inapropiado.


Y le encantó.


Barbara se volteó, su sonrisa nerviosa y emocionada. Con la cintura ceñida y corpiño en forma de corazón, su figura de reloj de arena era perfecta para el vestido.


—¿Cómo me veo? —preguntó, acariciando el solitario collar de perlas alrededor de su cuello—. ¿Es demasiado?


Mariana Gonzales negó con la cabeza. —¿Es demasiado? ¿Desde cuándo te preocupas porque algo sea demasiado?


—Te ves hermosa —dijo Lisa. La esposa del hermano de Mariana que sostenía a su bebé recién nacido durmiendo en su pecho. Una toalla protegiendo su vestido rosa de dama de honor—. ¿Y los zapatos? Perfecta.


Barbara se subió su vestido, dejando al descubierto unos asombrosos tacones de plataforma color rosa. —¿Te gustan? —le preguntó Barbara a Paula.


Se rió, acercándose al grupo muy unido de mujeres como cuando uno se mete a un nido de víboras. —¿De verdad quieres que te responda eso?


—¿El rosado no es tu color? —bromeó Barbara, dejando que su vestido se deslizara.


Paula negó con la cabeza, extrañamente nerviosa. Todas las mujeres la habían recibido con los brazos abiertos, incluso Barbara, pero no había tenido un montón de amigas íntimas y se sorprendía al encontrarse a sí misma en la parte trasera de la iglesia con Barbara y su fiesta nupcial.


Frotando una mano sobre su vientre todavía plano, mientras miraba al bebé dormido, Mariana negó con la cabeza. Un gran anillo antiguo atrapaba la luz en la habitación, centelleando. Pedro dijo que se encontraba sorprendido de que Pablo aún pudiese caminar sobre dos piernas después de que él y Mariana les dieron la noticia a sus padres. Por
supuesto estaban encantados de que serían abuelos de nuevo, pero el señor Gonzales había querido que el anillo viniese antes que el bebé.


—Sólo piensa —dijo Mariana, sonriendo—. Todo esto comenzó en una boda.


Lisa sonrió mientras acariciaba la espalda del bebé. —Eso es cierto.


¡Qué diferencia hace un año!


Barbara cruzó la habitación y antes de que Paula supiese lo que hacía, la mujer la envolvió en un fuerte abrazo. —Gracias —dijo, su voz gruesa—. Si no fuera por ti, no estaría aquí ahora.


—¡A punto de casarse! —añadió Mariana.


Una bola de emoción obstruyó su garganta. —De verdad no tienes que agradecerme, Barbara.


—Sí, lo creo. —Se echó hacia atrás, apretando los hombros de Paula—. Tengo que darte las gracias. Lo mismo sucede con Patricio.


Mariana se rió. —Tal vez deberías convertirte en casamentera.


Paula negó con la cabeza, riendo. —Oh, no, creo que me quedaré con políticos pervertidos y celebridades quejicas.


—Bueno, eso suena más interesante. —Lisa movió el pequeño bulto en sus brazos cuando la puerta se abrió y Pablo asomó la cabeza con una sonrisa—. Tenemos compañía.


—Estamos a cerca de diez minutos para empezar y Patricio parece que está a punto de perder el conocimiento. Sólo pensaba…


—¿Qué? —jadeó Barbara, con los ojos muy abiertos.


La señora Gonzales empujó a un lado a Pablo, entrando en la habitación mientras enderezaba el ramillete en el pecho de su vestido. — Patricio no está a punto de desmayarse, querida. En todo caso, sólo está teniendo dificultades para esperar. Quiere ver a su novia y todos sabemos lo impaciente que es.


Mariana le envió a Pablo una mirada oscura. —Eso no fue agradable.


Pablo lucía completamente sin arrepentimientos cuando le guiñó un ojo y volvió de nuevo al pasillo. Sacudiendo la cabeza, Paula se volvió hacia la mujer. —Bueno, voy a salir. Barbara, en serio luces hermosa.


—Gracias —respondió, pero sus ojos se encontraban desenfocados, y Paula sabía que ya se hallaba allí, caminando por el pasillo.


Diciendo sus adioses, Paula se dirigió hacia la puerta, pero la señora Gonzales se lo impidió. —Paula, querida, no te olvides que te guardamos un asiento con la familia. Así que no te escabullas a la parte de atrás.


Con las mejillas sonrojadas, asintió, murmurando un
agradecimiento. No sólo los Alfonsos la habían aceptado, sino también el clan Gonzales. Por primera vez, Paula tenía una familia —grande, extensa.


—¿Viste las nueva máscara de gas que llegaron ayer? —dijo la señora Gonzales a Mariana, con una amplia sonrisa—. Tu padre está pensando en echarle un vistazo más tarde. Me imaginé que a ti o Gonzalo les gustaría ser los únicos usando gas pimienta.


Una familia extensa un poco rara.


Sonriendo, salió de la habitación y entró al pasillo, pasando donde Gonzalo y Pablo discutían sobre las ventajas y desventajas de la lactancia materna. Paula les sonrió, pero se apresuró por el pasillo antes de que atrapara la fiebre por los bebés.


Llegó a la final del pasillo cuando una puerta a la izquierda se abrió repentinamente. Un brazo se deslizó alrededor de su cintura, tirándola hacia la habitación casi vacía. Su espalda se presionó contra un pecho y estómago duros como roca. Cabello suave rozaba sus mejillas, las cuales se sentían calientes, labios firmes besándola en el cuello.


—Te ves bastante sexy. —La profunda voz de Pedro retumbó por todo su cuerpo—. Me encanta el vestido.


Dicho vestido era de un lila suave, con mangas y terminando en las rodillas. No era nada especial, sólo algo simple y sin duda no tan atractivo, pero sólo tardó unos segundos en darse cuenta de por qué le resultaba tan atractivo.


Pedro deslizó una mano por debajo de su vestido, a lo largo de su muslo desnudo. Fácil acceso. Su cuerpo se ruborizó y calentó, sus dedos del pie se curvaron en sus tacones. Se apoyó en él, inclinando su cabeza contra su pecho. Él hizo un sonido profundo de su garganta mientras movía su mano sobre su cadera, sus dedos jugando con el delicado elástico de sus bragas.


Agarrando su brazo, sus dedos se hundieron en el material
quebradizo del esmoquin del padrino de boda. —Gracias. Aún no he llegado a verte en tu traje.


—Luzco impresionante.


Paula se echó a reír. —La modestia es un rasgo atractivo.


—He estado esperando a que salgas. —Su cálido aliento sopló en su mejilla, y se estremeció.


Un malvado temblor le recorrió, sus pezones se tensaron hasta que empujaban contra el encaje y el material suave de su vestido. —Pedroen serio...


—Te extrañé. —Le besó el cuello de nuevo.


Reprimió un suspiro que sólo lo provocaría más. —Creo que sólo cuarenta y cinco minutos han pasado desde que estuvimos juntos por última vez.


—Eso no importa. —Deslizó su mano hacia arriba, ahuecando su pecho a través de su vestido. Sus ágiles dedos encontraron la punta de su seno, burlándose de ella sin piedad.


Su pulso se aceleró. —Pedro, estamos en una iglesia, por el amor de Dios.


—¿Y? ¿Pensé que trabajábamos en ser más inapropiados? —preguntó, moviendo su mano al otro pecho.


Su cuerpo se tensó, como una espiral enroscándose. —Pero es una iglesia.


—Y eso es como la élite de lo inapropiado, ¿no es así? —Se movió detrás de ella y sintió su erección contra sus nalgas. 


Fácilmente movió sus bragas a un lado mientras le amontonaba la falda—. Sólo piensa, ¿qué nos quedará después de esto?


—Estoy segura de que va a haber un montón de otras cosas
inapropiadas. —Como bolas anales, tapones anales, el Cadillac de vibradores, y sólo Dios sabía qué más traería Pedro en un juego sexual.


Su resistencia a él nunca fue nada de lo que presumir. Era
prácticamente inexistente, sobre todo cuando su lengua siguió el camino de sus besos a lo largo de su cuello.


Paula se enfocó en la pared, agradecida de que no tenía una cruz o una imagen de Jesús en ella, porque eso hubiera sido muy incómodo. —La boda está a punto de comenzar, pervertido.


—Este será uno rapidito. Ya me quiero correr. —Su mano bajaba entre sus muslos y se quedó sin aliento—. Tú también.


Era cierto. Lo quería. Mucho. —Vamos a ir al infierno por esto.


—Pero es una forma divertida de ir, ¿verdad? —Le quitó la mano lo suficiente para desabrocharse los pantalones y liberar su erección. ¿No estaba usando ropa interior bajo su esmoquin? Dulce madre María de todos los bebés en este planeta, no lo hacía—. Aguanta, nena, esto va a ser rápido y duro.


Poniendo las manos en las paredes, ella echó la cabeza hacia atrás mientras la penetraba rápidamente con una estocada profunda. La agarró por las caderas mientras bombeaba dentro de ella. Se hallaba tan duro dentro de ella, su ritmo frenético y, al mismo tiempo lánguido, como si ambos tuvieran todo el tiempo del mundo.


La tensión acumulada alimentó mucho más cada enloquecedor y constante empuje. Su espalda se arqueó mientras molía contra sus caderas. Él gruñó y le dio un beso caliente debajo de la oreja.


—Te amo —dijo, su ritmo disminuyendo.


Su cuerpo comenzó a convulsionarse ante esas palabras y su boca se abrió. Sintiendo que se encontraba a punto de dejar salir un grito estridente, apretó la mano sobre su boca, silenciándola. La dicha se apoderó de ella mientras se venía, su cuerpo palpitante alrededor suyo. Se puso rígido y rápidamente la siguió, su voz era un ronco gemido en sus oídos. Sus cuerpos eran reacios a calmarse y separarse. El corazón le latía con fuerza y Pedro aún se movía lentamente, causando pequeños temblores relampaguear en ella.


Hubo un golpe en la puerta y luego la voz de Pablo se alzó a través de las paredes. —Cinco minutos hasta que se inicie la boda, Pedro. Es hora de alejar el pene.


La cara de Paula se inundó de calor. —Oh, Dios mío...


Pedro se rio entre dientes. —No le hagas caso.


—Me voy a morir de vergüenza.


—No, no lo harás. —La besó en la mejilla y luego movió sus caderas, una vez más, lo que la hizo contener el aliento—. Maldita sea —se quejó después de varias veces. Él salió de ella, besándola en la mejilla—. Ahora necesito una siesta.


—Tú y yo. —Se quedó quieta mientras él se la guardaba de nuevo y luego acomodó sus bragas y vestido. Entonces lo miró—. Me veo como si acabara de tener sexo, ¿o no?


—Quizás. —Pedro rio mientras sus ojos se abrieron como platos.


Alisó con los dedos su cabello, colocando los largos y oscuros mechones sobre los hombros—. No. Te ves muy amada.


—¿Muy amada? —Tuvo esa hinchazón en su pecho de nuevo, y en lugar de que fuera molesto o fastidioso, quería flotar con eso—. Me gusta como suena.


—Apuesto a que sí. —La besó, sus labios persistentes—. Tengo que ir.


—Lo sé. —Se estiró sobre las puntas de los pies, uniendo sus bocas—. Te amo.


Se estremeció. —Nunca me cansaré de escucharte admitir eso.


Ella sonrió mientras se obligaba a alejarse. —Voy a estar buscándote por ahí.


Pedro le ofreció la mano, y juntos salieron de la habitación. Por suerte, el pasillo se hallaba vacío, y se separaron cuando se encontraron con el resto de los hombres. Paula se acercó a la parte delantera de la iglesia abarrotada, llena de amigos, familiares y jugadores, encontrando su asiento y agradecida de que no estuviese caminando divertido y nadie
estuviera echándole ojo al olor.


La señora Gonzales le palmeó la rodilla, y le sonrió a la mujer mayor.


Un día, cuando Pedro se propusiera —porque sabía que lo haría— los quería a todos ellos en su boda.


Patricio y sus mejores hombres entraron, alineándose junto al altar.


Su mirada viajó sobre los hombres. Patricio, que parecía ridículamente guapo en su traje y muy nervioso, más allá se hallaba Pablo, quien le daba un codazo a Patricio en el costado, y luego Pedro, que se encontraba de pie al lado del Sr. Gonzales y Gonzalo.


Su mirada volvió a Pedro.


Él le guiñó un ojo.


Una lenta sonrisa se deslizó por sus mejillas sonrojadas. La canción nupcial comenzó y a medida que el público se retorcía en su asiento, uno tras otro, Barbara hizo su gran, hermosa entrada, y la señora Gonzales se tragó un grito suave, Paula no podía esperar para ver qué otras cosas no apropiadas Pedro Alfonso tenía reservadas para ella.

CAPITULO 48




Paula aspiró una bocanada de aire y luego la puerta se cerró detrás de los hermanos. Iba a pensar en esa palabra después, una vez que las asimilara y saboreara, pero ahora sólo se centró en Pedro.


Sólo él.


—No planeas usar este traje otra vez, ¿verdad? —preguntó él, con voz ronca.


Su estómago se agitó. —No. Nunca más.


—Bien. Porque no va a estar en una sola pieza en pocos segundos.


Ella apenas podía respirar, y mucho menos pensar mientras él le sacaba el traje de sus hombros y lo arrojaba a un lado. 


Hizo una pausa, presionando un beso en el moretón de su mandíbula, un movimiento tierno que provocó que su corazón saltara en el pecho. Luego cerró los puños en la parte delantera de su blusa y la tiró. Ante el sonido del
material rompiéndose, su cuerpo se ruborizó por el calor. 


Sus zapatos y pantalones siguieron rápidamente y en cuestión de segundos, ella se encontraba de pie en su vestíbulo, vestida sólo con el sujetador y las bragas.


Chandler dio un paso atrás, su mirada la absorbía, y luego metió los dedos en sus bragas para jalarlas hacia abajo. 


Siguió su sujetador. En su prisa, rompió el frágil broche. No le importaba. Ella lo quería a él, sólo a él.


Y no se iba a quedar esperando.


Ella puso las manos bajo el dobladillo de su camisa y se la quitó, luego sus dedos fueron al botón de sus pantalones vaqueros. Con su ayuda, se los sacó junto con el bóxer. Su erección se apretó contra su vientre mientras él la apoyaba contra la puerta, ajustando su cuerpo contra el de ella.


Nunca miraría esta puerta de la misma manera. No era posible.


—Dímelo otra vez —murmuró él contra su mejilla, deslizando la mano entre sus muslos y ahuecando su intimidad—. Dime esas dos pequeñas palabras otra vez.


—¿Qué palabras? —Lanzó hacia delante las caderas, frotándolas contra su muslo y mano. El placer se disparó, haciéndola sentir mareada y sin aliento.


Pedro gruñó bajo en su garganta mientras le agarraba la cadera, aquietando sus movimientos. —Sabes exactamente lo que quiero volver a oírte decir.


Besándole la parte inferior de la mandíbula, ella se movió inquieta en su contra. Quería ahogarse en él. —Te amo.


—Esa es mi chica. —Llevaba una sonrisa maliciosa mientras su pulgar acariciaba su clítoris.


Ella se agachó para devolver el favor, pero él empezó a besar su garganta, haciendo un lento descenso. Su pelo le hacía cosquillas en sus pechos mientras se quedaba entre ellos, y un sonido suave se atascó en su garganta cuando su lengua lamió las puntas de sus pechos y luego abajo,
rodeando su ombligo.


