domingo, 26 de octubre de 2014
CAPITULO 47
Pedro llenaba la puerta de la sala, la camisa gris que llevaba extendiéndose sobre sus anchos hombros. Al verlo, se sorprendió quedarse momentáneamente en silencio y se olvidó que sus dos hermanos se encontraban allí. Su pelo oscuro estaba recogido de su cara en una coleta, con la cara recién afeitada y sus ojos del color del cielo durante un día soleado de verano. Su expresión era absolutamente ilegible mientras la miraba con ardiente intensidad.
Su mirada bajó, recorriéndola antes de regresar a su cara.
—Pensé que te habías desecho de esos trajes horribles.
Tenía las mejillas sonrojadas. —Lo hice, pero…
Él esperó.
Paula no fue capaz de vocalizar por qué se había vestido con el único traje cuadrado, poco atractivo que le quedaba, y menos delante de sus malditos hermanos. Lo que había parecido una buena idea cuando se preparaba esta mañana ahora se sentía tonta.
Todos ellos esperaron, los tres hermanos. Verlos juntos era algo imponente y ninguno parecía querer moverse del pasillo.
Ella cambió su peso de un pie al otro. —¿Me preguntaba si
podríamos hablar? Si no es así, tal vez más tarde o… —Sus pestañas se levantaron y se encontró con su mirada de nuevo. Los músculos de su mandíbula dura le decía que era una situación crucial. Era momento o de seguir huyendo o de comportarse como un adulto, en cierto modo un adulto sensato—. Me equivoqué contigo, con nosotros y tenías razón. Tengo miedo. Tenía miedo de terminar como mi madre y eso… eso fue tan estúpido, porque no soy ella y tú no eres uno de esos tipos. Y sé que puede que haya jodido esto, pero quería que supieras que lo siento y que me equivoqué.
Pedro ladeó la cabeza, al igual que sus hermanos, pero ahora todos la miraban a ella mientras el silencio se extendía entre ellos. —Lo sé —dijo él finalmente.
Además de todo lo que esperaba que le dijera, no era eso, y era algo gracioso, ya que no fue una sorpresa que fuera tan arrogante. ¿Pero “lo sé” después de hacer tal confesión apasionada? ¿Qué demonios haría con un “lo sé”?
Lo miró mientras una sonrisa ladeada lentamente apareció en sus labios. Sus cejas se juntaron. —¿Eso es todo lo que vas a decir?
—No.
Paula esperó... y esperó.
Patricio y Pablo esperaban y parecía como si necesitaran un gran tazón de palomitas de maíz.
—Me sentía enojado y frustrado —dijo él, desplegando los brazos y sus ojos sosteniendo los de ella mientras caminaba hacia adelante—. Me fui de tu casa anoche, Paula, pero no te dejé.
No te dejé.
Ella se quedó sin aliento mientras registraba las tres palabras y cuando lo hizo, hubo una hinchazón en su pecho que estaba segura podría haberla llevado directamente hasta el techo.
—Así que, como ves, he estado esperándote. —Dio un paso más cerca, tan cerca que sus piernas se rozaron—. Te iba a dar hasta la noche para que entrarás en razón y luego iba a ir a buscarte.
—¿En serio?
Él asintió. —¿Te acuerdas? Te dije que me gusta perseguir.
Ella lo recordó.
—¿Y sabes lo que me gusta más que perseguir? Atrapar —dijo, ahuecando su mejilla—. Lo disfruto mucho más.
Su pulso latía con fuerza en varios lugares de su cuerpo. —¿Por qué no me sorprende?
Pedro sonrió mientras le acariciaba la mejilla con el pulgar. — ¿Hay algo que quieras decirme?
El dulce alivio relajó los músculos tensos en el cuello y la felicidad brotó en su interior. Tragó saliva contra el repentino nudo en la garganta.
—¿Esto fue más fácil de lo que pensé que iba a ser?
Él se echó a reír, dejando caer su frente en la de ella. —Pensé que querías decirme algo más.
Ella levantó la mano, extendiendo su palma contra su mejilla. Las palabras eran sorprendentemente más fáciles de decir de lo que podría haber imaginado. —Te amo.
Sus ojos se cerraron mientras aspiraba una respiración profunda. — Me alegro de que no necesitemos otra experiencia cercana a la muerte para que lo admitas.
—Yo también —susurró ella, estirándose hacia arriba y besándolo suavemente—. ¿No hay algo que quieras decir?
—¿Recordando mi fantasía? —Sus pestañas se levantaron. El calor le sombreaba los ojos en un azul profundo—. ¿Sobre la primera vez que te vi?
Alguien, quizá Pablo, se aclaró la garganta detrás de ellos, pero fue en gran parte ignorado.
Eso no era lo que buscaba, pero lo aceptaría. —Sí. Lo recuerdo.
—Y mírate. Tu pelo recogido, vestida con uno de esos trajes
espantosos. Creo que lo has hecho a propósito.
Una sonrisa se burló de sus labios. —Puede que sí.
—Mmm —murmuró mientras llevaba la mano detrás de ella y suavemente le desarmaba el moño para dejar que su pelo cayera sobre su espalda—. ¿Y por qué hiciste eso?
—Pensé que podría ayudar a mi caso.
Le tomó la mano y la apretó contra su ingle. —Ha ayudado algo.
Su útero se tensó. Fuertes y cálidos estremecimientos retorcieron su cuerpo. —Puedo verlo.
Pedro bajó la cabeza, rozando sus labios sobre los de ella.
Ella abrió la boca, invitándolo mientras envolvía los brazos ligeramente detrás de su cuello. Con eso, el beso se hizo urgente y cada vez más profundo.
Nada podría haberla preparado para la cruda intensidad de su beso. Sus sentidos se sobrecargaron cuando su lengua se deslizó sobre la suya.
—Muy bien, ustedes dos tienen público. En serio —dijo Patricio—. Y creo que voy a estar traumado de por vida.
—Diablos —murmuró Pablo.
—Ahí está la puerta —dijo Pedro, sin quitar los ojos de encima de Paula—. Sugiero que la usen y la cierren detrás de ustedes, o van a tener una buena vista.
—No sé tú —le dijo Patricio a su hermano menor—, pero eso no es algo que quiero ver.
—O escuchar.
Las mejillas de Paula ardían, pero también lo hacía la sangre en sus venas. Pedro siguió mirándola y ella sabía lo mucho que la deseaba.
Pablo fue el primero en irse, de pie junto a la puerta, mientras esperaba a su hermano. Cuando Patricio pasó junto a ellos, se detuvo y se inclinó. Susurrando al oído de Paula, dijo algo que ella nunca imaginó.
—Gracias —dijo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario