domingo, 26 de octubre de 2014
CAPITULO 48
Paula aspiró una bocanada de aire y luego la puerta se cerró detrás de los hermanos. Iba a pensar en esa palabra después, una vez que las asimilara y saboreara, pero ahora sólo se centró en Pedro.
Sólo él.
—No planeas usar este traje otra vez, ¿verdad? —preguntó él, con voz ronca.
Su estómago se agitó. —No. Nunca más.
—Bien. Porque no va a estar en una sola pieza en pocos segundos.
Ella apenas podía respirar, y mucho menos pensar mientras él le sacaba el traje de sus hombros y lo arrojaba a un lado.
Hizo una pausa, presionando un beso en el moretón de su mandíbula, un movimiento tierno que provocó que su corazón saltara en el pecho. Luego cerró los puños en la parte delantera de su blusa y la tiró. Ante el sonido del
material rompiéndose, su cuerpo se ruborizó por el calor.
Sus zapatos y pantalones siguieron rápidamente y en cuestión de segundos, ella se encontraba de pie en su vestíbulo, vestida sólo con el sujetador y las bragas.
Chandler dio un paso atrás, su mirada la absorbía, y luego metió los dedos en sus bragas para jalarlas hacia abajo.
Siguió su sujetador. En su prisa, rompió el frágil broche. No le importaba. Ella lo quería a él, sólo a él.
Y no se iba a quedar esperando.
Ella puso las manos bajo el dobladillo de su camisa y se la quitó, luego sus dedos fueron al botón de sus pantalones vaqueros. Con su ayuda, se los sacó junto con el bóxer. Su erección se apretó contra su vientre mientras él la apoyaba contra la puerta, ajustando su cuerpo contra el de ella.
Nunca miraría esta puerta de la misma manera. No era posible.
—Dímelo otra vez —murmuró él contra su mejilla, deslizando la mano entre sus muslos y ahuecando su intimidad—. Dime esas dos pequeñas palabras otra vez.
—¿Qué palabras? —Lanzó hacia delante las caderas, frotándolas contra su muslo y mano. El placer se disparó, haciéndola sentir mareada y sin aliento.
Pedro gruñó bajo en su garganta mientras le agarraba la cadera, aquietando sus movimientos. —Sabes exactamente lo que quiero volver a oírte decir.
Besándole la parte inferior de la mandíbula, ella se movió inquieta en su contra. Quería ahogarse en él. —Te amo.
—Esa es mi chica. —Llevaba una sonrisa maliciosa mientras su pulgar acariciaba su clítoris.
Ella se agachó para devolver el favor, pero él empezó a besar su garganta, haciendo un lento descenso. Su pelo le hacía cosquillas en sus pechos mientras se quedaba entre ellos, y un sonido suave se atascó en su garganta cuando su lengua lamió las puntas de sus pechos y luego abajo,
rodeando su ombligo.
Pedro se arrodilló ante ella, abriéndole las piernas. La lujuria se estrelló contra ella mientras él la agarraba de las caderas. Su lengua se deslizó desde su ombligo hasta justo encima del manojo de nervios. La besó en la cara interna del muslo, acariciando el pliegue resbaladizo. El aire abandonó sus pulmones, y luego él deslizó la lengua en su apertura.
Capturó su carne con la boca, separando sus labios con firmes y determinadas caricias de la lengua. Ella gritó cuando él chupó.
Perdida en las sensaciones crudas, le agarró el pelo y sacudió las caderas contra su boca. Él gruñó de placer, metiendo su lengua dentro y fuera. Su espalda se arqueó, mientras el corazón le latía con fuerza. Su lengua trabajó hasta que ella se sacudía descaradamente, jadeando. La intensidad se construyó hasta que su cuerpo se deshizo cuando él se movió a su clítoris y añadió un dedo. Sus lametones y empujes coincidían con el ritmo de sus caderas. Ella tembló y llegó a su clímax con tal fuerza que sus rodillas se debilitaron. Él la atrapó, manteniendo su boca en ella, absorbiendo hasta la última gota mientras su cuerpo se convulsionaba con dulces réplicas.
