domingo, 26 de octubre de 2014

EPILOGO




Barbara Rogers, que pronto será Barbara Alfonso, interpretaba a una novia absolutamente impresionante. Su melena de pelo rojo vibrante se encontraba recogida y sus suaves rizos caían en todas las direcciones.


Perlas adornaban el estilo, coincidiendo con los bordes del vestido.


Mechones tenues rodeaban su rostro ruborizado de entusiasmo.


Las lágrimas ardían detrás de los ojos de Paula. Nunca había visto a alguien más enamorada, o más feliz.


Bueno, eso no era correcto.


Cuando Paula se miraba en el espejo todos los días, veía los mismos ojos vidriosos y sonrisa suave, distraída, y lo más sorprendente, no la asustaba o hacía que quisiera salir corriendo. Cuán absoluta e irritantemente estúpida había sido. Estar enamorada de un hombre que merecía esos sentimientos y se los ganó era verdaderamente increíble. Y
fue una jodida idiota por rechazar a Pedro, pero había rectificado eso rápidamente; ayer por la noche y esta mañana, y en el viaje en coche a la iglesia...


Paula se sonrojó. Pensar en el sexo en una iglesia era muy
inapropiado.


Y le encantó.


Barbara se volteó, su sonrisa nerviosa y emocionada. Con la cintura ceñida y corpiño en forma de corazón, su figura de reloj de arena era perfecta para el vestido.


—¿Cómo me veo? —preguntó, acariciando el solitario collar de perlas alrededor de su cuello—. ¿Es demasiado?


Mariana Gonzales negó con la cabeza. —¿Es demasiado? ¿Desde cuándo te preocupas porque algo sea demasiado?


—Te ves hermosa —dijo Lisa. La esposa del hermano de Mariana que sostenía a su bebé recién nacido durmiendo en su pecho. Una toalla protegiendo su vestido rosa de dama de honor—. ¿Y los zapatos? Perfecta.


Barbara se subió su vestido, dejando al descubierto unos asombrosos tacones de plataforma color rosa. —¿Te gustan? —le preguntó Barbara a Paula.


Se rió, acercándose al grupo muy unido de mujeres como cuando uno se mete a un nido de víboras. —¿De verdad quieres que te responda eso?


—¿El rosado no es tu color? —bromeó Barbara, dejando que su vestido se deslizara.


Paula negó con la cabeza, extrañamente nerviosa. Todas las mujeres la habían recibido con los brazos abiertos, incluso Barbara, pero no había tenido un montón de amigas íntimas y se sorprendía al encontrarse a sí misma en la parte trasera de la iglesia con Barbara y su fiesta nupcial.


Frotando una mano sobre su vientre todavía plano, mientras miraba al bebé dormido, Mariana negó con la cabeza. Un gran anillo antiguo atrapaba la luz en la habitación, centelleando. Pedro dijo que se encontraba sorprendido de que Pablo aún pudiese caminar sobre dos piernas después de que él y Mariana les dieron la noticia a sus padres. Por
supuesto estaban encantados de que serían abuelos de nuevo, pero el señor Gonzales había querido que el anillo viniese antes que el bebé.


—Sólo piensa —dijo Mariana, sonriendo—. Todo esto comenzó en una boda.


Lisa sonrió mientras acariciaba la espalda del bebé. —Eso es cierto.


¡Qué diferencia hace un año!


Barbara cruzó la habitación y antes de que Paula supiese lo que hacía, la mujer la envolvió en un fuerte abrazo. —Gracias —dijo, su voz gruesa—. Si no fuera por ti, no estaría aquí ahora.


—¡A punto de casarse! —añadió Mariana.


Una bola de emoción obstruyó su garganta. —De verdad no tienes que agradecerme, Barbara.


—Sí, lo creo. —Se echó hacia atrás, apretando los hombros de Paula—. Tengo que darte las gracias. Lo mismo sucede con Patricio.


Mariana se rió. —Tal vez deberías convertirte en casamentera.


Paula negó con la cabeza, riendo. —Oh, no, creo que me quedaré con políticos pervertidos y celebridades quejicas.


—Bueno, eso suena más interesante. —Lisa movió el pequeño bulto en sus brazos cuando la puerta se abrió y Pablo asomó la cabeza con una sonrisa—. Tenemos compañía.


—Estamos a cerca de diez minutos para empezar y Patricio parece que está a punto de perder el conocimiento. Sólo pensaba…


—¿Qué? —jadeó Barbara, con los ojos muy abiertos.


La señora Gonzales empujó a un lado a Pablo, entrando en la habitación mientras enderezaba el ramillete en el pecho de su vestido. — Patricio no está a punto de desmayarse, querida. En todo caso, sólo está teniendo dificultades para esperar. Quiere ver a su novia y todos sabemos lo impaciente que es.


Mariana le envió a Pablo una mirada oscura. —Eso no fue agradable.