Pedro se arrodilló ante ella, abriéndole las piernas. La lujuria se estrelló contra ella mientras él la agarraba de las caderas. Su lengua se deslizó desde su ombligo hasta justo encima del manojo de nervios. La besó en la cara interna del muslo, acariciando el pliegue resbaladizo. El aire abandonó sus pulmones, y luego él deslizó la lengua en su apertura.


Capturó su carne con la boca, separando sus labios con firmes y determinadas caricias de la lengua. Ella gritó cuando él chupó.


Perdida en las sensaciones crudas, le agarró el pelo y sacudió las caderas contra su boca. Él gruñó de placer, metiendo su lengua dentro y fuera. Su espalda se arqueó, mientras el corazón le latía con fuerza. Su lengua trabajó hasta que ella se sacudía descaradamente, jadeando. La intensidad se construyó hasta que su cuerpo se deshizo cuando él se movió a su clítoris y añadió un dedo. Sus lametones y empujes coincidían con el ritmo de sus caderas. Ella tembló y llegó a su clímax con tal fuerza que sus rodillas se debilitaron. Él la atrapó, manteniendo su boca en ella, absorbiendo hasta la última gota mientras su cuerpo se convulsionaba con dulces réplicas.


Y luego se puso de pie, agarrando sus caderas mientras se
levantaba, y la penetró profundamente. No se movió, sólo se quedó allí mientras su cuerpo humedecía el suyo. Luego se retiró lentamente,provocándole un gemido.


—Sabes lo que quiero. —Su voz era oscura e intensa con la
seducción.


Paula no lo supo hasta que él la tenía sobre sus manos y rodillas en el suelo del vestíbulo y se arrodilló detrás de ella. 


Su mano se curvó sobre su trasero y ella se tensó, esperando una fuerte bofetada. En cambio, él deslizó un dedo dentro de ella y luego lo retiró. Una emoción perversa vibró en su sangre.


—Sí —gimió ella, meciéndose hacia atrás y jadeando cuando la presión aumentó.


—Por Dios, mujer, vas a matarme.


Entonces sintió su erección reemplazando los dedos. Sus músculos se tensaron con anticipación. Ella sabía que esto iba a ser duro. Sería bruto. Sería lo que quería.


—Dios —dijo él con voz gutural. Pasó una mano por su espalda y luego la agarró por las caderas—. Dime qué tanto quieres esto. —Cuando ella no respondió, movió la mano de nuevo por su espalda y envolvió los dedos alrededor de las puntas de su pelo. Tiró con fuerza suficiente para enviar una oleada de hormigueos sobre su cráneo y otro estremecimiento en su interior—. Dime, Paula.


—Sí.


El tirón llegó de nuevo, y ella gritó, ya tan cerca. —Sí, ¿qué?


—Sí —jadeó—. Lo quiero mucho. Lo quiero más que a nada.


—Esa es mi chica. —Una mano se movió a la unión de sus muslos.


Sus dedos atraparon su palpitante bulto de nervios y él jugó allí. El placer irradiaba de su núcleo, mezclándose con la amarga punzada de dolor. La sensación era embriagadora y plenamente sensual.


Una vez que él entró, se estremeció mientras envolvía su otro brazo por debajo de sus pechos, sosteniéndola en su lugar. Cuando comenzó a moverse con movimientos lentos y constantes, ella pensó que iba a morir de placer y de la perversión absoluta por lo que hacían en el medio de su
vestíbulo, a plena luz del día.


—Ahora eres mía —murmuró contra el enrojecimiento de la piel de su espalda—. Completamente mía.


Era cierto. No podía negarlo. Era suya. Y él era suyo.


Un fuerte remolino de hormigueo corrió por su cuerpo. 


Detrás de ella, él movió su poderoso cuerpo a un ritmo más rápido. Sus manos se deslizaron sobre la baldosa.