Y luego se puso de pie, agarrando sus caderas mientras se
levantaba, y la penetró profundamente. No se movió, sólo se quedó allí mientras su cuerpo humedecía el suyo. Luego se retiró lentamente,provocándole un gemido.
—Sabes lo que quiero. —Su voz era oscura e intensa con la
seducción.
Paula no lo supo hasta que él la tenía sobre sus manos y rodillas en el suelo del vestíbulo y se arrodilló detrás de ella.
Su mano se curvó sobre su trasero y ella se tensó, esperando una fuerte bofetada. En cambio, él deslizó un dedo dentro de ella y luego lo retiró. Una emoción perversa vibró en su sangre.
—Sí —gimió ella, meciéndose hacia atrás y jadeando cuando la presión aumentó.
—Por Dios, mujer, vas a matarme.
Entonces sintió su erección reemplazando los dedos. Sus músculos se tensaron con anticipación. Ella sabía que esto iba a ser duro. Sería bruto. Sería lo que quería.
—Dios —dijo él con voz gutural. Pasó una mano por su espalda y luego la agarró por las caderas—. Dime qué tanto quieres esto. —Cuando ella no respondió, movió la mano de nuevo por su espalda y envolvió los dedos alrededor de las puntas de su pelo. Tiró con fuerza suficiente para enviar una oleada de hormigueos sobre su cráneo y otro estremecimiento en su interior—. Dime, Paula.
—Sí.
El tirón llegó de nuevo, y ella gritó, ya tan cerca. —Sí, ¿qué?
—Sí —jadeó—. Lo quiero mucho. Lo quiero más que a nada.
—Esa es mi chica. —Una mano se movió a la unión de sus muslos.
Sus dedos atraparon su palpitante bulto de nervios y él jugó allí. El placer irradiaba de su núcleo, mezclándose con la amarga punzada de dolor. La sensación era embriagadora y plenamente sensual.
Una vez que él entró, se estremeció mientras envolvía su otro brazo por debajo de sus pechos, sosteniéndola en su lugar. Cuando comenzó a moverse con movimientos lentos y constantes, ella pensó que iba a morir de placer y de la perversión absoluta por lo que hacían en el medio de su
vestíbulo, a plena luz del día.
—Ahora eres mía —murmuró contra el enrojecimiento de la piel de su espalda—. Completamente mía.
Era cierto. No podía negarlo. Era suya. Y él era suyo.
Un fuerte remolino de hormigueo corrió por su cuerpo.
Detrás de ella, él movió su poderoso cuerpo a un ritmo más rápido. Sus manos se deslizaron sobre la baldosa.
—Te amo, Paula —dijo, con la voz cargada de emoción—. Te amo.
Una corriente eléctrica pasó por sus venas. El orgasmo llegó rápido y duro, absolutamente alucinante en su intensidad. Su grito se mezcló con el de él mientras se dejaba ir. Sus caderas bombearon, lanzándola a otro orgasmo. Él se quedó en su contra por lo que pareció una eternidad, con su cuerpo sellado al de ella. Cuando se retiró, ella ya lo extrañaba.
Pedro la giró en sus brazos, besándole las mejillas, los párpados de sus ojos, y luego sus labios. Sosteniéndola cerca, se echó hacia atrás y la tomó en su regazo.
Sus ojos se encontraron.
—Nunca tendrás que darme un pedazo de ti —dijo—. Pero puedes tener tantos de mí cómo quieras. Puedes tener todo de mí, para siempre.
Paula sintió la emoción aumentar en su garganta cuando levantó la cabeza, buscando ciegamente su beso. Las palabras no parecían suficientes, pero se obligó a sacarlas. —Te confío todos mis pedazos, todo de mí. Te amo.
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