Pablo lucía completamente sin arrepentimientos cuando le guiñó un ojo y volvió de nuevo al pasillo. Sacudiendo la cabeza, Paula se volvió hacia la mujer. —Bueno, voy a salir. Barbara, en serio luces hermosa.


—Gracias —respondió, pero sus ojos se encontraban desenfocados, y Paula sabía que ya se hallaba allí, caminando por el pasillo.


Diciendo sus adioses, Paula se dirigió hacia la puerta, pero la señora Gonzales se lo impidió. —Paula, querida, no te olvides que te guardamos un asiento con la familia. Así que no te escabullas a la parte de atrás.


Con las mejillas sonrojadas, asintió, murmurando un
agradecimiento. No sólo los Alfonsos la habían aceptado, sino también el clan Gonzales. Por primera vez, Paula tenía una familia —grande, extensa.


—¿Viste las nueva máscara de gas que llegaron ayer? —dijo la señora Gonzales a Mariana, con una amplia sonrisa—. Tu padre está pensando en echarle un vistazo más tarde. Me imaginé que a ti o Gonzalo les gustaría ser los únicos usando gas pimienta.


Una familia extensa un poco rara.


Sonriendo, salió de la habitación y entró al pasillo, pasando donde Gonzalo y Pablo discutían sobre las ventajas y desventajas de la lactancia materna. Paula les sonrió, pero se apresuró por el pasillo antes de que atrapara la fiebre por los bebés.


Llegó a la final del pasillo cuando una puerta a la izquierda se abrió repentinamente. Un brazo se deslizó alrededor de su cintura, tirándola hacia la habitación casi vacía. Su espalda se presionó contra un pecho y estómago duros como roca. Cabello suave rozaba sus mejillas, las cuales se sentían calientes, labios firmes besándola en el cuello.


—Te ves bastante sexy. —La profunda voz de Pedro retumbó por todo su cuerpo—. Me encanta el vestido.


Dicho vestido era de un lila suave, con mangas y terminando en las rodillas. No era nada especial, sólo algo simple y sin duda no tan atractivo, pero sólo tardó unos segundos en darse cuenta de por qué le resultaba tan atractivo.


Pedro deslizó una mano por debajo de su vestido, a lo largo de su muslo desnudo. Fácil acceso. Su cuerpo se ruborizó y calentó, sus dedos del pie se curvaron en sus tacones. Se apoyó en él, inclinando su cabeza contra su pecho. Él hizo un sonido profundo de su garganta mientras movía su mano sobre su cadera, sus dedos jugando con el delicado elástico de sus bragas.


Agarrando su brazo, sus dedos se hundieron en el material
quebradizo del esmoquin del padrino de boda. —Gracias. Aún no he llegado a verte en tu traje.


—Luzco impresionante.


Paula se echó a reír. —La modestia es un rasgo atractivo.


—He estado esperando a que salgas. —Su cálido aliento sopló en su mejilla, y se estremeció.


Un malvado temblor le recorrió, sus pezones se tensaron hasta que empujaban contra el encaje y el material suave de su vestido. —Pedroen serio...


—Te extrañé. —Le besó el cuello de nuevo.


Reprimió un suspiro que sólo lo provocaría más. —Creo que sólo cuarenta y cinco minutos han pasado desde que estuvimos juntos por última vez.


—Eso no importa. —Deslizó su mano hacia arriba, ahuecando su pecho a través de su vestido. Sus ágiles dedos encontraron la punta de su seno, burlándose de ella sin piedad.


Su pulso se aceleró. —Pedro, estamos en una iglesia, por el amor de Dios.


—¿Y? ¿Pensé que trabajábamos en ser más inapropiados? —preguntó, moviendo su mano al otro pecho.


Su cuerpo se tensó, como una espiral enroscándose. —Pero es una iglesia.


—Y eso es como la élite de lo inapropiado, ¿no es así? —Se movió detrás de ella y sintió su erección contra sus nalgas. 


Fácilmente movió sus bragas a un lado mientras le amontonaba la falda—. Sólo piensa, ¿qué nos quedará después de esto?


—Estoy segura de que va a haber un montón de otras cosas
inapropiadas. —Como bolas anales, tapones anales, el Cadillac de vibradores, y sólo Dios sabía qué más traería Pedro en un juego sexual.


Su resistencia a él nunca fue nada de lo que presumir. Era
prácticamente inexistente, sobre todo cuando su lengua siguió el camino de sus besos a lo largo de su cuello.


Paula se enfocó en la pared, agradecida de que no tenía una cruz o una imagen de Jesús en ella, porque eso hubiera sido muy incómodo. —La boda está a punto de comenzar, pervertido.


—Este será uno rapidito. Ya me quiero correr. —Su mano bajaba entre sus muslos y se quedó sin aliento—. Tú también.


Era cierto. Lo quería. Mucho. —Vamos a ir al infierno por esto.


—Pero es una forma divertida de ir, ¿verdad? —Le quitó la mano lo suficiente para desabrocharse los pantalones y liberar su erección. ¿No estaba usando ropa interior bajo su esmoquin? Dulce madre María de todos los bebés en este planeta, no lo hacía—. Aguanta, nena, esto va a ser rápido y duro.


Poniendo las manos en las paredes, ella echó la cabeza hacia atrás mientras la penetraba rápidamente con una estocada profunda. La agarró por las caderas mientras bombeaba dentro de ella. Se hallaba tan duro dentro de ella, su ritmo frenético y, al mismo tiempo lánguido, como si ambos tuvieran todo el tiempo del mundo.


La tensión acumulada alimentó mucho más cada enloquecedor y constante empuje. Su espalda se arqueó mientras molía contra sus caderas. Él gruñó y le dio un beso caliente debajo de la oreja.


—Te amo —dijo, su ritmo disminuyendo.


Su cuerpo comenzó a convulsionarse ante esas palabras y su boca se abrió. Sintiendo que se encontraba a punto de dejar salir un grito estridente, apretó la mano sobre su boca, silenciándola. La dicha se apoderó de ella mientras se venía, su cuerpo palpitante alrededor suyo. Se puso rígido y rápidamente la siguió, su voz era un ronco gemido en sus oídos. Sus cuerpos eran reacios a calmarse y separarse. El corazón le latía con fuerza y Pedro aún se movía lentamente, causando pequeños temblores relampaguear en ella.


Hubo un golpe en la puerta y luego la voz de Pablo se alzó a través de las paredes. —Cinco minutos hasta que se inicie la boda, Pedro. Es hora de alejar el pene.


La cara de Paula se inundó de calor. —Oh, Dios mío...


Pedro se rio entre dientes. —No le hagas caso.


—Me voy a morir de vergüenza.


—No, no lo harás. —La besó en la mejilla y luego movió sus caderas, una vez más, lo que la hizo contener el aliento—. Maldita sea —se quejó después de varias veces. Él salió de ella, besándola en la mejilla—. Ahora necesito una siesta.


—Tú y yo. —Se quedó quieta mientras él se la guardaba de nuevo y luego acomodó sus bragas y vestido. Entonces lo miró—. Me veo como si acabara de tener sexo, ¿o no?


—Quizás. —Pedro rio mientras sus ojos se abrieron como platos.


Alisó con los dedos su cabello, colocando los largos y oscuros mechones sobre los hombros—. No. Te ves muy amada.


—¿Muy amada? —Tuvo esa hinchazón en su pecho de nuevo, y en lugar de que fuera molesto o fastidioso, quería flotar con eso—. Me gusta como suena.


—Apuesto a que sí. —La besó, sus labios persistentes—. Tengo que ir.


—Lo sé. —Se estiró sobre las puntas de los pies, uniendo sus bocas—. Te amo.


Se estremeció. —Nunca me cansaré de escucharte admitir eso.


Ella sonrió mientras se obligaba a alejarse. —Voy a estar buscándote por ahí.


Pedro le ofreció la mano, y juntos salieron de la habitación. Por suerte, el pasillo se hallaba vacío, y se separaron cuando se encontraron con el resto de los hombres. Paula se acercó a la parte delantera de la iglesia abarrotada, llena de amigos, familiares y jugadores, encontrando su asiento y agradecida de que no estuviese caminando divertido y nadie
estuviera echándole ojo al olor.


La señora Gonzales le palmeó la rodilla, y le sonrió a la mujer mayor.


Un día, cuando Pedro se propusiera —porque sabía que lo haría— los quería a todos ellos en su boda.


Patricio y sus mejores hombres entraron, alineándose junto al altar.


Su mirada viajó sobre los hombres. Patricio, que parecía ridículamente guapo en su traje y muy nervioso, más allá se hallaba Pablo, quien le daba un codazo a Patricio en el costado, y luego Pedro, que se encontraba de pie al lado del Sr. Gonzales y Gonzalo.


Su mirada volvió a Pedro.


Él le guiñó un ojo.


Una lenta sonrisa se deslizó por sus mejillas sonrojadas. La canción nupcial comenzó y a medida que el público se retorcía en su asiento, uno tras otro, Barbara hizo su gran, hermosa entrada, y la señora Gonzales se tragó un grito suave, Paula no podía esperar para ver qué otras cosas no apropiadas Pedro Alfonso tenía reservadas para ella.

5 comentarios:

  1. Digno final de nuestro Guardaespalda ¡¡ dichosa de Pauli ! ;)

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  2. Buenísimo final!!! Me encantó la nove!!! Aguante el guardaespaldas!!!! Jajaj, espero la prox nove! Bsoo @GraciasxTodoPYP

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  3. Hermoso final! Me encanta la manera en que su unieron las 3 historias de amor de los hermanos Alfonso!!! Que felices terminaron las 3 parejas!!! Gracias por compartir estas novelas tan lindas!

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