—Te amo, Paula —dijo, con la voz cargada de emoción—. Te amo.


Una corriente eléctrica pasó por sus venas. El orgasmo llegó rápido y duro, absolutamente alucinante en su intensidad. Su grito se mezcló con el de él mientras se dejaba ir. Sus caderas bombearon, lanzándola a otro orgasmo. Él se quedó en su contra por lo que pareció una eternidad, con su cuerpo sellado al de ella. Cuando se retiró, ella ya lo extrañaba.


Pedro la giró en sus brazos, besándole las mejillas, los párpados de sus ojos, y luego sus labios. Sosteniéndola cerca, se echó hacia atrás y la tomó en su regazo.


Sus ojos se encontraron.


—Nunca tendrás que darme un pedazo de ti —dijo—. Pero puedes tener tantos de mí cómo quieras. Puedes tener todo de mí, para siempre.


Paula sintió la emoción aumentar en su garganta cuando levantó la cabeza, buscando ciegamente su beso. Las palabras no parecían suficientes, pero se obligó a sacarlas. —Te confío todos mis pedazos, todo de mí. Te amo.

CAPITULO 47




Pedro llenaba la puerta de la sala, la camisa gris que llevaba extendiéndose sobre sus anchos hombros. Al verlo, se sorprendió quedarse momentáneamente en silencio y se olvidó que sus dos hermanos se encontraban allí. Su pelo oscuro estaba recogido de su cara en una coleta, con la cara recién afeitada y sus ojos del color del cielo durante un día soleado de verano. Su expresión era absolutamente ilegible mientras la miraba con ardiente intensidad.


Su mirada bajó, recorriéndola antes de regresar a su cara. 


—Pensé que te habías desecho de esos trajes horribles.


Tenía las mejillas sonrojadas. —Lo hice, pero…


Él esperó.


Paula no fue capaz de vocalizar por qué se había vestido con el único traje cuadrado, poco atractivo que le quedaba, y menos delante de sus malditos hermanos. Lo que había parecido una buena idea cuando se preparaba esta mañana ahora se sentía tonta.


Todos ellos esperaron, los tres hermanos. Verlos juntos era algo imponente y ninguno parecía querer moverse del pasillo.


Ella cambió su peso de un pie al otro. —¿Me preguntaba si
podríamos hablar? Si no es así, tal vez más tarde o… —Sus pestañas se levantaron y se encontró con su mirada de nuevo. Los músculos de su mandíbula dura le decía que era una situación crucial. Era momento o de seguir huyendo o de comportarse como un adulto, en cierto modo un adulto sensato—. Me equivoqué contigo, con nosotros y tenías razón. Tengo miedo. Tenía miedo de terminar como mi madre y eso… eso fue tan estúpido, porque no soy ella y tú no eres uno de esos tipos. Y sé que puede que haya jodido esto, pero quería que supieras que lo siento y que me equivoqué.


Pedro ladeó la cabeza, al igual que sus hermanos, pero ahora todos la miraban a ella mientras el silencio se extendía entre ellos. —Lo sé —dijo él finalmente.


Además de todo lo que esperaba que le dijera, no era eso, y era algo gracioso, ya que no fue una sorpresa que fuera tan arrogante. ¿Pero “lo sé” después de hacer tal confesión apasionada? ¿Qué demonios haría con un “lo sé”?


Lo miró mientras una sonrisa ladeada lentamente apareció en sus labios. Sus cejas se juntaron. —¿Eso es todo lo que vas a decir?


—No.


Paula esperó... y esperó.


Patricio y Pablo esperaban y parecía como si necesitaran un gran tazón de palomitas de maíz.


—Me sentía enojado y frustrado —dijo él, desplegando los brazos y sus ojos sosteniendo los de ella mientras caminaba hacia adelante—. Me fui de tu casa anoche, Paula, pero no te dejé.


No te dejé.


Ella se quedó sin aliento mientras registraba las tres palabras y cuando lo hizo, hubo una hinchazón en su pecho que estaba segura podría haberla llevado directamente hasta el techo.


—Así que, como ves, he estado esperándote. —Dio un paso más cerca, tan cerca que sus piernas se rozaron—. Te iba a dar hasta la noche para que entrarás en razón y luego iba a ir a buscarte.


—¿En serio?


Él asintió. —¿Te acuerdas? Te dije que me gusta perseguir.


Ella lo recordó.


—¿Y sabes lo que me gusta más que perseguir? Atrapar —dijo, ahuecando su mejilla—. Lo disfruto mucho más.


Su pulso latía con fuerza en varios lugares de su cuerpo. —¿Por qué no me sorprende?


Pedro sonrió mientras le acariciaba la mejilla con el pulgar. — ¿Hay algo que quieras decirme?


El dulce alivio relajó los músculos tensos en el cuello y la felicidad brotó en su interior. Tragó saliva contra el repentino nudo en la garganta.


—¿Esto fue más fácil de lo que pensé que iba a ser?


Él se echó a reír, dejando caer su frente en la de ella. —Pensé que querías decirme algo más.


Ella levantó la mano, extendiendo su palma contra su mejilla. Las palabras eran sorprendentemente más fáciles de decir de lo que podría haber imaginado. —Te amo.


Sus ojos se cerraron mientras aspiraba una respiración profunda. — Me alegro de que no necesitemos otra experiencia cercana a la muerte para que lo admitas.


—Yo también —susurró ella, estirándose hacia arriba y besándolo suavemente—. ¿No hay algo que quieras decir?


—¿Recordando mi fantasía? —Sus pestañas se levantaron. El calor le sombreaba los ojos en un azul profundo—. ¿Sobre la primera vez que te vi?


Alguien, quizá Pablo, se aclaró la garganta detrás de ellos, pero fue en gran parte ignorado.


Eso no era lo que buscaba, pero lo aceptaría. —Sí. Lo recuerdo.


—Y mírate. Tu pelo recogido, vestida con uno de esos trajes
espantosos. Creo que lo has hecho a propósito.


Una sonrisa se burló de sus labios. —Puede que sí.


—Mmm —murmuró mientras llevaba la mano detrás de ella y suavemente le desarmaba el moño para dejar que su pelo cayera sobre su espalda—. ¿Y por qué hiciste eso?


—Pensé que podría ayudar a mi caso.


Le tomó la mano y la apretó contra su ingle. —Ha ayudado algo.


Su útero se tensó. Fuertes y cálidos estremecimientos retorcieron su cuerpo. —Puedo verlo.


Pedro bajó la cabeza, rozando sus labios sobre los de ella. 
Ella abrió la boca, invitándolo mientras envolvía los brazos ligeramente detrás de su cuello. Con eso, el beso se hizo urgente y cada vez más profundo.


Nada podría haberla preparado para la cruda intensidad de su beso. Sus sentidos se sobrecargaron cuando su lengua se deslizó sobre la suya.


—Muy bien, ustedes dos tienen público. En serio —dijo Patricio—. Y creo que voy a estar traumado de por vida.


—Diablos —murmuró Pablo.


—Ahí está la puerta —dijo Pedro, sin quitar los ojos de encima de Paula—. Sugiero que la usen y la cierren detrás de ustedes, o van a tener una buena vista.


—No sé tú —le dijo Patricio a su hermano menor—, pero eso no es algo que quiero ver.


—O escuchar.


Las mejillas de Paula ardían, pero también lo hacía la sangre en sus venas. Pedro siguió mirándola y ella sabía lo mucho que la deseaba.


Pablo fue el primero en irse, de pie junto a la puerta, mientras esperaba a su hermano. Cuando Patricio pasó junto a ellos, se detuvo y se inclinó. Susurrando al oído de Paula, dijo algo que ella nunca imaginó.


—Gracias —dijo.